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Lucía esperó hasta que se alejó de la puerta para mirarlo de nuevo. Gracias a Dios, por fin estaba tapado. Se encaminó hacia la sala y se sentó en el sofá.
— Mariana...—suspiró—Me las pagarás por esto
Y entonces, él se sentó a su lado, revolucionando todas las hormonas de su cuerpo con su presencia. Mientras se movía hasta la otra punta del sofá, Lucía lo miró cautelosamente.
— Así que... ¿Para cuánto tiempo has venido?
¡Oh, qué buena pregunta Lucía!. ¿Por qué no le preguntas por el tiempo o le pides un autógrafo ya que te pones? ¡Jesús!
— Hasta la próxima luna llena—sus gélidos ojos dieron muestra de un pequeño deshielo.
Y, mientras deslizaba su mirada por todo su cuerpo, el hielo se transformó en fuego en décimas de segundo. Alejandro se inclinó sobre ella para tocarle la cara, Lucía se incorporó de un salto y puso la mesita del café como barrera de separación.
— ¿Me estás diciendo que tengo que aguantarte todo un mes?
— Si.
Conmocionada, Lucía se pasó una mano por los ojos. No podía entretenerlos durante un mes. ¡Un mes entero, con todos sus días!. Tenía obligaciones, responsabilidades. Hasta tenía que buscar un pasatiempo.
—Mira—le dijo—Lo creas o no, tengo una vida en la que no estás incluído.
Sabía, por la expresión en su rostro, que a él no le importaban sus palabras. En absoluto.
— Si crees que estoy encantado de estar aquí contigo, estás lamentablemente equivocada. Te aseguro que no elegí venir.
Sus palabras consiguieron herirla.
—Bueno, cierta parte de ti no siente lo mismo—le dijo mientras dedicaba una furiosa mirada a aquella parte de su cuerpo que aún estaba tiesa como vara. Él suspiró al echar un vistazo a su regazo y vislumbrar la protuberancia que sobresalía bajo la toalla.
— Desafortunadamente, tengo tanto control sobre esto como sobre el hecho de estar aquí.
— Bueno, la puerta está ahí—dijo señalándola—Ten cuidado de que no te golpee el trasero al cerrarse.
— Créeme; si pudiese irme, lo haría.
Lucía titubeo ante sus palabras, ante su significado.
— ¿Quieres decir que no puedo ordenar que te marches? ¿Ni que regreses al libro?
— Creo que la expresión que usaste antes fue: ¡Bingo!
Lucía guardó silencio.
Alejandro se puso de pie lentamente y la miró. Durante todos los siglos que llevaba condenado, esta era la primera vez que le sucedía una cosa así. El resto de sus invocadoras habían sabido lo que él significaba, y habían estado más que dispuestas a pasar todo un mes en
sus brazos, utilizando felizmente su cuerpo para obtener placer. Jamás en su vida , mortal o inmortal, había encontrado a alguien que no lo deseara físicamente.
Era... Extraño. Humillante. Casi embarazoso. ¿Sería un indicio de que la maldición se debilitaba? ¿De qué quizá pudiera liberarse? No. En el fondo sabía que no era cierto. Aún cuando su mente se esforzaba por aferrarse a la idea. Cuando los dioses griegos decretan
un castigo, lo hacen con un estilo y un enseñamiento que ni siquiera dos milenios pueden suavizar.
Hubo una época, mucho tiempo atrás, en la que había luchado contra la condena. Una época en la que había creído que podría liberarse. Pero después de mil años de encierro y tortura despiadada, había aprendido algo; resignación.
Se merecía este infierno personal y, como el soldado que alguna vez había sido, aceptaba el castigo. Sentía un nudo en la garganta y tragó para intentar deshacerlo. Extendió los brazos a los lados y ofreció su cuerpo a Lucía.
— Haz conmigo lo que desees. Sólo tienes que decirme cómo puedo complacerte.
— Entonces deseo que te marches—Alejandro dejó caer los brazos.
— En eso no puedo complacerte.
Frustrada, Lucía comenzó a caminar nerviosa de un lado a otro. Finalmente, sus hormonas habían regresado a la normalidad y con la cabeza más despejada, se esforzó por encontrar una solución. Pero por mucho que la buscaba, no parecía haber ninguna. Un dolor punzante se instaló en sus sienes. ¿Qué iba a hacer un mes con él?
De nuevo, una visión de él tumbado sobre ella, con sus cabellos cayéndole a ambos lados del rostro, formando un dosel alrededor de su cuerpo mientras se introducía totalmente en ella, la asaltó.
— Necesito algo...—a Alejandro le faltó la voz.
Lucía se dió la vuelta para mirarle, con el cuerpo aún suplicándole que cediera a sus deseos. Sería tan fácil rendirse ante él... Pero no podía cometer ese error. Se negaba a usarlo de ese modo. Cómo si...
No, no iba a pensar en eso. Se negaba a pensarlo.
— ¿Qué?—preguntó
— Comida—contestó Alejandro—Si no vas a utilizarme de forma apropiada ¿Te importaría si como algo?—la expresión avergonzada y teñida de desagrado que adoptó su rostro le indicó a Lucía que no le gustaba tener que pedir.
Entonces cayó en la cuenta de algo; si para él esto resultaba extraño y difícil ¿ Cómo demonios se sentiría él después de haber sido arrancado de dónde quiera que estuviese, para ser arrojado a su vida como si fuera un guijarro lanzado con un tiranchinas? Debería
ser terrible.
— Por supuesto—le dijo mientras se ponía en movimiento para que él la siguiera—La cocina está aquí—lo guío por el pasillo que llevaba a la parte trasera de la casa. Abrió el refrigerador y se apartó para que él echara un vistazo—¿Qué te apetece?
En lugar de meter la cabeza para buscar algo, se quedó a medio metro de distancia.
— ¿Ha quedado algo de pizza?
— ¿Pizza?—repitió Lucía asombrada ¿Cómo sabía él lo que era una pizza? Alejandro se encogió de hombros—Me dió la impresión de que te gustaba mucho—a Lucía le ardieron las mejillas mientras recordaba el tonto juego al que se dedicaron mientras comían. Mariana había hecho otro comentario acerca de reemplazar el sexo por comida y ella había fingido un orgasmo al saborear el último trozo de pizza—¿Nos escuchaste?
Con una expresión hermética él contestó en voz baja—El esclavo sexual escucha todo lo que se dice en las proximidades del libro—si las mejillas le ardieran un poco más a Lucía, acabarían explotando.
— No quedó nada—dijo rápidamente, deseando meter la cabeza al congelador para enfriarsela—Tengo un poco de pollo que me sobró de ayer y también pasta.
— ¿Y vino?—Lucía asintió con la cabeza.
— Está bien—el tono déspotico que usó el pelinegro hizo estallar su furia. Era uno de esos tonos usados por un típico Tarzán que en el fondo quería decir: yo soy el macho nena, tráeme comida. Y había conseguido que le hiciera la sangre hervir.
— Mira chico, no soy tu cocinera, cómo te pases de listo conmigo te daré de comer alpo.
Alejandro arqueó una ceja—¿Alpo?
— Olvídalo—aún irritada, sacó el pollo y lo preparó para meterlo al microondas. Alejandro se sentó en la mesa con esa aura de arrogancia que acababa con todas sus buenas intenciones.
Lucía sirvió un poco de pasta en un plato—¿Cuánto tiempo has estado encerrado en ese libro? ¿Desde la edad media?—al menos su forma de actuar correspondía a la de la época. Él permaneció sentado, tan quieto como una estatua. Nada de mostrar sus emociones. Si no lo hubiese conocido mejor, habría pensado
que se trataba de un androide.
—La última vez que fuí convocado fue en el año 1895.



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Créditos a su maravillosa autora.

𝑫𝒊𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒔𝒆𝒙𝒐 - Lucialex (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora