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Dejando escapar un suspiro; pasó a su lado.
— No me habría puesto así si no estuviera tan cansada. Necesito dormir.
Sabía que él iría tras de sí, así que volvió resignadamente a su habitación y se metió a la cama de madera de pino, acurrucandose bajo el grueso edredón. Sintió como el colchón se hundía bajo el peso de Alejandro un momento después.
Su corazón se aceleró ante la repentina calidez del cuerpo del hombre junto al suyo. Y la cosa empeoró cuando él se acurrucó en su espalda y le pasó una pierna sobre la cintura.
— ¡Alejandro!—gritó con una nota de advertencia al sentir su erección contra su cadera—Creo que sería mejor que te quedes en tu lado de la cama, mientras yo me quedo en el mío.
No pareció prestar atención a sus palabras, puesto que inclinó la cabeza y dejó un pequeño rastro de besos sobre su cabello.
— Pensé que me habías llamado para hacértelo—le susurró en el oído.
Con el cuerpo al rojo vivo debido a asunta proximidad y el aroma a sándalo que le embotada la cabeza, Lucía se sonrojó al escucharle repetir lo que le dijo a Mariana.
— No es necesario, ni siquiera estaba hablando en serio.
— Te prometo que yo conseguiré que sea más que necesario.
¡Oh! No le cabía la menor duda.
— Si no te comportas te echaré de la habitación.
Entonces lo miró y vio la incredulidad reflejada en los ojos verdes—No entiendo por qué vas a echarme—le dijo.
— Porque no voy a utilizarte como si fueras un muñeco sin nombre, que no tienes más razón de ser más que servirme. ¿De acuerdo? No quiero tener ese tipo de intimidad con un hombre al que no conozco.
Con una mirada preocupada, Alejandro se apartó finalmente de ella y se tumbó en la cama.
Lucía respiró profundamente para intentar que su acelerado corazón se relajara, y poder apagar el fuego que le hacía hervir la sangre. Resultaba muy duro tener que decirle que no a este hombre.
¿Crees realmente que vas a poder dormir con este tipo a tu lado?
¿Es que tienes una piedra como cerebro?
Cerró los ojos y recitó su letanía. Tenía que dormir.
Alejandro colocó unas almohadas de modo que le sirvieran de respaldo, y miró a Lucía. Esta iba a ser, en su excepcionalmente larga vida, la primera vez que iba a pasar una noche junto a alguien sin hacerle el amor.
Era inconcebible. Nadie lo había rechazado antes.
Lucía se dió la vuelta en aquel momento y le dió el control remoto, como el que le había enseñado en la sala. Apretó un botón y encendió la televisión, después bajó el volumen de la gente que hablaba.
— Esto es para la luz—dijo apretando otro botón. De inmediato, las luces se apagaron, dejando que fuera el televisor el que iluminará las sobras de la habitación—No me molestan los ruidos, así que no creo que me despiertes—le dió el control—Buenas noches Alejandro.
— Buenas noches Lucía—susurró él, observando cómo su sedoso cabello caía sobre la almohada, mientras se acurrucaba para dormir.
Dejó el control remoto a un lado y, durante un buen rato, se dedicó a mirarla mientras la luz procedente del televisor parpadeaba sobre los relajados ángulos de su rostro.
Supo el momento exacto en el que se durmió, por la uniformidad de su respiración. Sólo entonces se atrevió a tocarla. Se atrevió a seguir con la yema de un dedo la suave curva de su pómulo.
Su cuerpo reaccionó con tal violencia que tuvo que morderse el labio para no soltar una maldición. El fuego se había extendido por su sangre.
Había conocido numerosos dolores durante su vida, pero jamás había experimentado algo semejante a lo que sentía ahora.
Era un hambre tan voraz, una sensación tan potente, que amenazaba hasta su cordura.
Solo podía pensar en separarle las piernas y hundirse profundamente en ella. En deslizarse dentro y fuera de su cuerpo una y otra vez, hasta que ambos alcanzarán el clímax al unísono.
Pero eso jamás llegaría a suceder.
Se alejó de ella a una distancia prudente, desde donde no pudiera oler su suave aroma a caramelo, ni sentir su calor corporal bajo el edredón.
— Maldito seas Priapo—gruñó. Era el Dios que le había maldecido, hundiendolo en éste miserable destino—Espero que Hades te esté dando lo que mereces.
Una vez aplacada su ira, suspiró y se dio cuenta que las parcas se estaban encargando de lo propio con él.
Lucía se despertó con una extraña sensación de calidez y seguridad. Un sentimiento que no había experimentado desde hacía años.
De pronto, sintió un beso muy dulce sobre los párpados, como si alguien le estuviese acariciando con los labios. Unas manos fuertes y cálidas le tocaban el cabello.
— ¡Alejandro!—se incorporó tan rápido que se golpeó con su cabeza. Hasta sus oídos llegó el gemido de dolor del chico. Frotándose la frente, abrió los ojos y vio que él lo observaba con el ceño fruncido y obviamente molesto.
— Lo siento—se disculpó mientras se sentaba—Me sobresaltaste.
Alejandro abrió la boca y se tocó los dientes con el pulgar para comprobar si el golpe los había aflojado. Aquello fue peor para Lucía, puesto que no pudo evitar contemplar el roce de su lengua sobre los dientes. Y la visión de esos blancos dientes que a ella le encantaría tener mordisqueandola.
— ¿Qué quieres para desayunar?—le preguntó para alejarse un poco de sus pensamientos.
La mirada de él descendió hasta la parte desnuda de su cintura, ya que por el constante movimiento al dormir tenía descubierto el torso debido a que la camisa estaba levantada un poco. Antes de que pudiera moverse. Alejandro tiró de ella, hasta sentarla sobre sus muslos y relamió sus labios. Lucía gimió de placer bajo el asalto de su boca.
La cabeza comenzó a girarle con intensidad del beso y el cálido aliento del pelinegro mezclándose con el suyo. Y pensar que nunca le había gustado besar.
¡Debía estar loca!
Los brazos de Alejandro intensificaron su abrazo. Miles de llamas lamían su cuerpo, encendiendola e incitándola, mientras se agrupaban en la zona que más atención pedía.
Sus labios la abandonaron para trazar con la lengua un rastro hasta su garganta, dibujando círculos húmedos sobre el mentón, el lóbulo de la oreja y finalmente el cuello.
¡Él conocía todas las zonas erógenas de una persona! Mejor aún, sabía cómo usar las manos y la lengua para masajear hasta obtener el máximo placer. Exhaló el aire suavemente sobre su oreja y, de inmediato, un escalofrío le recorrió de arriba a abajo; cuando
paso la lengua por el lóbulo, todo su cuerpo comenzó a temblar. Un hormigueo le recorrió el estómago.
— Alejandro—gimió, incapaz de reconocer su voz. Su mente le pedía que se detuviera, pero las palabras se quedaron atravesadas en la garganta. Había mucho poder en sus caricias.
Mucha magia. Le hacía ansiar, dolorosamente, mucho más.
Se dió la vuelta con Lucía en brazos y la aprisionó contra el colchón. Incluso a través de la pijama, ella podía percibir su erección, su miembro duro y ardiente que le presionaba la cadera, mientras con sus manos le aferraba las nalgas y respiraba entrecortadamente junto
a su oreja.
— Tienes que parar—consiguió decirle con voz débil.
— ¿Parar qué?—le preguntó—¿Esto?—y trazo con la lengua el laberinto de su oreja, Lucía siseó de placer. Los escalofríos la sacudían y, como si se tratara de ascuas al rojo vivo, abrazaban cada centímetro de su piel—¿O esto?—e introdujo una mano bajo el elástico de sus bragas para tocarla donde más deseaba. Lucía se arqueó en respuesta a sus caricias y clavó los dedos en las sábanas ante la sensación de sus manos entre las piernas. ¡Dios, este hombre era increíble!
Alejandro comenzó a mover un dedo dentro de Lucía lentamente—¡Ohhhh!—gimió ella, echando la cabeza hacia atrás por la intensidad del placer. Se aferró a Alejandro, mientras él continuaba su implacable asalto utilizando su lengua, dándole placer. Totalmente fuera de control, Lucía se alzaba contra él para buscar más profundidad, ansiando su pasión y sus caricias.



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Créditos a su maravillosa autora.

𝑫𝒊𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒔𝒆𝒙𝒐 - Lucialex (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora