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Alzó una temblorosa mano y las tocó mientras hacía algo que no había hecho en mucho tiempo: recordar el día que se ganó el derecho a llevarlas.
Durante la batalla de Tebas, el general que les comandaba cayó abatido y las tropas macedonias comenzaron a replegarse aterrorizadas. Él agarró la espada del general, reagrupó a sus hombres y les condujo a la victoria, aplastando a los romanos.
El día posterior a la lucha, la Reina de Macedonia en persona le trenzó el cabello y le regaló las tres cuentas de cristal que las sujetaban en los extremos.
Alex encerró las pequeñas bolitas en un puño.
Esas trenzas habían pertenecido al que una vez fuera un orgulloso y heroico general macedonio, cuyo ejército fue tan poderoso que obligó a los romanos a dispersarse aterrorizados.
El recuerdo le atormentaba.
Bajó la mirada hacia el anillo que llevaba en la mano derecha. Un anillo que había estado allí tanto tiempo que ya no era consciente de que existía; hacía mucho que había olvidado su significado.
Pero las trenzas...
No había pensado en ellas desde hacía muchos, muchos siglos.
Tocándolas en ese momento, recordaba al hombre que una vez fue. Recordaba los rostros de sus familiares. A la gente que se apresuraba a servirle. A aquellos que le temían y le respetaban.
Recordaba una época en la que él mismo gobernaba su destino, y el mundo conocido se extendía ante él para ser conquistado.
Y ahora no era más que...
Con un nudo en la garganta, cerró los ojos y se quitó las cuentas del extremo de las trenzas, antes de comenzar a deshacerlas.
Mientras sus dedos se esforzaban en deshacer la primera de ellas, miró los pantalones que había dejado caer al suelo
¿Por qué estaba haciendo Lucía eso por él? ¿Por qué se empeñaba en tratarle como a un ser humano?
Estaba tan acostumbrado a ser tratado como a un objeto, que la amabilidad de esa chica le resultaba insoportable. El trato impersonal y frío que había mantenido con el resto de sus invocadoras le había ayudado a tolerar la maldición, a no recordar quién y qué fue tiempo atrás.
A no recordar lo que había perdido.
Le permitía concentrarse tan sólo en el aquí y el ahora, en los placeres efímeros que tenía por delante.
Pero los seres humanos no vivían de ese modo. Tenían familias, amigos, un futuro y muchos sueños.
Esperanzas.
Cosas que hacía siglos que él había dejado atrás. Cosas que jamás volvería a conocer.
— ¡Maldito seas, Príapo!—resopló mientras tironeaba de la última trenza—¡Y maldito sea yo también!
Lucía lo miró asombrada, de la cabeza a los pies y de nuevo hacia arriba, cuando por fin Alex salió del probador vestido con unos vaqueros que parecían haber sido diseñados específicamente para él.
La ceñida camiseta de tirantes que Mariana le había comprado, le llegaba justo a la estrecha y musculosa cintura.
Con los dientes apretados y tratando de normalizar la respiración, tuvo que admitir que los vaqueros le sentaban de maravilla. Estaba mucho mejor que con los pantalones cortos... si es que eso era posible.
Mariana estaba en lo cierto.
La vendedora, y la clienta a la que ésta atendía, dejaron de hablar y miraron al ojiverde boquiabiertas.
— ¿Me quedan bien?—le preguntó a Lucía.
— ¡Uf!, sí corazón!—le contestó la castaña sin aliento, antes de pensar en lo que iba a decir.
Alex le sonrió, pero la sonrisa no le iluminó los ojos.
Lucía dio una vuelta completa a su alrededor y se fijó en la talla.
¿Acaso era la perfección hecha persona?
Distraída por su bien formada espalda, pasó inadvertidamente los dedos sobre su piel mientras cogía la etiqueta. Sintió como Alex se tensaba
— Ya sabes—dijo él, mirándola por encima del hombro—Disfrutaríamos muchísimo más si ambos estuviésemos desnudos. Y en tu cama.
Lucía escuchó cómo la vendedora y la otra mujer charlaban entre ellas.
Con el rostro abochornado, se enderezó y lo miró furiosa.
— Tenemos que hablar con urgencia sobre los comentarios adecuados en un lugar público.
— Si me llevaras a casa, no tendrías que preocuparte por eso.
El tipo era realmente implacable.
Moviendo la cabeza con incredulidad, Lucía cogió dos pares más de vaqueros, unas cuantas camisas, un cinturón, unas gafas de sol, calcetines, zapatos y varios boxers enormes y horrorosos. Ningún hombre estaría atractivo con aquellos calzoncillos, decidió. Y lo último que pretendía era que Alex resultase aún más apetecible.
Salió de la zona de los probadores con Alex vestido de arriba abajo con la ropa nueva: un polo, unos vaqueros y unas zapatillas de deporte.
— Ahora pareces casi humano—bromeó Lucía, mientras dejaban atrás el departamento de ropa masculina.
Alex le dedicó una mirada fría y letal.
— Sólo por fuera—le contestó con voz tan baja que Lucía no estuvo segura de haber escuchado bien.
— ¿Qué has dicho?—le preguntó.
— Que sólo soy humano exteriormente—dijo él hablando más alto. La castaña captó la angustia en su mirada. Su corazón comenzó a latir con más fuerza.
— Alex...—dijo con claras intenciones de reprenderle—Eres humano.
Él apretó los labios y le contestó con una mirada sombría y precavida:
— ¿En serio? ¿Un humano puede vivir dos mil años? ¿Se le permite a un humano caminar por el mundo unas cuantas semanas cada cientos de años?—miró a su alrededor, fijándose en las mujeres que lo miraban a hurtadillas por entre la ropa. Mujeres que se detenían por completo, paralizadas, en cuanto lo veían por el rabillo del ojo. Hizo un amplio gesto con la mano, señalando el espectáculo que se desarrollaba a su alrededor—¿Has visto que hagan eso con alguien más?—el rostro del ojiverde adoptó una expresión dura y peligrosa, mientras la atravesaba con la mirada—No, Lucía, jamás he sido humano.
Con el urgente deseo de reconfortarlo, ella llevó la mano hasta su mejilla.
— Eres humano, Alex—la duda que vio en sus ojos le partió el corazón.
Sin saber muy bien qué hacer ni qué decir para que se sintiera mejor, dejó pasar el tema y se encaminó hacia la salida. Estaba casi saliendo cuando se dio cuenta de que el pelinegro no iba tras ella. Se giró y lo localizó de inmediato. Se había distraído en el departamento de lencería; estaba de pie junto a un expositor de minúsculas prendas negras. Comenzó a ruborizarse de nuevo; juraría que podía escuchar los lascivos pensamientos que pasaban en esos momentos por la mente del semidiós.
Sería mejor que fuese rápidamente a buscarlo, antes de que cualquiera de las personas que iban pasando se ofrecieran como modelos. Se acercó apresuradamente y se aclaró la garganta.
— ¿Nos vamos?—él la miró muy despacio, de arriba a abajo y Lucía supo por sus ojos que estaba conjurando su imagen con aquel conjunto diminuto.
— Estarías deslumbrante con esto—Lucía lo miró con escepticismo. Aquella cosa era tan diáfana que se transparentaría por entero.
— No sé si deslumbraría a alguien, pero estoy segura de que acabaría congelada.
— No tardarías mucho en entrar en calor—Lucía contuvo la respiración al escuchar sus palabras.
— Eres muy malo.
— No, en la cama no—dijo bajando la cabeza hacia la suya—Realmente en la cama soy muy...
— ¡Aquí están!
Lucía retrocedió de un salto al escuchar la voz de Mariana. Alex le dijo algo en una lengua extraña que no logró entender.
— Vaya, vaya—dijo con tono acusador—Lucía no entiende el griego clásico. Se dedicó a dormir durante todo el semestre—Mariana la miró y chasqueó la lengua—¿Lo ves? Te dije que algún día te serviría para algo.
— ¡Sí, claro!—dijo a carcajadas—Como si en aquella época yo me pudiera haber imaginado que ibas a convocar a un esclavo sexual gri...—la voz de Lucía se extinguió al caer en la cuenta de que Alex estaba presente. Avergonzada, se mordió el labio.
— No pasa nada, Lucía—la tranquilizó en voz baja. Pero ella sabía que ese comentario le había molestado. Era lógico—Sé lo que soy; la verdad no me ofende. En realidad, estoy más ofendido por el hecho de que me llames griego. Fui entrenado en Esparta y luché con el ejército Macedonio. Para mí era un hábito evitar todo contacto posible con los griegos antes de ser maldecido—Lucía arqueó una ceja ante sus palabras, o mejor dicho ante lo que no había dicho. No hacía ninguna referencia a su infancia.




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Créditos a su maravillosa autora.

𝑫𝒊𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒔𝒆𝒙𝒐 - Lucialex (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora