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Lucía maldijo su suerte y le pidió a su secretaria, a través del intercomunicador que cancelara todas sus citas pendientes del resto del día.
Tan pronto como llegó al centro comercial, entendió lo que Mariana había querido decirle.
Habría como unas 50 mujeres rodeando a Alejandro y docenas de personas más boquiabiertas al pasar cerca del desmadre. Las que estaban más cerca de él, se empujaban a codazos tratando de llamar su atención.
Pero lo más increíble era contemplar a las mujeres que le tocaban los abdominales descaradamente, mientras otras tomaban fotos.
— Gracias papasito—ronroneó una de ellas, cuya edad rondaría entre los treinta años, dirigiéndose al ojiverde mientras le arrebataba la cámara a la chica que acababa de hacer una
instantánea. La sostuvo delante de su pecho en un intento de atraer la atención del chico, pero él no pareció interesado en lo más mínimo—Esto es simplemente maravilloso—continuó babeando la señora—No puedo esperar para llegar a casa y enseñársela a mi grupo de
novela. Jamás me creerán cuando les cuente que me encontré con un modelo de portada de novela Romántica en el barrio francés.
Había algo en la rigidez de Alejandro que le decía que no le gustaba la atención que despertaba. Pero tenía que admitir que no se comportaba de forma abiertamente maleducada o grosera.
Las risitas de todas fueron ensordecedoras. Lucía agitó la cabeza totalmente incrédula.
¡Chicas! Un poco de dignidad...
Y de nuevo, observando el rostro del pelinegro, su cuerpo y su sonrisa, le sobrevino aquella sensación de vértigo, tan habitual desde hace un día que lo vió por primera vez... ¿Cómo iba a culparlas de comportarse como adolescentes en algún concierto o musical a las puertas de un centro comercial? Ella estuvo igual horas antes...
El chico alzó la mirada de la marea de admiradoras y la vió. Lucía arqueó una ceja, indicando que encontraba la situacion divertida. Al instante, Alejandro borró la sonrisa de su rostro y clavó los ojos en Lucía cómo un hambriento depredador que acababa de
encontrar a su presa.
— Si me disculpan—dijo, abriéndose paso entre las mujeres y dirigiéndose directamente a la castaña.
Ella tragó saliva al percibir la instantánea hostilidad de las mujeres, que fruncieron el ceño y la miraron con coraje. Pero fue mucho peor el repentino y crudo arrebato de deseo que la
recorrió por completo, e hizo que su corazón comenzará a latir descontrolado. Con cada paso que el ojiverde daba hacia ella, la sensación se multiplicó por diez.
— Hola Lucía—dijo él, alzándole la mano para depositar un beso sobre sus nudillos.
Una ardiente descarga eléctrica le recorrió la espalda y antes de que pudiese moverse, él la arrastró hacia sus brazos y le dio un tórrido beso que le desgarró el alma.
Cerró los ojos de forma instintiva y saboreó la calidez de su boca y de su aliento; la sensación de sus brazos rodeándola con fuerza, la dejaba aturdida. La cabeza comenzó a darle vueltas. ¡Ufff, este hombre sabía cómo dar perfectamente un beso!
Alejandro tenía una forma de mover los labios que desafiaba cualquier posible explicación.
Una de las admiradoras susurró un apenas audible "No inventes, en serio está con esa" y poco después escuchó un "No tiene un buen cuerpo". Y eso bastó para romper el hechizo.
— Alex, por favor—murmuró, él sonrió leve ante la forma de llamarlo—La gente nos mira.
— ¿Y a ti te importa?
— ¡Pues claro!
Alex separó sus labios de los de Lucía con un gruñido y volvió a dejarla sobre el suelo, fue consciente de que la había estado sosteniendo, aparentemente sin mínimo esfuerzo.
Con las mejillas al rojo vivo, Lucía captó las miradas envidiosas de todos a su alrededor mientras se iban dispersando.
El pelinegro se apartó y dio un paso atrás; su rostro mostraba a las claras lo poco dispuesto que estaba a mantenerse alejado.
— Por fin—dijo Mariana acercándose—De nuevo puedo oír y respirar—dijo agitando la cabeza—De haber sabido que iba a funcionar, yo misma lo hubiera besado.
Lucía le dedicó una sonrisa, satisfecha.
— Bueno, tú eres el culpable.
— ¿Cómo dices que dijiste?
Lucía señaló la ropa de Alex con un gesto de la mano.
— Mira cómo va vestido, no puedes mostrar en público a un Dios griego con unos shorts playeros y una camisa de tirantes dos tallas más pequeña a la que necesita...¡Dios Mariana! ¿En qué estabas pensando?
— En que estamos a 38° con una humedad del 110%. No quería que muriera por un golpe de calor.
— Chicas, por favor—dijo el ojiverde interponiendose entre ambas—Hace demasiado calor como para estar discutiendo a plena calle sobre algo tan trivial como mi ropa—dijo, deslizando una hambrienta mirada sobre Lucía, y sonriendo de una forma que derretiría a cualquiera—Y no soy un Dios griego, soy un semidiós menor...
Lucía no entendió lo que Alex decía, ya que el sonido de su voz la tenía cautivada.
¿Cómo hacía para que su voz sonara con ese tono tan erótico? ¿Sería su timbre profundo?
No, era algo más. Pero no acababa de entender qué podía ser. Honestamente, lo único que quería era encontrar una cama y dejar que hiciera con ella lo que se le antojara.
Observó a Mariana y vió como ésta se lo comía con la mirada.
— ¿Tú también lo sientes no?—le preguntó, Mariana alzó la mirada parpadeando.
— ¿Qué siento?
— A él, como si fuera el flautista de Hamelín y nosotras las ratas seducidas por su música—Lucía se dio la vuelta y miró como algunas personas que pasaban no perdían de vista al ojiverde, incluso algunas estiraban el cuello para poder verlo mejor—¿Qué hay en él que nos hace olvidar nuestra voluntad?—preguntó Lucía.
Alex arqueó una ceja con un gesto arrogante—¿Yo te atraigo en contra de tu voluntad?
— Sinceramente sí, y no me gusta sentirme de ese modo—contesto Lucía.
— ¿Y cómo te sientes?
— Dispuesta a todo.
— ¿En serio?—le volvió a preguntar él con voz ronca.
— Sí—respondió, mientras el pelinegro se acercaba a su cuerpo, no la tocó; pero tampoco hacía falta. Su mera presencia conseguía abrumarla y embriagarla tan sólo con que clavase la mirada en sus labios o en su cuello. Podía jurar que realmente sentía el calor de sus labios
sobre su cuello. Y él ni siquiera se había movido.
— Yo puedo decirte qué es—ronroneó él.
— La maldición ¿No es cierto?—Alex negó con la cabeza mientras alzaba una mano para pasarle muy lentamente el dedo por el pómulo. Lucía cerró los ojos con fuerza al sentir una feroz oleada de deseo. Si no lo miraba, quizá fuera capaz de mantenerse firme y no capturar ese dedo con los dientes. El chico se inclinó un poco más a ella y frotó su mejilla con
la suya.
— Es el hecho de que puedo percibirte a un nivel que los hombres de tu época no aprecian.
— Qué hermoso está el día ¿No?—dijo Mariana mientras miraba hacia otro lado—Sigo aquí tórtolos—Alex la miró incómodo—Pero yo les diré el por qué él nos descontrola tanto hasta hacernos mojar las bragas inconscientemente.
Lucía soltó una pequeña risa ante la indiscreción de su amiga.
— Es el hecho de que tienes los ojos más hermosos que he visto en mi vida—dijo Mariana—Por no mencionar que cualquiera se muere por escuchar tu voz. Mariana tenía razón.
Alex se inclinó hacia Lucía, con los ojos repletos de pasión.
—Regresa a casa conmigo Lucía—le susurró al oído—Déjame abrazarte, desnudarte y enseñarte como quieren los dioses que un hombre ame a alguien. Te juro que lo recordarás durante el resto de tu vida...




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Créditos a su maravillosa autora.

𝑫𝒊𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒔𝒆𝒙𝒐 - Lucialex (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora