3. Deliberación

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Hermione estaba sentada, saboreando una copa de vino. Si todo iba bien, un delicado sauvignon blanco pronto podría estar fuera de su alcance. Consideró los acontecimientos del día. Si su instinto sobre Snape resultaba ser cierto, sabría de él en uno u otro sentido por la mañana. Aun así, le preocupaba que quizá lo había jugado todo mal. Quizá, debería haber sido más circunspecta. Podría haberse sonrojado e insinuado en lugar de la ruta directa.

No, no podía creer eso. Sabía de su propia infancia que Snape podía oler el subterfugio desde una milla de distancia. Respetaría su franqueza. Simplemente tenía que hacerlo.

Hermione suspiró y observó el líquido dorado en su copa. Todo era tan complicado. Las cosas podrían haber sido diferentes si Ron no hubiera muerto. Quizá su joven amor habría sobrevivido en el mundo real. Quizá ya tendrían un puñado de pequeños Weasley corriendo por la casa, llenando su hogar de risas. En cierto modo, sin embargo, lo dudaba. Más probablemente, él se habría cansado de que fuera una sabelotodo, y ella de su desdén por la estimulación intelectual, y quizá habrían discutido hasta matar su joven amor. Hablando estadísticamente, el verdadero amor nacido en la escuela era, de hecho, improbable.

Entonces, ¿cómo se había encontrado en este punto en su vida? ¿Solicitando a un enigmático hombre mayor que ella lo que suponía el mayor favor sexual en la vida? Y a Severus Snape, además. Sin duda, este era el más extraño giro que su vida había tomado desde que la lechuza había llegado invitándola a un colegio de magia y hechicería.

Pero cuanto más alto había sonado su reloj biológico, más se había encontrado soñando despierta con su antiguo profesor, hasta que finalmente, la conexión se había concretado en su mente. Quería un hijo. Y quería tener ese hijo con Severus Snape. Había llegado tan lejos como para hacer una lista, sopesando sus opciones. Cuanto más pensaba en ello, mayor sentido parecía tener.

Hecho: Severus Snape era brillante y un mago poderoso.

Hecho: estaba, según su conocimiento, disponible, y no tenía heredero reconocido.

Hecho: aunque escurridizo, también había demostrado ser obstinado en el cumplimiento de sus obligaciones.

Hecho: había sufrido suficiente. ¿No tenía derecho a un poco de alegría? ¿Un poco de felicidad?

Que lo último no fuera estrictamente factual, y que la implicación fuera que tener un hijo con ella sería una experiencia feliz, no se le escapaba a Hermione. Simplemente lo empujó, junto a sus dudas, al fondo de su bien ordenada mente. Estaba convencida. Mejor que Severus Snape se metiera en vereda.

*********

El caballero en cuestión se sentaba en sus aposentos, sorbiendo whiskey de fuego, considerando los acontecimientos del día. Se sentía, inestable, sí, ésa era la palabra para ello, como si una tormenta hubiera entrado en su despacho y desordenado todos sus pergaminos cuidadosamente organizados.

Y qué tormenta era. Una tormenta inteligente, audaz, con el peso de un dragón en determinación. Impresionante, en realidad. No frecuentemente conocía a un alumno que lograra satisfacer, e incluso sobrepasar, su potencial adolescente. Y aun así, sabía por reputación que Hermione había hecho justo eso, labrarse un puesto de líder en una vasta corporación monstruosa a pesar de las limitaciones de la juventud y la belleza. No lo habría supuesto. No era que Hermione no hubiera sido una niña dotada. Había sido dotada y molesta en igual medida. Pero había sido tan sensible, tan fácilmente aplastada. Durante lo peor de la guerra, había estado tan tierna que él había dudado que sobreviviera. Con cada horror que presenciaba, cada amigo muerto, había asumido que se quebraría. Y durante un tiempo, había parecido que lo había hecho. Había desaparecido del mundo mágico durante varios años en su dolor. Y aun así, de algún modo, parecía haber resurgido, templada por la adversidad, y se había puesto el mundo mágico por montera.

Severus consideró la mujer en que Hermione se había convertido. Formidable. Eso es lo que era, con sus indignantes peticiones, su audacia, su besar la mejilla sin embarazo. Probablemente todavía molesta, pensando en ello, pero por el momento, los otros aspectos de su personalidad parecían haber captado su atención.

Severus sonrió. Siempre había apreciado un oponente formidable. En la privacidad de su propio estudio, podía admitir que lo había desquiciado bastante con su ridícula petición. ¿Ridícula? Bueno, por supuesto que era ridícula. Pedirle que engendrara su hijo. Era... era... bueno, si era honesto consigo mismo, era sorprendente y serio y audaz. Pero, ¿qué había en su oferta que fuera tan audaz? ¿Que se saltaba las convenciones sociales? ¿Desde cuándo él, Severus Snape, le había dedicado cualquier pensamiento de importancia a la aceptación social?

Toda la idea era bastante sensata, en realidad. ¿No había comparado él mismo los rituales de emparejamiento habituales con vuelos suicidas? ¿No sería mucho mejor que los individuos se aproximaran con calma a una pareja adecuada con una oferta expresada con claridad? Ella había hecho eso mismo con tranquila dignidad, a pesar de sus mejores esfuerzos por hacerla descarrilar. En conjunto, sensata. Entonces, ¿por qué se había puesto tan nervioso?

Sorbió su bebida, y consideró la frase "pareja adecuada." Quizá éste era el quid de la cuestión. Como uno de los compañeros de confianza de Lord Voldemort, había dejado hace mucho tiempo de ser adecuado como pareja para nadie. Lo que había visto, lo que había hecho... lo había cambiado, eliminado las partes de su psique que buscaban amor y compañía de cualquier tipo. No sería la pareja de ninguna mujer, eso era cierto. Pero suponía que no había nada malo en su biología. Ciertamente debería ser capaz de engendrar descendencia, si no de ejercer de padre.

Aunque, ¿por qué él? Una mujer con su aspecto y posición no andaría corta de pretendientes. Por supuesto, tampoco él. Mientras que no dejaba de ser atractivo, ciertamente no era ni de cerca el parangón de la belleza masculina. Aun así, sabía por experiencia que el exterior era raramente la motivación primaria de la elección de pareja de las mujeres. Siempre había habido mujeres que habían estado dispuestas y ansiosas por compartir su cama.

Pero Hermione no había acudido a él meramente para aparearse, sino más bien para crear un niño. Aunque nunca antes lo había considerado, era obvio que como semental ciertamente tenía atributos deseables. Para una mujer de la calaña de la Señorita Granger, el intelecto habría sido de principal importancia. Ciertamente no podía culparla por ese razonamiento. Él era, lo sabía, brillante. Su intelecto era la quintaesencia de la definición de sí mismo. Su instinto para la creación de pociones no tenía, sospechaba, parangón vivo. Su memoria eidética le permitía acceso instantáneo a los miles de libros que había consumido durante su vida. Lógica, matemáticas, historia mágica, en todas estas áreas, era sumamente experto. Además, era uno de los raros magos que era capaz de emplear su intelecto para realzar sus dones mágicos. Para la mayoría, las dos áreas estaban compartimentadas, imposibles de acceder al mismo tiempo. Para él, había un matrimonio entre las dos, permitiéndole ensancharse a nuevas pociones, nuevos hechizos, nuevas adaptaciones de enfoques tradicionales. Era, sospechaba, único en ese aspecto.

Que una mujer sensata como la Señorita Granger pudiera buscar reproducirse con él, ahora parecía, después de reflexión, una conclusión lógica.

¿Y no debería producir un heredero? Que su padre hubiera sido un derrochador y un patán violento no cambiaba el hecho de que su familia había sido una vez de noble linaje. Como hombre de aprendizaje, ahora podía ver cómo su adhesión fanática a la pureza de sangre había empujado a su descendencia a la depravación así como a la pérdida de su potencia mágica. Recientemente había comenzado a acreditar sus propios dones al hecho de que su madre hubiera traído una buena cantidad de sangre muggle para revitalizar su débil raza. La Señorita Granger era potente mágicamente. Sin duda su linaje completamente muggle serviría para revitalizar más la herencia Snape.

En resumen, toda la idea era primordial. Su único arrepentimiento era no haber captado al instante las ventajas de la proposición. Rectificaría el asunto enseguida. Si la Señorita Granger quería llevarse a Severus Snape a su cama, entonces a su cama iría. Se aparearían, producirían un hijo, y cada uno seguiría por su camino. La idea le convenía por completo.

Con eso, Snape terminó su whiskey de fuego con un sonido de profunda satisfacción. Conjuró un scourgify en el vaso, lo devolvió a su ubicación adecuada. Cuando todo estuvo en su lugar, se retiró a la cama. Estaba arreglado, entonces. Enviaría una lechuza a la Señorita Granger por la mañana.

Fin del Capítulo Tres

NA: Adoro el ego de Snape, ¿vosotros no?

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