6. Consumación

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En todos sus años como espía, Severus se había vuelto muy eficiente en preservar su propia vida. Cuando su cerebro detectaba peligro, entraba en un estado de híper-consciencia sensorial. Oído, vista, olfato, tacto, gusto, todos ellos se agudizaban, inundando su cerebro de contribuciones intensificadas con la esperanza de que, de algún modo, la información adicional pudiera emplearse para mantenerlo con vida. Era auto-conservación en estado puro.

Qué extraño entonces, que cuando la Señorita Granger cerró la distancia entre ellos, enlazó los brazos alrededor de su cuello, sintiera su cuerpo responder como si el peligro fuera inminente. Su olor inundó su conciencia, incluso antes de que su suavidad marcara su pecho. De algún modo, en su preparación para este momento, no había contado con que su aroma fuera tan embriagador, su cuerpo tan suave, sus labios tan tentadores. No había anticipado su respuesta al entrecortarse del aliento de ella. No había soñado que su boca sabría tan rica. No había contado con sus dedos enredándose en el cabello de ella, sumergiéndose en su seda como por voluntad propia. No había sabido que ese sonido de gruñido surgiría desde abajo en su pecho cuando se sumergió más profundamente en su boca.

Con su último pensamiento racional, Severus se retiró del beso. Los labios de Hermione estaban hinchados, sus ojos dilatados, su aliento llegando en cortos jadeos irregulares.

Habían pasado muchos años desde que Snape se había permitido intimidad física de cualquier tipo. Simplemente había sido otra disciplina, otra forma de auto-dominio negar ese aspecto de su vida. Pero había subestimado la fuerza de esa necesidad en su propio cuerpo. No estaba preparado para la absoluta rebelión de su cuerpo, su violento gozo por tener una linda bruja apretada contra sí. Después de soportar décadas de servidumbre a manos de su cerebro, el cuerpo de Severus no iba a dejar a su cerebro estropear esto. Un mero momento después de separarse de la Señorita Granger, Snape gruñó y volvió a atraerla hacia sí. Más cerca. Debía acercarse más.

Hermione no estaba segura de lo que acababa de ocurrir. En un momento, él estaba quitándole la vida a besos, al siguiente estaba apartándola, y luego, de repente, estaba en todas partes, envolviéndola en sus largos brazos, sus labios abrasando la columna de su cuello, su excitación clavándose contra su núcleo. Hizo un breve intento de recuperar el control de la situación, y entonces, percatándose de que en realidad no le importaba una maldición el control ahora mismo, se rindió a su urgencia.

Cuando había llevado por primera vez la idea de su proyecto a la atención de él, Snape había sugerido sarcásticamente que consumaran en el suelo. Ella notó, vagamente, que allí era de hecho donde se encontraban, estirados sobre la alfombra de Bokhara, su ropa desapareciendo en el vacío más velozmente que la superficie de la selva del Amazonas.

Esas manos, oh, dios, esos largos dedos elaboradores de pociones parecían decididos a mapear cada pulgada de su cuerpo, acariciando, sondeando, magullando, aliviando. Dondequiera que fueran, su boca los seguía, hasta que Hermione sintió como si pudiera ser consumida por entero, un último festín para un hombre famélico. Su único foco estaba en ella, sólo en ella. Su cuerpo dolía por la necesidad de sentirlo en su interior.

Ella estaba haciendo sonidos ahora. Sonidos que no podía controlar. Sonidos graves. Sonidos suplicantes. Sonidos que sonaban como Ahora. Ahora. Ahora. Ahora. Ahora. Por favor. Ahora.

Por fin, y sólo cuando estuvo completamente mapeada y encartada, su sabor extendido sobre los labios y la lengua de él, se arrastró sobre ella, colocándose encima. Sus ojos exigieron los suyos, su mirada se fijó en la suya mientras se hundía, al fin, despacio, en su doliente cuerpo.

Desde el primer momento, se movieron juntos como si siempre hubieran sido amantes. Sin movimientos malgastados, discordantes, sólo una lenta molienda construida que los mantenía a ambos al límite de su contención. Ella estaba aferrándolo, atrayéndolo más profundo, sus labios y dientes cerrándose en cualquier pedazo de su carne que pudiera alcanzar.

Sus brazos eran largas cuerdas de músculo, su cabello una oscura cortina que apenas le rozaba el rostro. Estaba desnudo, deslizándose contra ella, aplastándola, respondiendo una pregunta que ella no había sabido preguntar. Estaban unidos, construyendo, moviéndose. No había tiempo, ni pensamiento, sólo sus dos cuerpos apareándose. Salvaje, elemental, básico.

El ritmo aumentó hasta que sintió su cuerpo comenzando a alcanzar la cresta. Los ojos de él todavía fijos en los suyos, lo sintió deslizar una única mano entre sus cuerpos resbaladizos. Esos largos dedos se arremolinaron sobre ella, empujándola sobre el borde. Gritó su nombre en un grave, largo gemido gutural.

Con su clímax, los golpes de él perdieron su ritmo regular. Estaba justo regresando a sí misma, cuando Hermione vio sus ojos nublarse, su cabeza caer hacia atrás, y oyó su triunfal grito de liberación.

Yacieron allí, jadeando, cubiertos del sudor del otro, esperando que su aliento se normalizara y sus cuerpos rompieran el íntimo contacto. Hermione comenzó a reír roncamente en cuanto su respiración lo permitió.

"Dios mío, hombre, ¿dónde aprendiste a hacer eso?"

Severus Snape, su cerebro habiendo restablecido lo que era, en el mejor de los casos, un tenue control sobre su traicionero cuerpo, abrió los ojos al cuarto de mástil, "Hubo un tiempo en que encontraba el cuerpo femenino un tema fascinante. Parecía un tema adecuado que estudiar."

Hermione sonrió, y pasó un único dedo por la cicatrizada extensión de su espalda. "Lo apostaría. Siempre has sido un académico formidable. Algún día, me gustaría mirar tus libros de texto."

Snape cerró los ojos y suspiró. "Señorita Granger, ¿siempre insiste en hablar después de las relaciones sexuales? Porque yo de verdad preferiría no hacerlo."

Hermione estaba demasiado satisfecha para molestarse. "No. Habitualmente me gusta acurrucarme bajo la colcha y sestear un rato. Pero," señaló la alfombra, "por desgracia, no hay colcha."

Snape mantuvo los ojos cerrados y gruñó. "Claro que sí... hay una cama con colcha por allí." Hizo un gesto vago en dirección al pasillo principal.

Hermione trató de ponerse en pie, luego se dio por vencida. "hmmm... qué pena. Las piernas no parecen estar funcionando ahora mismo. ¡Supongo que tendremos que charlar!"

Snape gimió, y abrió un único ojo nublado. "Por favor, Señorita Granger, ¡se lo ruego!"

Hermione rio entre dientes. Supuso que era suficiente tortura de amante por un día. Convocó la colcha de la cama, una suave manta de algodón que parecía muy vieja. La echó sobre ambos, teniendo cuidado de proteger el trasero desnudo de Snape del aire frío. Después de todo, le gustaba de verdad ese trasero.

Por su respiración, ella percató que él ya se había quedado dormido. Le apartó el cabello empapado de sudor de la frente, acarició su rostro suavemente con una mano. Tan diferente dormido. Tan pacífico. Lo besó suavemente en los labios rojos, hinchados. "Adelante, duerme, Severus. Ciertamente te lo has ganado."

Hermione se acurrucó junto a él y suspiró un profundo sonido de satisfacción. Cuando había llegado aquí esta noche, había estado concentrada en tener un bebé, esperando quedarse embarazada enseguida. Ahora, descubrió, esperaba que no ocurriera demasiado pronto después de todo. Con ese pensamiento, y otro suspiro satisfecho, lo siguió a los sueños.

Fin del Capítulo 6

NA: Espero que disfrutarais vuestros lemons, ¡atajo de traviesas!

Gracias, como siempre, por leer.

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