18. Amas Veritas

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En realidad él no quería hacer esto. No quería pasar dos de los últimos días del contrato preparando una poción que ya había dominado. Pero Hermione había pedido tan poco, y le había dado a Lily, así que se sentía impelido a compensarlo consintiendo su bizarra petición.

Por suerte, habiéndola hecho antes, estaba haciendo un buen progreso. El Amas Veritas estaría completo a tiempo.

Era difícil de creer, pero mañana se cumpliría un año desde el día que él y Hermione habían firmado aquel contrato. A mediodía, la magia vinculándolos de disolvería. Poco después, Hermione se marcharía.

Había enviado un grupo de elfos domésticos a su casita con instrucciones de que fuera limpiada escrupulosamente para su inminente llegada. Había especificado que se esparcieran flores frescas por la casa, y hubiera pasteles frescos almacenados en la alacena. Incluso había enviado una maceta de silfskin de su colección personal. Era preciado y raro. Esperaba que le recordara a Hermione a él de vez en cuando.

Se encontraba menos que complacido porque sus invitadas femeninas estuvieran dispuestas a marcharse. Eran una molestia, ciertamente, invadiendo su espacio, erradicando su amado silencio, llenado cada rincón y grieta de su vida con complicaciones. Pero les había cogido cariño. Un cariño terrible, un hecho que le chocaba sin fin. No había sentido cariño por otro ser humano desde que Dumbledore había muerto.

Eso es por lo que había accedido a la ridícula petición de la Señorita Granger de que tomaran la poción Amas Veritas juntos antes de su partida. Sólo ahora estaba reconociendo, cómo era, de hecho, lo último que necesitaba, un recuerdo de cómo se sentía amarla. Ya sería bastante difícil no tener cerca su ágil mente para ayudarlo con un problema espinoso, o para desafiarlo con algún dato medio-recordado de esoterismo, o para avisarlo cuando percibía, a menudo erróneamente, por supuesto, que cierto pensamiento de él había errado el camino.

Gruñó para sí mismo. Se había vuelto demasiado dependiente con mucho. La incomodidad de tal revelación le chocó. Hubo un tiempo en que tal dependencia podría haberle costado la vida, o las vidas de inocentes. Ignoró la perniciosa voz en su cerebro que susurraba "Éstos son tiempos diferentes."

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Ahí. Puso un tapón en la segunda botella azul. Todavía podría destruirla. Declarar a la Señorita Granger que había fracasado en elaborarla correctamente. Pero sabía, aun ahora, que no lo haría. Había intentado devolver la honestidad de Hermione del mismo modo. No era reacio a disfrazar la verdad, pero sentía una curiosa reticencia a romperla. En cambio, se preparó para soportar lo que seguramente sería una experiencia desagradable.

Hermione estaba en su postura favorita de lectura, las piernas colgando sobre el brazo del sofá, el libro pendiendo más de un pie por encima de su nariz. ¿Alguna vez volvería a verla de ese modo, se preguntó?

Al haber enviado ya las cosas de la Señorita Granger esa mañana, su hogar parecía perturbadoramente árido. Se echaba en falta el indignante desorden de sus libros y proyectos y los aparentemente interminables pertrechos de tener una niña pequeña.

"Señorita Granger."

Hermione suspiró, y arrancó su libro de en medio del aire. "Severus, pensaba que habíamos dejado atrás esa estupidez de "Señorita Granger"."

"El período de nuestro contrato ha terminado. Ya no estamos vinculados mágicamente. Creí apropiado que retomáramos las formalidades adecuadas."

Hermione apretó los dientes, pero mantuvo un rostro no comprometido, agradable. No serviría mostrar su mano todavía.

"Entonces, ¿has preparado el Amas Veritas? Estoy ansiosa por probarlo."

"Sí, lo he hecho, aunque no puedo ver qué relevancia tiene este pequeño experimento en esta etapa."

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