9. Problemas Íntimos

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El hombre era imposible. Alternaba entre ser una excelente compañía y ser un quejica desagradable, suspicaz. Era capaz de actos extremos de amabilidad. Dios sabía cuánto tiempo había pasado haciendo esos croissants increíblemente buenos para ella. Pero si ella se acercaba demasiado, reconocía su creciente intimidad, se retiraba más rápido que la marea en la Bahía de Fundie.

Y si era él quien cometía el desliz, si era él quien era un poquito vulnerable, compartía algún dato de sí mismo que preferiría haber ocultado, se ponía tan desagradable como un crío con una rabieta.

Estaban tumbados en la cama, la cabeza de ella en su hombro, la mano de él acariciándole perezosamente el muslo, cuando ella había recordado la vida con padres muggles. De repente, como un regalo, él había comenzado a hablar sobre su infancia. La oscuridad de su hogar. El extremo mal genio de su padre. La incapacidad, o renuencia, de su madre a interferir cuando ese mal genio encontraba su objetivo en un joven Severus. Lo contó sin emoción, de un modo natural. Hermione guardó el momento como una joya en su mano. Un momento de confianza y amistad. No le había ofrecido compasión; lo conocía demasiado bien para eso, simplemente escuchó, presente. Mantuvo el rostro neutro, a pesar de que por dentro quería llorar por aquel pobre niño perdido.

Después, él había estado distante, luego había estado arisco, y ahora se había puesto directamente desagradable. Estaba paseándose por sus habitaciones como un felino enjaulado, fulminándola con la mirada.

"Señorita Granger." Había dicho remilgado, como si no acabara de tener su cuerpo retorciéndose bajo el suyo, "¿No tiene nada mejor que hacer con su tiempo que pasarlo leyendo en mi sofá?"

Era la primera vez que había sido verdaderamente desagradable desde que habían comenzado este proyecto juntos. Más tarde, tras reflexionar, se percató que la sorpresa no era que hubiera sido sarcástico con ella, sino que le hubiera tomado tanto tiempo serlo. Era, después de todo, su mecanismo de protección más efectivo.

Pero en ese momento, su único pensamiento fue que debía establecer un límite de comportamiento aquí. Se defendería de él, o perdería el paso firme con que habían estado construyendo su relación.

Así que, aunque sus palabras punzaban, se volvió hacia él, imitando su tono acerbo.

"Si te gustaría tener privacidad, Severus, puedes pedirla, y leeré con gusto en otra parte. Pero si insistes en ser un imbécil grosero, descubrirás que me volví considerablemente menos dócil. Trátame como una molestia y descubrirás cuán molesta puedo ser. Te aconsejo que tengas cuidado con la elección de tus próximas palabras."

Severus se quedó parado, boquiabierto. Lo que sea que vio en el rostro de ella debía haberlo sacudido, porque gritó, lanzó las manos arriba con frustración, y se marchó tormentosamente de la habitación.

Su ecuanimidad restablecida, Hermione se acomodó con su libro y otro croissant.

*********

Snape salió caminando majestuosamente del castillo. ¿Por qué le había contado esa historia sobre su infancia? Estos días tenía tan poco control sobre su mente como uno de los lerdos. Siempre estaba pensando cosas extrañas, contando historias extrañas, comportándose de maneras que ciertamente no le eran propias. Su disciplina parecía estar deslizándose. Se sentía desnudo, en carne viva, expuesto.

Quería volar. Nunca había estado cómodo sobre una escoba, para su gran mortificación adolescente. Pero había aprendido el hechizo prohibido Locomordres a la edad de 16, y desde entonces, el vuelo siempre había estado disponible para él. Era una sensación alucinante, convertirse en un soplo de aire, disolverse en una cortina de vuelo veloz. Desafortunadamente, emplearlo ahora habría sido insensato. Desde la muerte de Dumbledore, el castillo se había vuelto bastante sensible al uso de cualquier hechizo del extremo oscuro del espectro. La última vez que había usado Locomordres, había levantado un muro justo en medio del prado sur, golpeándolo en el aire bastante poco ceremoniosamente.

No es que creyera realmente que Locomordres fuera un hechizo malvado. Era asombrosamente difícil, pero eso no debería influir en la luminosidad u oscuridad de la cosa. Creía que simplemente era un caso de magia simpática... la población lo percibía como oscuro, y la magia respondía. ¿Qué, se preguntó, tendría que decir la Señorita Granger acerca del fenómeno? Ella conocía una asombrosa cantidad de teoría mística, podría tener cierta penetración... ¿qué estaba haciendo? Había salido aquí para alejarse de ella, no para consultarle sobre esoterismo mágico.

Frustrado, agitó su varita, cambiándose la ropa por un conjunto de pantalón de chándal y deportivas. Si no podía volar, correría.

Severus Snape no pensaba en por qué estaba corriendo, de qué estaba huyendo. Sólo machacaba el sendero de la orilla del lago. No rumiaba el hecho de que acababa de contarle a otro ser humano algo que había planeado llevarse a la tumba. Sólo corría. Paso, paso, exhalar. Paso, paso, inhalar. Una carrera constante, castigadora, que lo alejó velozmente del castillo. Le llevó varias millas comenzar a calmarse. Pero la calma llegó finalmente. Despacio, su malestar se drenó de su cuerpo como el sudor vertiéndose de él. Hasta que por fin, no pudo desentrañar qué lo había disgustado tanto para empezar.

A la larga, cuando su cuerpo estuvo exhausto, decidió que era hora de regresar a su suite. No podía demorar más este enfrentamiento. Si la Señorita Granger seguía armando escándalo, y decidía que quería cancelar el contrato, él simplemente se negaría. Se preparó para la batalla.

*********

Cuando regresó a sus aposentos, encontró a la Señorita Granger examinando alegre uno de sus más raros libros de hechizos. Ni siquiera levantó la mirada cuando él entró.

"Ah, Profesor, bien. He estado muriéndome por hablar con usted de este hechizo Cephlapodia. ¿Qué sabe de sus orígenes? Es realmente fascinante. Nunca he visto nada así."

Él se acercó y miró por encima del hombro de ella.

"Sí, es fascinante, ¿no? Compré ese libro a un comerciante romaní cuando tenía 22 años. Clamaba que era un antiguo tomo de su familia, pero ciertamente no puedo atestiguar eso."

Severus olvidó que su ropa estaba empapada de sudor, olvidó sus recelos sobre su conversación, olvidó que se suponía que estaba enojado con la Señorita Granger por estar en su espacio. En cambio, cayó en una animada discusión sobre el legendario hechizo calamar con una mente tan ágil y brillante como la suya. La discusión, que duró algún tiempo, fue tan satisfactoria como fue esotérica, dejándolos a ambos bastante satisfechos.

Y cuando la Señorita Granger insistió en ayudarlo a ducharse después de su carrera, bueno, eso también los dejó satisfechos a ambos.

Fin del Capítulo 9

NA: ¡Muchas gracias por leer! Theolyn

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