13. Armonía

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Aunque ambos eran escrupulosamente cuidadosos en cuanto a respetar la privacidad del otro, había días, como éste, en que la armonía entre ellos era tan grande que no podían evitar pasar largos períodos de tiempo en compañía del otro.

Esta mañana, cuando Severus despertó al amanecer para su habitual té y ejercicio, Hermione despertó con él. A medida que se acercaba el final de su embarazo, había comenzado a dormir de manera irregular, si lo hacía en absoluto, y estaba agradecida por la excusa para salir de la cama. Se habían desplazado en silencio, tazas en mano, por el largo corredor, ninguno consciente de la otra mano de Severus abarcando como apoyo la parte baja de la espalda de Hermione. Otro hábito que habían adquirido sin notarlo.

Llegaron a la Sala de Menesteres, ya perfectamente conformada para satisfacer sus necesidades. Una parte estaba dedicada a una tranquila sala de artes marciales, la otra mitad, a un estudio de yoga luminoso, aireado, completo con suelo radiante y una estera acolchada en el tono de naranja quemado favorito de Hermione.

Era bastante poco lo que podía hacer físicamente estos días, con la mayor parte de su cuerpo dedicada a albergar a su hija. Pero hacía lo que podía, asanas sencillas que no podían ser clasificadas como ejercicios, pero sí aliviaban lo peor de sus padecimientos y dolores inducidos por el sueño inquieto.

Después de un rato, comenzó a decaer, y la sala de menesteres manifestó bastante intencionadamente una amplia tumbona. Hermione se acomodó agradecida a descansar en ella.

Podría tumbarse allí, observando la práctica de él todo el día y aun así estar contenta. Observarlo moverse era como observar un felino predador. Hermoso, grácil, absolutamente peligroso. Estaba desnudo hasta la cintura, cubierto por un leve brillo de sudor, cubriendo el suelo con movimientos deliberados, cuidadosos, su espada rebanando con propósito, como una extensión de su voluntad.

Prácticamente la boca se le hacía agua al verlo. A Hermione la complacía inmensamente que su ardor hacia ella no hubiera disminuido a pesar de su perpetua expansión. Siempre era gentil ahora, demasiado gentil si Hermione era honesta consigo misma, pero su magnífico cerebro parecía no tener fin para inspirarse en inventar maneras en que sus cuerpos se ajustaran, a pesar de los obvios cambios geométricos.

Por su parte, a Snape estaba costándole concentrarse en esta última forma. Era demasiado consciente de la Señorita Granger, yaciendo en perfil Rubenesco sobre el diván, los ojos ardiendo por él. Que lo deseara, lo deseara siempre, bueno, no había nada más atractivo en la creación. Que además llevara su hija en su interior hacía emerger un nivel de necesidad de protegerla que nunca antes había conocido. Si alguien la dañara, si alguien lo intentara siquiera, dudaba que su varita fuera empleada. Lo desgarraría con sus manos desnudas primero.

La idea lo inquietó tanto que dejó la espada y cruzó a largas zancadas la habitación.

Snape cayó de rodillas junto al diván, y comenzó a desenvolver a Hermione como si fuera un regalo largamente esperado. Se deleitó en cada parte revelada, sus pechos hinchados, tan sensibles, oliendo levemente dulces a leche, tan exquisitamente responsiva a su toque. La piel traslúcida de su vientre, elevándose y aleteando mientras besaba su tensa superficie. La maravillosa hendedura entre sus piernas. Lamió, mordisqueó, tomó tiernos bocados de carne entre los dientes.

El embarazo sólo había aumentado su respuesta hacia él, así que cuando insertó dos dedos, curvándolos de modo que alcanzaran su lugar más sensible, ella explotó contra él. Era una satisfacción que difícilmente habría sido mayor con su propia liberación.

En su último encuentro, la medibruja lo había llevado aparte y le había informado que siempre que Hermione pareciera receptiva, debería considerar el sexo con su bruja un importante deber. Siguió asegurándole que no necesitaba tener miedo de tocarla.

Hizo todo lo que pudo por no burlarse en voz alta. No necesitaba que una mujer de mediana edad le hablara de las necesidades de Hermione. Las comprendía, probablemente mejor que las suyas propias. En cuanto a tener miedo de tocarla, era absurdo. Se había vuelto más gentil, un hecho que parecía molestar a la Señorita Granger sin fin. Rio entre dientes de esto... la mujer era magnífica.

Y así, cuando se arrastró detrás de ella sobre el diván, envolvió los brazos a su alrededor, y se deslizó en su humedad, lo hizo con la completa confianza de un hombre que sabe cuánto es deseado.

*********

Cuando abandonaron la Sala de Menesteres un rato después, Snape parecía perfectamente tranquilo, como si nada hubiera ocurrido. Hermione, por otra parte, estaba aturdida y ruborizada, resplandeciente y despeinada.

"Señorita Granger," murmuró él, lo bastante bajo para que nadie que pasara cerca lo oyera, "Parece una embarazada pícara."

Hermione resopló. "SOY una embarazada pícara, y POR FAVOR, deja de llamarme Señorita Granger. Es ridículamente formal de un hombre que acaba de tener su cara enterrada entre mis muslos."

Snape no dijo nada, sólo alzó una única ceja, y deliberadamente hundió uno de sus largos dedos en su boca, chupándolo hasta secarlo como si estuviera cubierto de miel.

Hermione dijo ahogadamente. "Eres exasperante, Severus Snape. Absolutamente exasperante."

Continuaron a lo largo del pasillo, la mano de él en la espalda de ella, ambos completamente satisfechos por cómo estaba transcurriendo el día.

Fin del Capítulo 13

NA: A menos que pensarais que me había quedado sin lemons... ¡Más smut para vosotros! Disfrutad.

Theolyn

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