VII

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"Cómo mismo he dicho que mi suerte a partir de ese día fue en picada, puedo decir que siempre tuve una luz al final del túnel y ese era Osmon"


—Respira profundo y dime que pasó. ¿Quiénes eran esas personas? ¿Por qué te perseguían? —preguntó con calma, aunque pude notar su preocupación.

         Solo negué comenzando a respirar profundo, aunque mis temblores no se iban. Me negaba a hablar. No podía hacerlo. No me lo perdonaría. No podía perderlo a él.

         Cuando terminó de curarme, entró el monje mayor y le pidió que me dejara sola con él. Junto a este hice ejercicios de meditación. Lloré hasta que me quedé sin lágrimas. Conversamos. Me dio consejos. Me dejó sola. Necesitaba tiempo conmigo misma, cómo decía él.

         Pasaron las horas y cuando por fin logré calmarme y desahogarme por completo, decidí salir del templo para ir a donde estarían todos los monjes haciendo sus cosas, no recuerdo el nombre, pero mis planes se vieron detenidos al encontrarme con Nadeem.

         Corrí hacia él abrazándolo con fuerza, colgándome de su cuello. Nuevamente dejando que las lágrimas cayeran. Él por otro lado me sostuvo firme acariciando mi espalda tratando de calmarme, no estaba alterada o tan asustada como antes, eran solo lágrimas de felicidad por verlo, no sé, estaba sensible y cómo hacía tiempo que no lo veía...

—¿Qué pasa enana? ¿Qué te trae así? ¿Alguien a quien tenga que matar? —Cuando me preguntó aquello quise reír, ojalá fuera tan fácil como otras veces y con unas cuantas amenazas sin sentido de su parte todo se resolviera—. Ven vamos a tu casa y allá me cuentas. Gracias por su ayuda y no se preocupen que yo la cuido —le agradeció a los monjes.

         No reaccioné cuando mencionó mi casa, solo lo hice cuando ya estaba frente a esta. Aterrorizada me aferré al asiento negándome a salir del auto.

—No pienso entrar ahí... ¿P-podemos ir a t-tu c-casa? No quiero pasar otra noche ahí dentro —Negué repetidas veces.

         El terror se había apoderado de mí. Mi cuerpo entero temblaba. Mi corazón iba a mil por hora. Mis manos sudaban frío. Mordía mi labio con fuerza, negando. Mis ojos abiertos de par en par. Los colores de mi piel cambiaban. Corrientes heladas recorrían mi cuerpo.

—No pensaba que te quedaras aquí, solo que fueras a buscar tus cosas... Mi padre nos espera... ¿Qué pasa? O mejor dicho, ¿qué pasó? Nunca te había dado miedo dormir aquí o estar sola. Llevas años en la misma historia. ¿Qué cambió? ¿Alguien les hizo daño? Porque sí, llamé a Lis y me dijo que ni se me ocurriera dejarte esta noche en tu casa. Desahógate pequeña, para algo somos mejores amigos, ¿no? —Su tono de voz era preocupado, su rostro de confusión y extrema preocupación.

         Me negué a hablar, no quería involucrarlo más, tenía mucho miedo de que le pasara algo, no me lo perdonaría.

         Bajé de la camioneta de un salto haciendo que mis pies temblaran, provocando que casi cayera al suelo, si no fuera porque me apoyé en el auto.

—¿Estás bien, enana? —preguntó con una leve risita, cosa que siempre hacía cada vez que me bajaba de su auto — ¿Cuándo vas a crecer? —Reía tratando de distraerme para que me calmara, cosa que poco a poco estaba logrando—. Oye... ¿Tu piensas quedarte ahí para siempre? ¿Te quieres hacer hielo? Venga que hace frío —se quejó, abrazándose a sí mismo comenzando a tiritar cómo si de verdad hubiera frío. Había llovido por lo que si estaba fresco, pero estábamos en plena primavera.

—Ya voy bobo, ya voy —Reí por lo bajo buscando las llaves.

         Con las llaves en mano fui hacía la puerta para encontrarme con que estaba abierta.

Sangre CodiciadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora