XXII

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"A veces hay que tomar decisiones peligrosas para salir del peligro"


—En ese caso vamos ya, antes de que se haga más tarde. Si tienes más preguntas las puede hacer en el camino —dijo el monje comenzando a caminar hacia el mismo lugar por el que había llegado el chico que nos avisó.

—Vayan primero. Tengo que ir a buscar algo —nos dijo Osmon mientras caminaba en dirección contraria a los demás, pero antes de que se alejara lo tomé del brazo. Estaba más que claro que no me iría sin él—. Tranquila pelirojita, yo voy con ustedes solo tengo que ir a buscar algo importante. Dame unos minutos y estaré a tu lado nuevamente —Me aclaró mientras me besaba en la frente antes de salir corriendo.

         Resignada caminé hasta donde estaban los demás esperándome. A cada rato miraba hacia atrás hasta que solo pude ver plantas y más plantas. Estábamos en el lago o bueno cerca de él. Podía sentir la brisa fría que siempre rodeaba a este lugar junto con el ulular del búho a pesar de que el Sol aún seguía alumbrándonos.

         Solté un fuerte suspiro, dejando de ver a mi alrededor y concentrándome en lo que se supone que tenía en frente. Ahora si no entendía nada. Frente a nosotros solo había una pared llena de plantas de enredadera. No había absolutamente nada a los lados. Un callejón sin salida. Miré al suelo y tampoco vi ninguna salida.

         Lo siguiente me dejó con la boca abierta. Vi cómo los monjes uno tras otro desaparecía como si se los hubiera tragado la tierra y esta vez de forma literal. No había puertas o un hueco visible, pero ellos seguían cayendo como si algo los absorbiera.

—Es su turno. Puede parecer aterrador al principio, pero solo tiene que mantenerse recta y no mover los brazos y piernas en ninguna dirección. Los demás la estarán esperando allá abajo —Me explicó uno de los monjes más jóvenes, pero por muy seguro que sonara, yo seguía sin entender qué estaba pasando —. Es un hechizo por aquí solo pueden pasar los que vivimos en el templo y usted. No le va a hacer daño. No se preocupe.

         Y con un pequeño empujoncito de aquel monje, que no debía tener más de dieciséis años, terminé parándome justo en aquel lugar donde todos los monjes anteriores habían desaparecido. Lo miré molesta dispuesta a regañarle cuando sentí como si algo me jalara de los pies. Mis ojos se abrieron asustados. Quise decir algo, pero no pude, fue todo en un segundo.

         Sentía como algo tiraba de mí hacia abajo. Eso de que no me moviera fue por gusto porque no podía. Me sentía más apretada que la sardina en lata. Estaba como en una especie de túnel muy estrecho siendo tragada por algo que no tenía idea de que era. Sentía como mi pecho se apretaba siendo casi imposible respirar. Mis manos sudaban. Mis ojos lloraban. Yo quería salir lo más rápido posible de ahí.

         El trayecto se me hizo eterno. Pensé que moriría ahí. Todo para al final darme cuenta de que solo habían sido unos segundos.

         Suspiré aliviada al caer al suelo firme, al cual caí de nalgas al no estar preparada, dándome un fuerte golpe. Los monjes preocupados fueron hacia mí a ayudarme a parar.

—¿Está bien? ¿Se hizo daño? —preguntaron preocupados, a lo que solo asentí.

         Luego de eso bajaron los demás, pero ninguno era Osmon. Confiaba en todos ellos, pero no era lo mismo. Estaba impaciente. Miraba hacia atrás deseando que apareciera, pero no. Tenía miedo de que algo le hubiera pasado o que no pudiera llegar a tiempo. No me quería ir sin él.

—No se preocupe, de seguro ya debe estar en camino hacia nosotros —dijo el chico que me había hablado unos momentos antes.

         Y como si lo hubiera invocado apareció Osmon corriendo para alcanzarnos. Llevaba un bolso enorme que le impedía correr más rápido.

Sangre CodiciadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora