Tengo muchísimas cosas para contarte pero seguramente no me creas. Todo empezó el día que pensé por primera vez.
Primero supe que era, después supe que estaba, Y todavía quiero saber quién soy
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El estupor de los aconteceres de las jornadas pasadas que se iban apilando una sobre otra de manera rítmica no hacía más que aumentar y aumentar. El paradero de los camaradas continuaba incierto y no había pista que les arroje un indicio mínimo, y las razones de su desaparición continuaban emplazadas sobre puras hipótesis con poco y nada de asidero.
-¿Alguien me puede ayudar?- Consultó un joven soldado entrando al hangar #1. Lombardo, Fiedrich y Castelli dejaron sus quehaceres para seguirlo al puesto de comunicaciones- Desde anoche hay interferencia. Pero es rara, rítmica. Muy débil pero perfectamente detectable. ¿Será un espía?- El muchacho era voluntario y sin previo contacto con el ámbito militar. Su miedo era evidente. Los mecánicos echaron mano a la radio y empeñaron toda su atención en identificar la susodicha anomalía en el espectro de banda electromagnética.
-se repite en bucle el mismo patrón- Observó el también joven Fiedrich- ¿Será Morse?, ¿Alguien lo entiende?- Mercado correspondió al pedido de ayuda. En un papel anotó las intermitencias en varios ciclos consecutivos de transmisión.
-Se repite el mismo mensaje. Es un pedido de ayuda, coordenadas y una matrícula- Enseñó la traducción al resto.
-¡Ese es Valentino!- Literalmente gritó Lombardo.
-Esas coordenadas son de la fábrica de armas de Río Tercero- Razonó el propio Mercado sintiéndose por desmayar y entendiendo varias cosas al fin, por lo menos una importante... El Pampa estaba en un lugar concreto. Lugar concreto donde por supuesto no debería estar, y aunque el qué hacía ahí continuaba siendo un misterio contaban con quizás la información más sólida e importante que les abría la puerta a descubrir todo lo demás.
Pero no había manera. Necesitaban argumentos para ir a la fábrica, los argumentos debían ser reconocidos y validados por el Ejército, el Ejército hacía oídos sordos a tales pedidos y reclamos y los dejaba sin posibilidad de ir a la fábrica. Las fechas se hacían críticas y cualquier jugada tenía estancamiento total.
Allende retomó todas sus capacidades. Pero era ya tarde.
Lo habían torturado otra vez, esta vez si se habían pasado. Y medio lúcido, medio paralizado, había sentido cada golpe, cada ultraje. ¿Cómo debía soportar aquello sino resistiendo, resistiendo y resistiendo? ¿Valía la pena salir con vida de allí? Se refugió en el recuerdo de su familia. De Mariel, de Tomasito, sus amigos y camaradas. Sin ir más lejos, de Valentino.