La caléndula

423 18 13
                                    


Mientras el mundo de los seres humanos era conocido por un nombre, los dioses tenían el suyo, en cada región se tenía un nombre distinto para aquel mundo que los dioses gobernaban, y para lo que sería en el centro de América era llamado Aztlán. Cada dios tenía una tarea asignada desde el día de su nacimiento, es un trabajo que no pueden negarse a hacer debido a que viven por los seres que habitan en la tierra; es una coexistencia entre ambos mundos donde uno depende del otro, un equilibrio perfecto como la vida y la muerte. El tiempo no transcurre como el de los humanos, avanza tan distinto que una semana para los humanos podría ser para ellos un mes entero, o incluso todo un año, avanzan más de lo que los humanos podrían avanzar.

Sin embargo, los dioses no pueden dejar de ser iguales a los humanos en muchos aspectos, si no tuvieran lo que les habían catalogado como dioses podrían hasta ser tan humanos como cualquiera que habitan en ese mundo que se ha creado con admiración y asombro. Los dioses podrían ser perfectos pero no es así, ni siquiera entre esos seres con poderes la perfección no es real, mas nunca admitirían que se equivocan, al menos no entre los humanos.

Y ahora, Aztlán estaba teniendo una celebración por coronar al nuevo gobernante del reino de los muertos, un lugar creado para que habiten todos aquellos seres humanos que ya se les ha apagado la vela de la vida; aunque ya no puedan volver de nuevo a su mundo, en la tierra de los muertos se les asegura que siempre vivirán y se volverán a reunir con todos sus seres queridos para estar juntos en aquella tierra por toda la eternidad.

—Así como lo escribe el Libro de la Vida: aunque ya no exista en el mundo de los mortales vivirán en la tierra de los muertos- promulgaba uno de los dioses cuyo cargo era precisamente el del equilibrio entre los mundos de los vivos y muertos, un hombre hecho de cera con una barba hecha de nubes y adornos de madera con cobre.— Por eso es que se ha elegido a un gobernante digno de tomar el puesto de gobernar esta tierra de entre muchos que me pidieron serlo.

«¿Cómo que muchos candidatos si yo fui el único que pidió el puesto?».

Entre los dioses que estaban reunidos en aquel enorme salón del gran templo de Aztlán, estaba uno que escuchaba con atención aquel mísero discurso para él ya que no le agradaba la idea de no haber sido elegido como el gobernante de la tierra de los muertos si se supone que es un dios de la muerte. Lo era mucho antes de llegar a Aztlán cuando partió de su tierra con los humanos que se hacían llamar colonizadores en búsqueda de nuevas tierras así como él y su hermano viajaron para buscarlas y encontrar donde gobernar como los dioses que eran. Éste intentó por varios años poder ser el rey de aquel reino ya que le daba grandes beneficios que ningún otro dios podría recibir: los dioses de la muerte eran los más adorados en aquella región.

Su aspecto era de piel oscura, barba larga y blanca, su ropajes igual de oscuros con pequeños toques en sus adornos de color morado y verde, sus ojos eran unas calaveras de color rojo que resaltaban con el verde que resplandecía en su interior, con guantes negros que cubrían sus dedos larguiruchos y unas alas enormes en su espalda.

Su oportunidad de ser gobernante se había esfumado ya que Tonacatecuhtli nunca le pareció el indicado para el puesto, más que nada por haber causado con anterioridad problemas con los mortales. Se esperaba a alguien digno, un dios que fuera capaz de comprender la vida de los mortales, hasta ahora no existía ningún dios merecedor de aquello hasta que se le anunció que encontraron al quien sería indicado para era proeza. Estaba muy contento de que por fin alguien estaba listo para ser dirigente de aquel reino de los muertos, todos estaban ansiosos de saber quién sería, menos aquel dios de oscuridad que estaba hecho de alquitrán y de todo lo asqueroso del mundo.

—Jamás perdonaré esta ofenda, yo debería gobernar ese reino—.

Pero el destino siempre depara sorpresas inesperadas incluso en el mundo de los dioses.

El azúcar y alquitrán se mezclanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora