Entre hermanos

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El tiempo pasó, La Catrina decidió perdonar al Hombre de Cera por lo que había hecho con las cartas ya que a palabras suyas al ser un buen amigo se ganó su perdón pero a la vez le dejó con la idea que no importa que tan cercanos sean los dioses con los que vaya a estar estos siempre le irán a decepcionar de una manera u otra.

Incluso el dios hecho de velas tuvo que entregarle todas las cartas a Xibalba que nunca había recibido de La Catrina lo que para el dios fue como si se llenara de una luz que calmara sus ansias en esa tierra donde pasaba totalmente su soledad y exilio, lo soportaba con cada carta, cada palabra que le había dedicado La Catrina.

Y ahí no fue parando escribiéndole cartas todo el año hasta que pudieran verse en la Tierra de los Vivos. Xibalba tomaba muy en serio su palabra de intentar ganarse el corazón de La Catrina antes de poder hacerla su esposa y la diosa agradecía enormemente que él no la hubiera desposado tan a la fuerza. Ella pensó que jamás volvería a abrir su corazón ante ningún dios si no fuera por el esfuerzo de Xibalba era de una magnitud que ella sin darse cuenta su candado se estaba derritiendo.

Tuvieron varias citas en la Tierra de los Vivos que incluían paseos a caballo o cenas en el cementerio, se iban conociendo la vida del otro, algo muy diferente a como fueron las citas que La Catrina había tenido con el Chamuco.

—¿Sabías de una tierra que los vivos llaman España? Es por ese continente de donde venimos mi hermano y yo —explicó Xibalba. —Fuimos en barco hasta aquí, vestidos como humanos, iguales a aquellos seres vivos que aquí llamaron "conquistadores españoles" o algo así.

—¿Y extrañas tu tierra natal? —quiso saber La Catrina.

—Un poco. No es como aquí, tuvimos que marcharnos por serias razones, hace tiempo que llamé a este continente mi hogar y lo es más aún porque estás aquí.

La Catrina se sonrojó un poco, más cuando Xibalba le tocó su mano rozando su pulgar entre sus nudillos y meñique.

El dios hecho de alquitrán estaba tan feliz de estar con La Catrina, aún no era su esposa y todavía seguía en el exilio, pero le agradaba mucho cada momento que podía estar con La Catrina con la esperanza de que algún día le aceptaría y sería su esposa.

Aztlán estaba en su gran apogeo por celebrar una gran fiesta debido al nuevo milenio que llegaba a la Tierra de los Vivos, era más que evidente que a pesar de que muchos dioses ya no podían hacer sus deberes por falta de apoyo de los mortales, aún dejaban para siempre un rastro de su existencia entre los mortales. La diosa que más adoraban a aquellos seres era, por su puesto, La Catrina, aunque a veces la pena le llenaba en su ser lleno de dulce convirtiéndolo en amargura cuando los mortales terminaban haciendo cosas horribles como las guerras, no le parecía justo una muerte como aquellas pero bien que se iba acostumbrado por las calmas que le daba Xibalba para evitar verla sufrir.

Fuera del tema de la fiesta celebrándose en el gran salón de fiestas, La Catrina disfrutaba también charlar con los otros dioses, en especial con el Hombre de Cera que aún no podía creer que Xibalba consiguiera tener las citas que tanto deseaba tener con La Catrina. De haber sabido que Xibalba usaría esa apuesta para tener a la fuerza el corazón de La Catrina se lo hubiera impedido buscando varias maneras de hacerlo, así fuera enviar a Xibalba muy lejos del continente.

Mientras tanto, La Catrina daba un paseo por aquel jardín donde había visto a Xibalba por primera vez hasta que, como si ella lo hubiera atraído con el poder de su pensamiento él apareció con un ramo de flores con calaveritas decoradas con cempasúchil en los orificios de los ojos. Al ser día de fiesta se le había permitido asistir, era como un pase libre que se le otorgó al igual que como le hacía cuando era Día de Muertos.

El azúcar y alquitrán se mezclanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora