La Catrina se encontraba envuelta en las sábanas de su cama mientras la tristeza la inundaba por completo. No dejaba de llorar empapando su rostro provocando que su maquillaje ensuciara hasta la tela de la cama.
Se levantó un momento hasta llegar hacia el tocador donde se miró al espejo que tenía forma de corazón, el reflejo que observaba era de una diosa de la muerte apagada como la velas de los vivos cuando fallecen, sus ojos estaba muy hinchados y rojos, su cabello despeinado y sin cuidado, el rostro estaba tan sucio por el maquillaje corrido que ella no podía ni reconocerse a si misma como la diosa de la muerte que era tan alegre y dulce como el azúcar el que estaba hecha.
Hasta las caléndulas que tenía en su cabello se secaron y marchitaron en un instante como las flores en todo su vestido, ya nada en su alrededor detonaba esa chispa de vida que tanto le identificada a su ser. Del mismo modo las velas que siempre llevaba en su sombrero y vestido se les estaba reduciendo la luz.
Ya nada en ella relucía vida a pesar de que se suponía que era la diosa de la muerte, pero nunca fue una diosa como aquellas que solo emanaban el dolor y la tristeza. Que pena sentía al ver como las flores se habían secado, más que todo las que Xibalba le había regalado el día en que se vieron por primera vez y todas las otras que les fue regalando a lo largo de los siglos por las citas que habían tenido y terminaron siendo decoraciones en su tocador.
Fue hacia los jardines del palacio que tenía en la Tierra de los Recordados para reemplazar las flores que se estaban marchitando a lo largo de su habitación y extendiéndose por todo el palacio. Sin embargo, al tocar las flores frescas del suelo estas se secaban en sus manos y terminaban marchitas. Tanta era la tristeza de su corazón muerto que todo moría con su tacto. Ya no había ni flores, ni papeles de colores, ni luz ni color en el castillo de La Catrina, la comida tenía siempre un sabor amargo y dejaba de alimentarse por eso. Nada pudo hacer para evitar que todos en su reino vieran su amargura, ninguno de los habitantes de la Tierra de los Recordados deseaba ver a su señora con ese estado lamentable cuando siempre era tan alegre y dulce como el caramelo y ahora no parecía ser la misma señora que ellos conocían.
Todos hacían lo posible por consolarla y apoyarla cuando estaba atormentada por su corazón roto y sus llantos provocados por sentirse ahora sola sin su esposo.
Por las noches deambulaba por todo su castillo sintiendo un insomnio completo, nada podía hacer para volver a dormir, siempre que lo intentaba se volvía a despertar observando el lado vacío de su cama que aún emanaba la esencia de Xibalba que había dejado sobre aquel mueble con el cual había compartido con su esposa, amándola cada noche y mostrándole de muchas maneras ese amor que tanto le había ofrecido.
—Xibalba, cuanto te extraño—susurraba La Catrina acariciando el lado de la cama el que Xibalba siempre dormía con ella.
Suspiró, era un suplicio, nunca pensó que así se iría a sentir luego de haber desterrado a su marido de su reino por un largo tiempo.
¿Qué había sucedido? Se hacía esa pregunta cada día, había algo que pudo haber hecho que pudo confabular para que todo se hubiera ido cuesta abajo en lo que se refería a su matrimonio. ¿Habrá sido que Xibalba nunca fue el hombre que ella creía que fuera y que todo había sido una treta para poder quedarse como el título de monarquía que siempre había deseado como dios de la muerte? ¿Será que en realidad nunca la amó realmente? No creía que eso hubiera sido posible, lo que ella si podía confirmar por su propio corazón era que él si la amó de verdad; podría negar toda la fantasía y ver que la realidad habría sido una mentira, mas su corazón le decía a gritos que Xibalba la había amado de manera incondicional antes de sentir como se comenzaba a quebrar en pedazos.
Toda aquella felicidad se iba cada vez desvaneciendo hasta convertirse en simples recuerdos. ¿Qué más podría hacer ella con ese vacío? Simplemente continuar como la reina de la Tierra de los Recordados tal y como siempre lo había sido, pensar que podía hacerlo sin la compañía de un marido a su lado fue lo que la empujó a continuar con su labor. Así lo fue haciendo hasta que finalmente esa sensación se le fue desapareciendo por completo de su ser, ahora tenía a los muertos que le llenaban ese vacío que Xibalba le había dejado y se sentía mejor gracias a todas las atenciones que había recibido para que le ayudaran a levantar su ánimo.
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El azúcar y alquitrán se mezclan
FanfictionEstos dos dioses son tan opuestos entre sí como el día y la noche, pero de alguna manera están juntos y aunque estén separados, no soportan la idea de vivir separados uno del otro. Nuestra historia se sitúa tiempo atrás, como fue que comenzó este si...