Acorralada por un demonio

245 12 1
                                    


Veinte años habían pasado, el mundo estaba cambiando al igual que los dioses, la vida avanzaba más rápido que los mortales y todos disfrutaban sus vidas de buena manera. En ese tiempo la relación que tenía La Catrina con el Chamuco estaba siendo muy estable y ella esperaba matrimonio pero el dios infernal no quería todavía atar ningún nudo, aún era muy joven para esas cosas y quería algo de diversión antes de decidirse, o más bien, deseaba tener relaciones con La Catrina pero ella se negaba alegando que debían esperar a estar casados. La única razón por la que accedió fue porque esperaba que en algún momento con sus seducciones hiciera que la Catrina terminara cayendo y entregándose a él aunque no estuvieran en una relación marital de manera formal.


Aquel día La Catrina y el Chamuco se encontraban en una fiesta que había organizado el Hombre de Cera en un salón de fiestas de Aztlán para todos los dioses con el fin de festejar que los vivos celebraban su libertad; pero no todos los dioses habían ido a la fiesta, a Xibalba no le habían dado siquiera invitación y La Noche no pudo ir porque su hermana no le avisó para que no descubriera su relación con el Chamuco. A pesar de que el Hombre de Cera estaba feliz de que los dioses en la fiesta se divirtieran, en realidad había sido una excusa para ver a La Catrina porque fue la única forma que se le ocurrió con el fin de verla y hablar con ella para así declararle sus sentimientos; sin embargo, cuando el Chamucho le rodeó con sus brazos a la diosa éste se dio cuenta que ya no tendría oportunidad con ella, eso ya se había ido cuando supo la relación que tenía la diosa de la muerte con el Chamuco; tanto que la deseaba y la amaba en secreto que nunca tuvo valor para confesarle sus sentimientos ahora siendo muy tarde para él.

Se había demorado demasiado para hacerlo.

Mientras tanto el Chamuco se llevó a La Catrina hacia los jardines y la empezó a besar de manera apasionada, cuando sus labios descendieron hasta su cuello se dio cuenta del collar que tenía ella el cual le había regalado Xibalba. A el dios de brasas de fuego le extrañó tanto que ella tuviera un collar como ese ya que él nunca se lo había regalado y conocía ese material que era proveniente de su tierra natal.

—¿De dónde sacaste ese collar? — le interrogó el Chamuco.

—Xibalba me lo regaló —respondió La Catrina.

—¿Y por qué le aceptaste eso?

—Porque Xibalba es mi amigo —murmuró La Catrina.

—Quítatelo —le ordenó el Chamuco.

—Solo es un regalo de Xibalba —replicó La Catrina. —¿Qué parte de solo somos amigos no entiendes?

—Te lo prohíbo.

—Estás exagerando —reclamó La Catrina.

Su ira comenzó a elevarse, el pensar que su hermano menor estaba dándole regalos a su novia como si lo hiciera a propósito para quitarle a La Catrina lo molestaba, al igual que a un hermano mayor que no le gustaba que su hermano menor le agarrara sus cosas sin su permiso. Sin que la diosa pudiera hacer nada éste le arrancó el collar, ella quedó muy impactada por la actitud del Chamuco lo que hizo que comenzara a molestarse debido a que le parecía una exageración lo que estaba haciendo.

—No permitiré que esta vez Xibalba me arrebate lo que es mío —gruñó el Chamuco. —No quiero que siga siendo tu amigo.

—No puedo creer que te comportes así —masculló La Catrina. —Chamuco, el hecho de que sea tu novia, no te da ningún derecho a decirme quienes pueden ser o no mis amigos. Tengo derecho a decidir por mi cuenta, no tú.

Agarró el collar y antes de que el Chamuco pudiera detenerla La Catrina usó sus poderes para estamparlo contra la pared y se fue de la fiesta molesta por lo que había ocurrido se marchó de la fiesta sin siquiera despedirse del Hombre de Cera.

El azúcar y alquitrán se mezclanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora