Somos como estrellas (REESCRIBIENDO)

c i n c o

El pequeño restaurante italiano La Trattoria di Nonna Maria es como un abrazo cálido. Las paredes están adornadas con fotografías en blanco y negro de familias italianas, todas sonriendo bajo el sol del Mediterráneo, mientras el aroma a ajo, albahaca y tomate madura el aire, como si el propio sitio se estuviera cocinando lentamente.

Es la primera vez que Cameron y yo estamos aquí, y ya nos sentimos como si fuéramos parte de la familia, algo que, honestamente, no esperaba, porque, bueno, el "ser parte de la familia" implica una cercanía un poco incómoda a veces. Pero Devorah parece haber hecho de este lugar su segunda casa, y no es para menos: el dueño, un hombre regordete con una risa contagiosa y bigote tipo macho alfa de película, es amigo cercano de la familia Archer. Parece que conoce a Devorah desde que tenía diez años, y la saluda como si fuera su hija, llamándola "piccola Debbie" con una sonrisa que podría derretir hasta el más frío de los corazones.

Cameron y yo nos sentamos frente a una mesa en la esquina, un rincón acogedor donde una pequeña vela encendida parece hablar en su propio idioma, invitándonos a relajarnos. Ambos, probablemente nerviosos por este nuevo "capítulo gastronómico", intercambiamos miradas cómplices. Este lugar tiene un aire especial, ese tipo de magia que parece crear una burbuja en la que el resto del mundo simplemente se desvaneció.

—Voi due... —dice el dueño, con voz profunda y un acento que suena como si estuviera narrando un poema, mientras nos sirve las cartas—. Venga, no se hagan de rogar. Hoy les haré algo especial.

Cameron levanta una ceja, el mismo gesto que pone cuando no está seguro de algo.

—¿Especial? —pregunta, bajando la mirada hacia el menú. Como buen futuro médico, tiene esa mirada inquisitiva, como si estuviera analizando cada palabra, como si el menú fuera una especie de receta científica que tiene que estudiar antes de decidir si es seguro para el consumo humano.

Devorah, por otro lado, no necesita menú. Ya sabe lo que quiere, y le hace un gesto cómplice al dueño mientras lo mira con una sonrisa traviesa.

—Oggi... vengo per il piatto della casa. —Su voz es un susurro, un pequeño código entre ellos que ni Cameron ni yo entendemos.

El dueño asiente con gravedad, como si fuera un secreto demasiado grande para compartir. Cameron y yo intercambiamos miradas, pero no podemos hacer nada más que reír. Es algo casi cómico cómo Devorah se las arregla para estar en todos los lugares correctos a la hora correcta. Si alguna vez las ciencias de la medicina no le funcionan, seguro podría hacer carrera como diplomática.

—¿Me acaba de insultar? —pregunta Cameron, mirando a Devorah con cara de desconcierto, como si le estuvieran hablando en latín.

—¡No! Solo que se ha asegurado de que nos van a traer el "plato del día" sin siquiera preguntar —le responde, soltando una carcajada.

Yo, por supuesto, me siento completamente ignorante en este terreno gastronómico, pero disfruto viendo cómo Cameron y Devorah interactúan. La comodidad que tienen entre ellos es palpable, y aunque yo soy la recién llegada al grupo, no me siento fuera de lugar. Al contrario, es casi como si todo tuviera sentido, como si estos pequeños momentos fueran los que realmente definen lo que es una amistad, incluso una amistad que está empezando a convertirse en algo más grande de lo que yo pensaba.

—Esto me está empezando a dar hambre —confiesa Cameron mientras observa a Devorah con curiosidad, como si intentara averiguar qué está tramando.

Y en ese preciso momento, el dueño de la trattoria regresa con una bandeja gigante de pasta. Un plato humeante con salsa roja, albahaca fresca y un aroma que parece haber llegado directamente de Roma. Coloca el plato en el centro de la mesa y nos mira con una sonrisa triunfante.