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La pantalla del televisor parpadea frente a nosotras, proyectando las desventuras de una comedia romántica británica tan mala que casi podría considerarse arte. Love's Crumpet, o algo así, trata de un panadero enamorado de su vecina, una violinista que no puede tolerar el gluten ni el amor. Devorah lleva diez minutos resoplando como si el solo acto de mirar la película le robara años de vida.

—¿De verdad estamos viendo esta basura? —pregunta, mientras lanza un cojín al aire y lo atrapa como si el pobre objeto tuviera la culpa.

—Es un clásico... —responde Sarah, acomodándose en el sofá con la tranquilidad de alguien que ha hecho de la paciencia una virtud.

—Clásico mis narices. Esto es lo que pasa cuando les dan cámaras a gente sin alma.

Yo me río en silencio, observándolas desde mi esquina del sofá. Devorah, siempre al borde de la revolución, y Sarah, inmutable como un lago en calma. Es curioso cómo una persona puede ser tan distinta a lo que imaginabas. Antes de conocerla, me había hecho una imagen de Sarah en mi cabeza: sofisticada, distante, quizá un poco arrogante. Alguien que podía estar tan cerca de Mike tenía que ser intimidante, ¿no? Pero ahora, después de pasar toda la tarde con ella, me doy cuenta de lo equivocada que estaba.

Sarah no es ninguna de esas cosas. Es probablemente la persona más buena y tranquila que he conocido en mi vida. Tiene una risa suave, como si nunca estuviera del todo segura de si debe reírse. No se impone en las conversaciones, pero cuando habla, siempre dice algo que vale la pena escuchar. Su apartamento está decorado con un estilo acogedor, lleno de plantas verdes y estanterías con libros desordenados que dan la sensación de que la vida aquí es, ante todo, sencilla.

Mike tiene suerte de tener a alguien como ella. No sé por qué me cuesta tanto admitirlo, pero es la verdad.

—¿Quién pide una hamburguesa con rúcula? —Devorah interrumpe mis pensamientos, hojeando su móvil para revisar el pedido—. En serio, no puedo confiar en una persona que pide rúcula en vez de bacon.

—Fui yo, Dev. —Sarah sonríe desde su rincón, sin molestarse en defender su elección.

Devorah levanta las manos en un gesto exagerado.

—Por supuesto que fuiste tú. Tú también eres un clásico, Sarah. Pero de esos que nadie sabe por qué funcionan. Como las croquetas veganas.

La conversación sigue yendo y viniendo entre nosotras, ligera como el aire. Afuera, la noche cae y las luces de la ciudad parpadean a través de la ventana. Es un momento extraño, entre risas y silencios, en el que todo parece estar en equilibrio. Pero hay algo en el fondo, algo que no me deja relajarme del todo. Tal vez sea el recuerdo de Mike. Tal vez sea lo que pasó en el baño del restaurante.

Sarah me mira, como si pudiera leerme el pensamiento.

—¿Estás bien, Alisa? —pregunta, con esa voz que tiene el poder de apaciguar tormentas.

—Sí, claro. —Le sonrío, pero no estoy segura de que me crea del todo.

Mike entra al apartamento como si el peso del mundo descansara en esas bolsas de papel grasientas que lleva en las manos. Su presencia cambia la atmósfera del lugar, como si alguien hubiera abierto una ventana en medio de una tormenta.

—¿Qué haces aquí con eso? —pregunta Sarah, arqueando una ceja mientras señala las bolsas.

Él deja las hamburguesas en la mesa con un movimiento casual, pero hay algo en su expresión que parece calculado, como si estuviera disfrutando del momento.

—Me he encontrado al repartidor en la entrada. Parecía más perdido que un pingüino en el desierto, así que le he dicho que iban para aquí. Las pagué y me las llevé.

Somos como estrellas (REESCRIBIENDO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora