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No sé cuántas horas llevo ordenando mis cajas y guardando la ropa en el armario, pero la fatiga comienza a pesarme en los hombros. El sol ya se ha puesto y la luz artificial de la lámpara de mi habitación proyecta sombras suaves sobre las paredes desnudas. Me siento en el suelo, rodeada de cajas de cartón y montones de ropa que he ido sacando y organizando.

Abro la última caja con un esfuerzo, y meto la mano en su interior. Siento el papel arrugado y algunas fotos viejas que había olvidado. Mi mano encuentra un marco de fotos y lo levanto con cuidado. Es una foto antigua de mi padre, mi madre, mi hermana pequeña y yo. La imagen está algo descolorida, pero aún puedo reconocer nuestras sonrisas y el abrazo familiar que nos une. No quiero mirarla demasiado; sé que si lo hago, las emociones que he estado intentando mantener bajo control se desbordarán. Así que simplemente dejo el marco sobre la mesita de noche, junto a la cama.

Doblo la caja con movimientos automáticos, tratando de no pensar en lo que acabo de ver. La meto en el fondo del armario y cierro la puerta con un clic seco. Me levanto con cuidado, estirando los músculos adoloridos y mirando a mi alrededor. La habitación está empezando a parecer menos un espacio vacío y más un lugar al que puedo llamar hogar, aunque me cuesta ver cómo encajará todo.

El armario está lleno de cajas apiladas, y las estanterías aún están vacías, esperando ser llenadas con mis cosas. La cama está hecha, pero la colcha aún está arrugada, y la mesa de noche tiene sólo el marco de fotos y una lámpara que, aunque funcional, no parece haber encontrado su lugar definitivo.

Suspiro profundamente, tratando de despejar la mente. Este lugar aún no es mío en el sentido completo de la palabra, pero tengo que acostumbrarme a hacerlo mío. Mientras me siento en el borde de la cama, miro alrededor y me doy cuenta de que esto es un nuevo comienzo. Todo está en su sitio, pero aún falta ese toque personal que hará que este espacio se sienta realmente como el hogar que necesito.

Con un último vistazo a la foto sobre la mesita, me levanto y decido que es hora de darme una ducha. Me siento como si hubiera pasado un día entero sin parar, y el agua caliente será un alivio. Me quito la ropa y me meto bajo la ducha, dejando que el agua caiga sobre mí. El calor me envuelve, y mientras el vapor llena el baño, siento cómo el cansancio y las tensiones del día empiezan a desvanecerse. Lavo mi cabello y me enjuago, disfrutando de un momento de paz y soledad.

Después de la ducha, me envuelvo en una toalla suave y me seco con cuidado. Salgo del baño sintiéndome mucho más fresca, y me dirijo al armario para ponerme algo más cómodo. Pero antes de que pueda cambiarme, mi teléfono suena desde la mesita de noche. Es una llamada de Cameron.

—Hola, Cam —digo al responder, tratando de sonar animada.

—¡Ali! —responde con su tono alegre y relajado—. ¿Cómo va todo? ¿Cómo va tu primer día en el campus?

—Pues... ha sido un día largo —le cuento—. He pasado horas ordenando cosas y tratando de hacer que la habitación se sienta un poco más como hogar. Pero está bien, ya estoy empezando a adaptarme.

—¡Me alegra escuchar eso! —dice él—. Oye, pensaba que podríamos ir a cenar juntos más tarde. Hay un par de sitios por aquí que podrían ser interesantes, y me vendría bien un poco de compañía. ¿Qué dices?

—Eso suena genial —admito, sintiéndome aliviada por la idea de salir y tener un cambio de escenario. La idea de compartir una comida con alguien conocido me parece muy reconfortante—. ¿A qué hora te vendría bien?

—Podemos encontrarnos en el comedor principal en una hora, si te parece bien. Así te da tiempo para relajarte un poco y prepararte. ¿Te parece?

—Perfecto —respondo—. Estaré allí.

Somos como estrellas (REESCRIBIENDO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora