d i e c i s i e t e

865 53 8
                                    

La tienda detrás de nosotras se queda en silencio, como un eco apagado mientras Dev y yo salimos con bolsas en las manos. La luz del centro comercial es un frío contraste con el calor incómodo que empieza a crecer en mi pecho. Busco a Mike con la mirada, pero todo lo que encuentro es el rostro de Tom, tenso, demasiado controlado. Algo en su postura me pone en alerta.

—¿Dónde está Mike? —pregunto, tratando de mantener mi tono neutro, aunque ya sé que no voy a recibir una respuesta que me guste.

Tom cruza los brazos, su expresión una mezcla de condescendencia y algo más oscuro que no logro descifrar del todo.

—Se fue. Lo eché. No voy a permitir que alguien que te hace daño esté cerca de ti.

Mis pasos se detienen, y el mundo alrededor parece dar un giro extraño. No sé si es la furia lo que me hace temblar o si simplemente no puedo creer lo que acaba de decir. Miro a Dev, pero ella también parece desconcertada, sus cejas levantadas como si estuviera esperando mi reacción.

—¿Qué dijiste? —mi voz es baja, pero la rabia se filtra como agua en una grieta.

Tom no se inmuta.

—Lo eché. No te conviene, Alisa. Siempre está rondándote, haciendo lo que quiere sin pensar en ti. Yo te estoy protegiendo.

El estallido en mi pecho es inmediato, como un incendio que llevaba horas esperando la chispa correcta. Dejo caer la bolsa al suelo y doy un paso hacia él.

—¿Protegerme? ¿De qué demonios hablas, Tom? —mi voz se quiebra, pero no por debilidad, sino por el peso de todo lo que llevo acumulando todo este tiempo—. He pasado toda la tarde intentando hablar contigo, tratando de terminar con esto, y tú... tú no me has dejado ni abrir la boca. Y ahora resulta que echas a Mike.

Él alza las manos como si mi reacción fuera una exageración, como si no tuviera derecho a estar enfadada. Pero lo que dice a continuación enciende aún más mi furia.

—Eres mi novia, Alisa. No voy a dejar que termines conmigo.

Las palabras caen como una roca sobre un lago helado, rompiendo la superficie de cualquier calma que pudiera quedarme. La incredulidad se mezcla con el enojo y la frustración, y siento cómo mi control se desmorona en mil pedazos.

—Yo no soy tu nada, Thomas —digo, su nombre completo saliendo de mis labios como un veneno—. Esto no es real. Nunca lo fue. Solo era un maldito acuerdo de críos inútiles que no sabían lo que hacían.

Algo en su rostro cambia, endureciéndose de una manera que nunca antes había visto. Me agarra del brazo, sujeta con demasiada fuerza, y el gesto me sorprende tanto que no sé cómo reaccionar al principio. Su agarre no es físico solamente; es como si intentara retenerme, como si pudiera controlar todo lo que soy con una simple mano.

—No hables así. No lo digas. No voy a dejar que termines esto, ¿entiendes? —su voz está cargada de algo que no reconozco, algo que me asusta un poco más de lo que me gustaría admitir.

Intento soltarme, pero su agarre se endurece. La furia me nubla la vista y las palabras se atropellan en mi boca.

—Suéltame, Tom. Ahora.

Pero él no lo hace. Y por un segundo, todo lo que había sentido por él —incluso como amigo, incluso como un chico con quien compartí momentos de risa y secretos— se desvanece, dejando un vacío frío.

El brazo de Tom sigue atándome a este instante, como si al apretarme quisiera hundirme en el suelo. Pero no es su fuerza lo que me inmoviliza, sino las palabras que caen de su boca, cada una más cruel que la anterior, como si supiera exactamente dónde golpear.

Somos como estrellas (REESCRIBIENDO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora