Mike Archer.
El sol se filtra por la persiana mal cerrada, rompiendo la oscuridad con rayas de luz que caen directamente sobre mi rostro. Me despierto con la cabeza pesada, un martilleo constante que no cede ni cuando cierro los ojos de nuevo. El aire está cargado, huele a alcohol y algo más... Perfume dulce, empalagoso, uno que no reconozco.
Me quedo tumbado un momento, dejando que mi mente flote entre la niebla. Todo es confuso. La noche anterior es un borrón: imágenes dispersas, risas, una música demasiado alta, alguien hablando muy cerca de mi oído, la sensación de una piel que no es la mía.
Me giro y la veo.
Una chica, desconocida, ocupa un espacio que debería sentirse mío. Tiene el pelo revuelto, una maraña oscura que cubre la mitad de su rostro. Su respiración es tranquila, profunda. Está dormida, como si aquí estuviera su refugio, como si yo no fuera un extraño.
¿Quién es?
No lo sé. Ni su nombre, ni cómo acabó aquí. Mi mente busca respuestas como quien revuelve un cajón lleno de papeles viejos, pero todo lo que encuentra son sombras y huecos. Recuerdo risas, sí, pero no sé si eran suyas. Recuerdo las caricias, pero no sé si las quise.
Me siento en el borde de la cama, intentando no hacer ruido. El suelo está frío bajo mis pies desnudos, y eso me despierta un poco más. Hay ropa por todas partes: la mía, la suya, desparramada como si hubieran sido abandonadas a toda prisa.El reflejo del espejo me devuelve una imagen que no reconozco. Mis rizos —aunque hace años los cuidaba como si fueran mi mejor tesoro— están más desordenados que antes, los ojos hundidos, la marca de una vida que no me pertenece, pero que insisto en arrastrar. Hay un vacío ahí, un agujero negro que parece hacerse más grande con cada día que pasa.
Cierro los ojos e intento recordar. No por ella, sino por mí. Por entender qué estoy haciendo con mi vida, por entender qué me ha traído hasta aquí.Y entonces, como una estrella fugaz que aparece y desaparece en un segundo, una imagen se cruza en mi mente: Alisa.
No debería estar pensando en ella. No cuando tengo a otra en mi cama, no cuando he hecho lo que hice. Pero ahí está. Esa mirada que me perseguía incluso antes de saber que existía, esos ojos que parecen ver más allá de lo que quiero mostrar. Esa manera en que pronuncia mi nombre, como si fuera algo frágil, algo digno de ser cuidado.
Siento algo en el pecho, un peso, una punzada, una verdad que no quiero enfrentar. Porque no importa cuántas veces lo intente, no importa cuántas chicas haya en mi cama, ella siempre está en mi cabeza.
Me levanto, buscando algo con lo que llenar este silencio. Camino por la habitación recogiendo mis cosas, intentando no mirarla, intentando ignorar ese vacío que sigue creciendo. Pero no puedo evitarlo. Cada paso que doy parece llevarme de vuelta a ella.Alisa.
El nombre resuena en mi cabeza como un eco. Y mientras me muevo por la habitación, mientras intento reunir las piezas de una noche que no quiero recordar, no puedo evitar pensar que estoy perdiendo algo más grande. Algo que nunca debería haber dejado ir.
Revuelvo entre la ropa tirada, y mis manos encuentran unos pantalones de chándal grises que suelo usar cuando estoy en casa. Me los pongo sin pensarlo demasiado, el elástico ajustándose a mi cintura mientras mi mente sigue dando vueltas como un maldito torbellino.¿Cómo he llegado a esto?
Me siento sobre el borde de la cama y apoyo los codos en las rodillas, dejando escapar un suspiro largo. Hay un nudo apretado en mi pecho que no sé cómo deshacer. Me enfado conmigo mismo, con la resaca, con esta habitación desordenada, con la vida que llevo arrastrando como un peso muerto.
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Somos como estrellas (REESCRIBIENDO)
Teen FictionAlisa Jones creía que lo sabía todo. Sabía que la universidad era su renacer, un refugio donde las sombras de su pasado no podían alcanzarla. Sabía que su mejor amigo, Cameron, era su puerto seguro, el único constante en un mundo lleno de caos. Sabí...