6. Cuando éramos felices

602 90 24
                                    

Ethan

Luego de una apasionada sesión, de aparentar que no tuvimos sexo dos veces en mi auto ante el recepcionista del edificio, fuimos derecho a mi apartamento. Me sorprendió la energía de Torrance, no me quedaron fuerzas para seguir una cuarta vez —ya que lo hicimos de nuevo en la sala—, cosa que comprendió a regañadientes. Luego de ducharnos y comer un par de sándwiches porque tanto ejercicio nos dio hambre, nos acostamos de cucharita, como nos gusta.

Esperando a que el sueño nos venza, escabullo la mano bajo su camiseta, trazado ligeros círculos en su abdomen el cual contrae, deteniéndome al agarrarme de la muñeca.

—Nu —protesta con voz infantil.

Giro la muñeca logran que me libere. Vuelvo a colarme bajo su ropa, presionándola contra mí, consiguiendo que su trasero se pegue a mi entrepierna. Mi mano abarca gran parte de su abdomen, me gusta porque la siento diminuta, queriendo salvaguardarla siempre entre mis brazos.

—¿Por qué no? Esto es mío. —Aquello la hace reír entre dientes.

—Me haces cosquillas —susurra, ahogando un bostezo.

—¿No será por otra cosa? —inquiero, bajando la mano, traspasando sus pantaletas ajustadas, quedándome allí, sobre su vientre.

No me pasó desapercibido lo pronunciado que está, cosa que para nada me quita el apetito de comérmela cada que pueda. Podrá ser una bolita esta mujer y aun así la amaré por su bella persona.

Torr se pone rígida un segundo, mandando la mano sobre la mía, entrelazando los dedos con los míos.

—E-estoy gordita —menciona. Su tono nervioso me extraña. Tal vez esté insegura de su cuerpo, cosa que no debería de ser porque es perfecto.

—¿Y eso qué? —Cuelo mi rostro en su cuello para besarlo y después susurrarle al oído—: Me encantas, con todo y tus gorditos.

Aquello la relaja, sacándole una risa despreocupada. Gira el rostro, obligándome a separarme para depositar un beso en sus labios.

—Y tú me encantas, con todo y tu mal genio. —Sé a lo que se refiere. Elevo una comisura de la boca; mis manos continúan bajando para jugar con el elástico de su ropa interior.

—¿Quieres que te demuestre ese mal genio? —pregunto, probando del lóbulo de su oreja para tentarla. Cierra los ojos, soltando un suspiro entrecortado, pero rápido se remueve, alejándose un poco solo para girarse y quedar frente a mí, acostada de lado.

—No que mañana madrugo y ya pasan de las doce —recuerda a lo que me rio, pero por la lástima de no probar más de ella. Ya recuperé energías, podría seguir toda la noche de no ser por las obligaciones que nos esperan mañana.

—Te salvaste, solo por esta vez —reprocho, recibiendo a cambio un puchero de su parte.

Me empuña la camisa, acercándose más a lo que aprovecho para hacer mi pasatiempo favorito; acariciarle las caderas bajo la ropa.

•••

La semana pasó ajetreada. Vuelve a ser martes, tengo clase con Patterson que la verdad no quiero pues no estoy de humor para soportar sus insinuaciones.

Entro al aula cinco minutos antes del tiempo. Como es costumbre, está sentada en su lugar atrás del escritorio, pasando hoja por hoja de los exámenes de la semana pasada. Sus gafas de marco delgado se deslizan por su nariz, teniendo que reacomodarlas con un dedo. Se le ve disgustada, sabrá Dios por qué.

Reviso los temas que se abordarán en el examen de hoy, junto con las hojas de mi ponencia. He ensayado toda la semana, no quiero que busque excusas para que me retenga más tiempo, mantener al mínimo el contacto. La clase inicia cuando checa su reloj de pulsera; son las cuatro exactas. Se levanta de su puesto, sosteniendo las hojas de lo que ya suponía. Echa un vistazo general a la clase, muy seria nos escruta, todo queda en silencio.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora