18. Por comer tanto

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Ethan

La imagen que mis padres me ofrecen me resulta lejana, como un sueño que deseé de muy pequeño, cuando era inocente, pidiendo a los santos que me dieran una familia feliz. La tuve, quizá no la supe aprovechar, porque veía el desprecio de mi... madrastra.

Ahora esto...

Vaya que no me esperaba que después de treinta años conociera a mi verdadera madre, y que a pesar de tanto tiempo tenga esa conexión tan ínfima con mi padre. Guardo silencio, incapaz de interrumpirlos cuando se quedan perdidos en el otro, ella tocándole la cara y él fundido en su mirada. Es puro lo que veo, no fingen, no hay pretensiones, lo que hay en ellos es auténtico, algo que a pesar de tanto tiempo, perdura.

Considerando lo que nos trajo a mi apartamento para dialogar, sopeso qué debo hacer para afrontarlo. Saber que mi madre está viva me pesa, más aún el motivo de que se haya ido. Me dejó porque no podía tenerme, sintiéndolo una excusa absurda porque hay madres que no tienen nada y se quedan con sus hijos. Además, si añado el que por influencia de Erin no haya luchado por mí, la entiendo porque creía que dañaría un hogar que estaba lejos de ser uno. No sé, es tan confuso.

En las veces en que imaginé como sería, me venía la imagen de una mujer sonriente, amable, cándida, una señora de sociedad en toda la extensión de la palabra, no alguien como ella, una profesional que cumplió sus metas, que se ve radiante, vivaz, incapaz de estarse quieta en un solo lugar, y sobre todo, que tenga la misma pasión que yo tengo; el gusto por la literatura.

Incluso su apariencia física pensé diferente, con un cabello negro como el mío, algo robusta, portando trajes señoriales, refinada y culta. Ahora esa imagen se reemplaza con la cara jovial de una mujer en sus cuarenta, de cabello sedoso, traje ejecutivo despreocupado, que no tiene manicura ni maquillaje en exceso ni alardea de joyas. Es tan sencilla, sofisticada, que aún la considero ajena a mí.

Pienso en su manera de actuar, lo cálida que es, lo agradable que se hace sentir con los demás, que se sabe que no finge. Más cosas podría sumar a esta lista, todas positivas por la impresión que me dio al conocerla. Y he de admitir que superó con creces mi imaginación, que es mejor que mis erradas fantasías.

Ahora, que sufra tanto como yo por contar esta verdad guardada a boca sellada, me pesa mucho más porque me duele verla así. Sé que no debí juzgarla a mano dura, que debí comprenderla, pero la impotencia me ganó la batalla. Oírla decir tantas cosas de que intentó pero no pudo, fue peor porque deseé por mucho tiempo esa mujer que me arropara en las noches, que como papá, me leyera historias y que me abrazara al llegar de la escuela. La quise tanto que por eso también la odié cuando conté el tiempo que esperé por su llegada para que me salvara de esa mujer que nunca me amó, que fingió ser mi madre. Puede que las circunstancias no se lo permitieran, pero ¿acaso tan poco importo para que solo decida dar media vuelta e irse? Me cuesta creerle, aunque se lamente tanto porque hasta ahora sepa su verdad, simplemente no puedo pasar por alto tanto tiempo.

Me incorporo del asiento, tomando el saco y la corbata que dejé en el espaldar del sofá. De reojo veo a mis padres que se separan y se ponen de pie.

—Tengo que ir por mi novia, quedamos de cenar juntos —aviso, colocándome el saco y anudándome la corbata. Echo un vistazo al ventanal de mi apartamento; ya está anocheciendo y de seguro debe estar preocupada por mí.

—Hijo —me llama aquella mujer que me punza el pecho cada que pienso que es mi madre—, ¿podríamos hablar después?

Termino de arreglarme, pesándome el tener que confrontarlos. Cabizbajo, me quedo de perfil, no me atrevo a verlos.

—Lo pensaré —murmuro. Enseguida viro en dirección a la puerta, saliendo presuroso de allí, cerrando de un portazo.

¿Soy cruel por rechazarla? ¿Soy mal hijo por querer tomarme un tiempo para reflexionar sobre esto? Es lo que ahora me gobierna la consciencia. Debo lidiar con el enojo y la frustración, no puedo de la noche a la mañana aparentar que esa mentira y lejanía que mis padres me dieron no fue nada, porque si, significó mucho, quitándome el ánimo, llenándome de desilusión por el temor a saber que ella no me deseó, sospecha que fue del todo cierta. Debo pensar bien en lo que quiero, es mi tiempo de decidir, así como ellos lo hicieron, sin consultarles.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora