29. Como el maldito Truman Show

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Ethan

—Amor... vida mía, levántate.

Se oye a lo lejos una delicada voz, acompañada con un toqueteo sutil en mi pecho.

Respiro profundo, parpadeo hasta que la vista se despeja. Somnoliento, me incorporo en la cama, llevando las manos hacia atrás para apoyarme mejor. Una manta me cubre de la cintura para abajo. Ya es de noche. Me cuesta un poco apartar el sueño, estoy a nada de volverme a acostar.

El colchón se hunde del lado derecho por lo que, con los ojos a medio abrir, miro a la hermosa mujer que se sienta al filo, sosteniendo una charola para desayunos entre sus manos.

—Te traje de comer, amor. Sé que no te gusta que te levanten, pero es para que no te acuestes sin nada en el estómago.

Suspiro, complacido por el gesto. Sonriendo de medio lado, me yergo adoptando una postura recta para recibir la charola que Torrance me extiende. Viste una sudadera rosa claro y una pantaloneta negra que curiosamente es mía; desde que su vientre ha aumentado sus shorts no le quedan bien del todo, teniendo que sacrificar por la causa el que allane mi ropa, aunque le he insistido que no me importara que ronde por el apartamento en ropa interior.

Con deleite pruebo lo que cocinó. Desde que cambió la dieta, también como lo mismo que ella. Me sorprende que pasara de la comida de restaurante a preparar verduras, algo que no es muy de su agrado. La ventaja es que ha aprendido a cocinarlas, sazonándolas tan bien que pareciera que no lo fueran. Son exquisitas, cada que puedo se lo hago saber.

—Está delicioso, vida —halago mientras llevo otra cucharada de verduras a mi boca.

—Me da gusto saberlo —dice, sonriéndome con la vista entornada por el encanto que le producen mis palabras.

Su cabello, largo hasta la cintura, lo ata en una alta coleta, despejando su rostro que luce más rozagante, con un ligero rubor natural, que no tiene nada que ver con que esté abochornada. Se ve demasiado bien.

He pasado cinco años a su lado y no me acostumbro a lo mucho que ha cambiado. Luce más madura, más segura y capaz, cómo si lo que le sucedió no la hubiese afectado en lo absoluto. A veces, cuando vamos de la mano por la universidad, hay quienes me felicitan por tenerla, que debería hace rato haberle propuesto matrimonio, porque mujeres como ella no hay, que luchan por sus metas a pesar de los obstáculos que la vida le pone. Ha madurado más que yo en esta etapa universitaria, porque al contrario de mí, pese al estrés por tantos deberes, nunca se mostró molesta o apática conmigo, al contrario, me buscaba para desestresarse, repartiéndome amor en vez de alejarme.

Detallo sus facciones que son más femeninas, sus ojos cuyo color miel resalta cuando antes eran opacos a causa de tantas tristezas y decepciones. Torr ya no es la chica rebelde que me hacía rabiar, que me entristecía cuando lloraba por tanto daño recibido, que me preocupaba cuando estaba lejos, ahora es la mujer que me cuida, apoya y alienta, la que hace mis días más felices, la que me motiva cuando estoy por rendirme. Si pudiera contar cuánto la amo no me alcanzaría la vida, si pudiera describirlo no encontraría un término preciso. Si pudiera le haría el amor todo el día, le daría besos hasta que mis labios se resequen, le repartiría caricias hasta que mi cuerpo se extinga. Está mujer ha calado tan profundo en mí que no me imagino la vida sin ella.

—¿Pasa algo, It? —pregunta Torr, viéndome con curiosidad. Otra vez me quedé mirándola de más, eso es seguro.

—No, nada, solo... que te amo demasiado —le aseguro, sonriendo de media boca. Acepta mis palabras con una risa breve, rodando los ojos, como si ya estuviese acostumbrada a que le diga eso cada que me quedo en silencio, solo observándola.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora