13. Profesora Patterson

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Ethan

Es viernes por la tarde, dentro de una semana tengo lo ponencia y pese a haber ensayado enésimas veces, no me siento listo. Me sé todo de memoria, cada párrafo, cada tema, su orden y hasta lo que tengo que mostrar en diapositivas, pero la inseguridad de que nada saldrá como espero me ponen demasiado ansioso, dudoso de mí mismo.

Estoy en la última clase del día; después de que termine, iré al auditorio mayor de la universidad para hablar con la directora de programa, la directora de grupo y los demás conferencistas que se presentarán ese día conmigo. No me pone nervioso encontrarme con ellos, lo que me pone así, moviendo el pie en un tic de ansiedad, es que tengo que exponer mi presentación con los demás ponentes, y también ante la profesora Helen Patterson, quienes evaluarán mi presentación para tomarla como parte de mi trabajo de grado.

—¡Ey, Zoellick! —susurra alguien atrás mío en voz áspera—. Deja de mover el pie así que vas a hacer un hueco en el suelo.

Lion en toda esta semana me ayudó a estudiar durante las horas libres. De vez en cuando va a mi apartamento, ya que, según él, en su casa sus hermanos menores no lo dejan concentrarse. Es el mayor de ocho, sus edades oscilan entre los cinco a los dieciocho años. Él es hijo de la primera esposa de su padre, quien falleció cuando él era un bebé. Con su madrastra se lleva bien. Su hogar es próspero, no les falta nada. La unión familiar que se tienen es de admirar, por eso, las pocas veces que he ido, me es inevitable no simpatizar con todos ellos.

—No puedo, bien sabes por qué —murmuro, revisando que el profesor Moreau no nos esté mirando.

—Al menos no te muevas tanto que sacudes mi mesa —indica. Echo un vistazo hacia atrás, notando como la superficie tiembla un poco al mover mi pie. Me detengo, decidiendo desquitar el estrés tomando una hoja del cuaderno, haciéndola bola en mi mano, apuñuscándola hasta que queda reducida a nada.

La clase acaba con el anuncio de que la otra semana hay examen, tomo a puntos rápido de los temas que se van a abordar y medio despidiéndome de Lion salgo del salón a prisa. La reunión es en cinco minutos y tengo que cruzar casi media universidad para llegar.

Mi celular suena insistente en el trayecto, afanoso lo saco, deslizo el dedo por la pantalla sin molestarme a ver el remitente. Lo pego a la oreja, irritado por recibir la llamada.

—¿Aló?

—Hola, amor, sé que debes estar muy estresado por recibir esta llamada porque te conozco y sé cuando te pones de malas mientras estás ocupado, pero quería decirte que estoy aquí en el auditorio, quiero estar contigo en este momento importante para ti. No me dejan pasar pero en esta puerta en que estoy puedo ver hacia la tarima. En fin, no digas nada, amor, solo te mando un beso enorme y a la salida te invito a comer lo que tú quieras, corazón. Te amo.

—Joder, te amo —expreso, entusiasta por esta bendita llamada que me quitó en algo el agobio de lo que me espera.

—¡Muchos éxitos, vida mía! —exclama, dando un beso tronado que me arrebata una sonrisa. Cuelga la llamada. Sé que después nos veremos para hablar todo lo que queramos.

Presuroso llego a mi destino, mirando alrededor si encuentro a mi novia pero no la ubico. Debe de habérselas arreglado para entrar a hurtadillas al auditorio, sospechando que está al costado norte del edificio, por la salida de emergencia al pie de la tarima. Cuando llego en la entrada está un guarda que me pide mi identificación estudiantil, la entrego y me deja pasar luego de que le doy el motivo de mi visita aquí.

Entro a un rellano amplio, el lugar que disponen cuando finalizan las conferencias, para que las personas coman del buffet o un vino. Está desolado, sólo hay dos hombres en la puerta, un par de profesores que charlan entre risas, fumando un cigarrillo. Cuando paso les doy las buenas tardes. No los había visto, por lo que sospecho que son los profesores que darán la cátedra.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora