Capítulo Extra [Prt. II]

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Torrance 

Me tomó alrededor de media hora llegar en coche hasta aquí. Este sitio se convirtió en una tradición familiar desde que lo conocí. Dom me lo enseñó y, según él, papá se lo mostró en un paseo en coche que hicieron cuando él tenía contados seis años. Contiene tantos recuerdos, momentos tan importantes en mi vida que creo que hasta tiene alguna especie de magia.

Aparcando el coche a unas cuantas calles, reviso mi celular antes de descender. Le mandé varios mensajes a Vicky y un par de llamadas, pero no respondió. Sé que los vio, la confirmación en la aplicación lo muestra, algo que me tranquiliza; por lo menos tiene su celular a la mano, así que ante cualquier emergencia podrá llamar.

Salgo del coche, yendo presurosa hacia el parque de diversiones, cómplice de no solo mis memorias más felices, también de algunas tristezas.

Cuando era más joven, venía aquí para olvidarme de las decepciones, del desamor, incluso del dolor de una partida. Entraba a los juegos más sencillos, como las tazas giratorias, los juegos de tiro al blanco o a la noria, y procuraba distraerme o en su defecto llorar en silencio por aquello que me lastimó. Al salir, sentía que dejaba atrás esos sentimientos negativos, como si, pese a ser un sitio que ofrece diversión, también se encargarse de exprimir cualquier pensamiento o sensación de desolación. Lo bueno es que, si regresaba solo por pasar un rato agradable, lo disfrutaba al máximo. Por eso creo que es mágico, porque con él se van las penas, por muy duras que sean.

Ingreso enseguida luego de pagar por acceder. Por ser viernes hay varias personas, en su mayoría son familias. Niños van de aquí para allá pidiéndoles a sus padres que les compren dulces o que vayan a la siguiente atracción. De fortuna no vine con los niños, Ethan se encargó de llevarlos a casa; si me los traía lo más seguro es que no me dejaran buscar a Vicky.

Reviso entre las personas aquel rasgo característico de una linda castaña de melena ondulada hasta la cintura, luciendo siempre una hermosa diadema tejida a mano gracias a Frani. Voy a cada atracción, incluso a las de niños y a la casa de terror sin ningún resultado. La tarde empieza a caer; aunque quiera tomarme el asunto con calma, me impaciento. ¿Dónde estará Vicky Mickey? Los pies me tallan; traigo zapatos de tacón bajo, sin embargo, caminar por mucho tiempo con ellos causa estragos. ¡Ya me duelen las patas!

"Vamos, Torr, concéntrate".

Enfilo mis pasos hacia el lugar más recóndito del parque, que dejé al final por lo concurrido que es. A medida que me acerco, la noria se hace más y más imponente. Su altura es considerable pese a no tener el tamaño real de una. Hay varias personas haciendo fila, lo que me dificulta abrirme paso entre ellas para llegar hasta el juego y revisar mejor las cabinas. Ubicando a una de las encargadas, le explico que estoy buscando a alguien, así que con su ayuda me acerco al juego, junto a la cabina de comando donde se confina el operario que mueve la rueda.

Llego a tiempo en que el juego para, permitiendo que varias personas salgan de él. Parándome de puntas, alzo la vista, mirando caras, rogando por encontrarla.

Sonrío en amplitud, colmándome de gran alivio al ver ese rostro familiar.

Una preciosa chica se baja sola de una de las cabinas. Su sedoso cabello castaño acapara la atención de varios, por su largo y por lo bien cuidado que lo tiene, al igual que su vestido de tono verde oliva, cuya falda le da hasta un poco más arriba de las rodillas. Con sandalias, una pañoleta que hace de diadema atada en su cabeza que despeja su cabello y sus llamativos ojos mieles, logran que varios chicos, algunos adolescentes con sus respectivas novias, se detengan a admirarla, ganándose los codazos y reproches de las susodichas. Ay, Vicky, si supieras del efecto que obtienes en los hombres.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora