20. Se hace lo que yo diga

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Torrance

Sabía que mis miedos eran estúpidos, lo sabía en el fondo, solo que la Torr tonta de hace muchos años atrás salió a flote, infundiéndome ideas de que a Ethan no le gustaría tener un bebé conmigo. Ahora compruebo, con mucho gusto, que es feliz por nuestro futuro hijo. No somos los de antes que por un descuido reñíamos como un par de enemigos, ahora nos amamos y esta noticia no es algo perjudicial ni indeseado, sino lo mejor que nos pudo pasar para fortalecer más nuestra relación. Que podrán ser difícil cuidar de un bebé, que no tendremos espacio para intimar, pero queda en nosotros sacar tiempo y disposición para que ese amor no se apague.

Es que podría tomar como ejemplo a Víctor y Frani, que a pesar de todo el tiempo que demandó mi hermanita, supieron sobrellevarlo, dándose su espacio para fortalecer su relación de pareja. Su chispa no se apagó, pareciera que es más viva y así quiero que sea con Ethan, que nuestro amor permanezca igual, puede que hasta más profundo si nos esforzamos para que la pasión aumente.

Ahora disfruto de esta versión de mi novio, del que estoy muy enamorada, que pareciera le hubiese entregado la noticia de su vida. Lo beso tan profundo que cuando mi lengua recaba su boca se deja hacer, gruñendo a medida que mis manos rozan o arañan su espalda. Mis piernas se enredan en su cadera, atrayéndolo para que entienda lo que quiero, que esté dentro de mí, que me haga el amor con bien sabe. Su miembro erecto talla justo sobre mi intimidad, deleitándome de cómo se mueve, marcando el ritmo con sus caderas, simulando una penetración, acariciando ese botón de placer que activa el deseo y el calor. Aún no se sumerge en mí y ya siento que llegaré al orgasmo con solo frotarnos así.

Seguimos en esa estrecha cercanía, rozándonos la piel hasta que Ethan se separa. Apoyado en sus manos, con brazos estirados, me contempla con detenimiento, respirando pesado, con los labios hinchados y la mirada ansiosa, fulgurando lujuria.

Con un movimiento de cadera, sin que me dé cuenta, entra en mí de una arremetida, lenta, que se toma su tiempo para abrirse paso en mi estrechez, acoplándose a la perfección. No sé cómo lo hace, solo sé que nos conocemos tan bien que nuestros cuerpos se amoldan, que estoy adecuada a su medida. Lo siento muy duro, tan apretado que es difícil no apreciar cómo se adentra en mí, teniendo que alzar la cabeza para verlo en plenitud. Su pelvis marcada en una v incitadora se pega a la mía, encajando como la pieza faltante a estas ganas que le tengo desde hacía tiempo. Vuelve a salir, del mismo modo, minucioso, resbalando con suma facilidad gracias a nuestros cálidos fluidos. Entra, está vez de golpe, chocando su piel contra la mía.

Del empuje me obligo a verlo. Sus ojos oscurecidos de ceño fruncido me alertan de un posible castigo.

—Acuéstate —ordena con ese tono ronco, aterciopelado, de mando. Recuesto mi espalda contra el colchón posando ambas manos a los costados de la cabeza. Ethan se inclina hacia mí para tomarlas, aprisionando mis muñecas—. Debiste decirme del embarazo a tiempo.

Sin dejar de verme, sale para luego embestirme como antes, brusco, arrebatándome un grito que finaliza en gemido. Sale de vuelta, observando cómo se encaja en mi interior. Empieza a penetrarme más rápido, su cadera bambolea ondulante, mordiéndome el labio ante lo jodidamente sexy que luce, con esa mirada impositiva, excitada, con sus abdominales contrayéndose y relajándose cada que empuja. Si sumo el cómo se siente tenerlo dentro, tan duro y firme, acariciando mi estrechez que se amolda a él con extremo deseo, es el conjunto perfecto para perder la cabeza. Gimo con cada estocada que se hace más placentera que la anterior. Lo miro con deseo, con ruego de que se apiade pues sabe lo mucho que me gusta tocar. Que me prive de hacerlo es una tortura.

—Sabes bien por qué no te dejo usar las manos —menciona como si me hubiera leído los pensamientos. Se mueve más enérgico. Nuestras pelvis chocan de forma sonora. Baja la mirada, observando lo que me hace, cómo me tortura al tomarme de ese modo.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora