32. Dos sentires

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Ethan

Nos toma varios minutos acoplarnos a la presencia del otro, estamos tan abrazados que hasta para suspirar nos cuesta, sin embargo, es menester no romper este lazo tan ínfimo. No entiendo por qué lloro, si es de tristeza o de felicidad, es confuso. El corazón se me comprime de tantas emociones. No sé qué tengo, son varios sentimientos encontrados, la única certeza es que acabaré agotado física y mentalmente.

Al estrecharla entre mis brazos desaparecen las inseguridades, la ansiedad y los pensamientos derrotistas, un alivio inmenso sobrecoge mi corazón que disminuye los latidos, albergándolo una calidez que me hincha el pecho.

Esto me supera, es como llegar a la meta después de meses de entrenamiento, como hallar el cofre del tesoro. Me siento completo luego de años de búsqueda, de tantas preguntas sin respuestas, aunque muchas de ellas siguen con un gran interrogante. No es fácil de explicar porque nunca me tomé este asunto de mi madre como algo de vital importancia debido a mis malas experiencias con Erin. No pretendo caer en la tónica de fingir agradar a alguien a quien nunca lograré satisfacer, tampoco estoy preparado para otra decepción, por eso es que, hasta este instante de tan mutua cercanía, me replanteo lo que sucede.

Lo reconozco, fue mejor de lo que imaginé, abrazarla, escucharla, entenderla, reflexionar qué es lo que pretendía de este encuentro y era llegar a este instante donde me entrego a lo que alberga mi corazón en lo más recóndito, que no me atreví a destapar ni a explorar por años que parecieron eones, hasta que se abrió esa caja fuerte en donde guardé mis verdaderos sentimientos.

Aun se me dificulta expresarme, oculto cosas que quiero explotar en decirlas. Es un proceso constante, de acostumbrarme a que está bien demostrar si estoy triste, cansado, feliz o enojado. Torr asegura que cambié mucho, que antes le parecía un frígido e insensible abogado que no le importaba nada. Eso me afectó un poco, no obstante, le di la razón, no me justifiqué en explicar que en el fondo si me interesaban los demás cuando por fuera ni siquiera reflejaba preocupación o empatía. Lo bueno es que ya no soy ese tipo. Es lo que más me importaba transformar para fortalecer mi relación conmigo mismo, de ser claro con lo que en realidad deseo para mi vida.

Ahora, debo apaciguarme, por lo menos para concluir qué es lo que espero de aquí en delante de Margaret. No quiero cometer los mismos errores, el dejarme llevar por las primeras impresiones, debo tomar esto con cabeza fría, mentalizarme para lo que viene.

Con cautela aligero el agarre, doy un paso hacia atrás y me aparto de la dama de cabello rubio entre mis brazos que no para de ahogar los sollozos contra mi pecho. Pensar que está así por mí me conmueve, tentando al corazón que no demora en ser cubierto por esa calidez que solo un padre puede generar. Con premura ambos nos secamos la cara, ella usando sus manos, yo utilizando la manga de mi chaqueta. Cierro los párpados, doy un hondo respiro, serenando en algo mi aflicción que se expresa en una sonora exhalación. Me despejo, topándome con mi madre que con una afable sonrisa me observa; toma mis manos, las sostiene con firmeza, repartiendo una leve caricia en el dorso de ambas con los dedos pulgares. Aprecio ese gesto simple que agita por dentro algo más que mi corazón; mi estomago que antes era un pesado nudo ahora es una maraña de sensaciones y mi cuerpo vuelve a temblar por la debilidad de este gran sentimiento que no controlo ni sé explicar. No es miedo, no es terror, tampoco un shock emocional, es como si después de tanto encontrase una respuesta que solo mi cuerpo sabe.

—Todo va a estar bien, Ethan, lo prometo, con mi vida —dice Margaret con una seguridad arrolladora que me doblega.

Cierro fuerte los párpados; una lágrima se vierte de mi ojo derecho, como si esperara las palabras indicadas para desbordarse. Me puede escucharle eso. ¿Cuántas veces no quise que Erin me dijera lo mismo? ¿Cuántas veces no deseé que mi supuesta madre mostrara algo de empatía cuando sufría? Lo sé, estoy siendo aniñado, pero se vale por una vez quitar la máscara impuesta, de mostrar ser un hombre inquebrantable, que puede con todo y que tiene que guardarse sus emociones. Ahora no puedo más, pretender que estoy bien cuando por dentro me caigo a pedazos, deseando acabar con las inseguridades que de niño me marcaron. Es válido ser débil, caer, rendirse ante la tristeza para limpiar en sollozos el alma destrozada, solo así le das un alivio al cuerpo y al corazón para tomar con serenidad la mejor decisión.

He aquí una pequeña cuestión [Secuela] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora