Capítulo 24

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  El camino fue en completo silencio, con Diana manteniendo su mirada perdida en las calles de Londres. De vez en cuando miraba a Chris, delineando su perfil con sus ojos y aceptando lo mucho que había echado de menos aquella imagen. Era como volver atrás en el tiempo, antes de que todo se torciera.

Chris se giró hacia ella al sentir su mirada y le dedicó una sonrisa, consiguiendo que ella se la devolviera de manera tímida.

—¿Qué te apetece? ¿Hamburguesa, pizza, kebab, chino, japonés...?

—No sé —se encogió de hombros—. Supongo que pizza está bien.

Asintió, volviendo la mirada al frente, muy a su pesar. Juraba que contemplarla era lo mejor que podía hacer nunca. Dudó sobre a dónde ir, ya sabía que Diana no quería entrar en ningún restaurante por su apariencia, por lo que la única opción que le quedaba era ir a casa, a su casa, y cenar allí tranquilos.

Y no se equivocó, Diana agradeció que él tuviera la iniciativa de dirigirse a su apartamento antes de entrar en otro restaurante. Se repetía a sí misma lo mucho que quería la tranquilidad, continuamente, pero aquella noche, más que nunca, la necesitaba.

—Supuse que... —ella le detuvo.

—Está bien —le dedicó una sonrisa—. Prefiero estar aquí que en cualquier otro sitio.

Chris se sintió reconfortado por aquella respuesta y la invitó a seguir caminando hasta el portal.

Silencio. Aquello fue de lo que se envolvieron en cuanto entraron en casa, y de entonces en adelante, no hablaron de nada excepto de lo que fuera necesario: algo tan insignificante como eran los ingredientes de la pizza. No le hacía falta preguntar, él sabía que a ella le gustaba con Pepperoni, pero aún así quería oírla, quería hablar con ella.

Y, mientras él esperaba la pizza, la invitó a tomar prestado cualquier cosa que había en el armario, al menos para que no tuviera que cenar con el vestido sucio. Sin rechistar, ella le tomó la palabra y decidió ponerse una de sus camisetas viejas -siempre le habían quedado lo suficientemente holgadas como para no tener que ponerse pantalones. Inspiró su aroma de la tela, cerrando los ojos al deleitarse de los recuerdos. Seguía sin ser capaz de entender lo mucho que añoraba aquello.

Chris perdió la conciencia durante medio segundo al verla vestida de aquella manera. Parecía tan tranquila y relajada.

Media hora después, ella estaba concentrada en su porción, tras veinte minutos de espera, desmenuzándola para comerse primero los trozos de pepperoni antes de comerse el resto. Él simplemente la observaba, incapaz de entender qué había visto ella en él, y por qué seguía mirándole con esa ternura, a pesar de todo.

—Me estás poniendo nerviosa —comentó sin mirarle.

Notaba su mirada, aunque no le molestaba. Nunca le había incomodado que él la mirara sin decir nada, era una de sus cosas favoritas de Chris: transmitía todo lo posible con los ojos, casi nunca le hacía falta hablar. Y, desde que empezó a trabajar en la agencia, sentía su mirada y sentía que había algo que quería decir. No sabía por qué no se atrevía a hablar.

—Perdón —apartó los ojos.

Volvió a su plato, haciendo un gran esfuerzo por no alzar la cabeza de nuevo. Quería decir muchas cosas, lo tenía todo en la punta de la lengua, pero en cuanto ella le devolvía la mirada se acobardaba.

Ni siquiera sabía por dónde tenía que empezar.

—Dilo ya —le animó—. Te quedas mirándome como si fueras a decir algo, y nunca dices nada —se señaló a los ojos, imitando el gesto de De Niro en Meet de Parents.

FMSD / Chris EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora