𝗗𝗜𝗘𝗭: El Otro Vigilante

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Dejo un galón de yogurt dentro del carrito de compras. Paloma sostiene entre sus manos la lista de compras que Billy dejó por la mañana. No pude negarme ni atreverme a renegar sobre tener que salir de casa. No podía. No con Billy siendo una especie de santo últimamente.

Estaba rompiendo todas sus reglas y no por él sino por un bien mayor. Podía ser tanto la estupidez más grande que ha cometido o el acto más desinteresado.

Cuando le dijo a Paloma que podía quedarse con nosotros, la cubana flacuchenta se largó a llorar de la alegría. A mí me derritió el corazón pero a Billy no lo suficiente, pues cuando la castaña de ojos verdes corrió a abrazarlo él se quedó congelado con su ojo izquierdo tiritando como en una caricatura.

Que Paloma durmiese en el único sofá apto para dormir me había dejado con la única opción de ser compañera de cuarto de Billy. Así que por ahora mis cosas andan de esquina a esquina por toda la habitación, por supuesto que él se quejaba del desorden pero no podía culparme, era él quien tenía demasiada ropa en su armario.

Así ha sido todos estos días, él se queja de que veo televisión hasta tarde, yo me quejo de que su mano amanece en mi rostro, él se queja de que jalo las mantas, yo me quejo de cuando la luz de su teléfono me da en la cara. Sí, dormir con Billy Kaleo es asombroso.

Me pregunto si alguna chica alguna vez se quejó de lo mismo que yo al dormir con él.

¿Alguna vez ha tenido una novia?

Mi mente se queda atrapada en aquella pregunta y la aparente imposibilidad de ello. Dice que nunca ha tenido tiempo, que era un esclavo desde los quince hasta los dieciocho, luego se aisló de la sociedad. Aun así fue a la universidad, quizá ahí tuvo algo de vida.

—Me dieron el trabajo en la cafetería —dice ella, como si recién lo recordara.

—¿Enserio? —cuestiono, asombrada.

No se sentía muy cómoda con la idea de parasitar la casa de Billy y la entendía a la perfección, por lo que no tardó en comprometerse con él en buscar un empleo que ayudara a pagar las cuentas. Paloma le ofreció ayuda a Billy con sus trabajos pero él no pudo aceptar.

Como dijo, ya tenía suficiente conmigo, la chica dos pies izquierdos.

—Sí, será medio tiempo —asiente ella—. Estoy algo nerviosa, ya sabes... Es un trabajo real.

No le había preguntado acerca de su estadía en el Zafiro Negro, no sabía exactamente porqué me costaba tanto preguntar sobre su pasado y siendo sincera ella parece estar más tranquila así, sin hablar de la noche en la que nos conocimos y todo lo que incluye su pasado.

—Es mi primer trabajo real —susurra, tomando el carrito—, no sé exactamente qué hacer y temo arruinarlo en el primer día.

—Lo harás bien, Paloma —le aseguro, intentando darle calma—, y si arruinas algo o le echas el café encima a algún comensal, no hay nada que una de tus bonitas sonrisas no solucione.

Ella ríe, llenando sus mejillas de color.

—Quiero juntar algo de dinerito para cuando Jessie tenga su bebé —dice— y quiero pronto poder pagar la mitad de esta boleta de compras... Gracias, Madison, sé que Billy no estaba muy de acuerdo con la idea de acogerme pero gracias por hacerlo cambiar de opinión.

—Oh, no... Yo no lo hice —aclaro—. Soy de la idea de que Billy es una abuelita amorosa, solo le gusta aparentar lo contrario.

—Él da miedo —asiente con expresión aterrada.

Perros de Guerra | ✓ EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora