𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗦𝗜𝗘𝗧𝗘: El Soldado Negro

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No era momento de parar. No aún. Aunque el corazón pesase y los días siguiesen siendo negros, de alguna manera debíamos ponernos de pie. Y la razón para salir de entre las mantas y calzarnos una vez más el chaleco fue la inesperada visita de Theo esta mañana. En cuanto abrí la puerta y lo miré a los ojos supe que todo había cambiado para él.

Enfundando las navajas y armas, nos preparamos en rápidos movimientos, recorriendo el almacén de punta a punta.

Tiene al último hombre de su lista, lo ha tenido en la mira los últimos cinco días y todo lo que hace falta para cerrar su cuaderno de deudas es arrastrarlo al infierno él mismo. Mantiene expresión serena mientras reemplaza los cartuchos de su arma seleccionada. Sus ojos celestes observan fríos la escena.

Termino de esconder otra navaja en el costado de mi bota y me subo a la camioneta. Paloma se sienta a mi lado, poniéndole el seguro a su arma.

—¿Estás bien? —pregunta, en sus ojos brilla la preocupación maternal— ¿Puedes con esto?

Asiento con la cabeza, confiando en mí.

—Aún tengo coraje —aseguro.

Ella me sonríe con algo de orgullo.

Los chicos se acomodan en sus asientos y en cuestión de segundos estamos deslizándonos por las calles ajetreadas de Nueva York. Theo baja los lentes oscuros sobre su cabeza.

—Repasemos el plan, vaqueros —anima.

—Tú vas adelante —empiezo.

—Tú me cuidas la espalda desde arriba —continúa.

—Yo desde afuera —asiente Paloma al ver que sus ojos celestes la ven a través del retrovisor.

—Y yo voy desde adentro —responde Billy en cuanto todos posamos nuestra mirada en él—, mientras menos desastrosa la escena mejor, a esta hora solo hay siete idiotas con él...

—¿Y...? —cuestiona Theo.

—De el idiota más grande te encargas tú —culmino.

—En resumen ese es el plan —asiente— ¿Nadie se atreverá a morir hoy, no?

—No te preocupes, te salvaremos de cometer alguna estupidez —le responde Billy con una pequeña sonrisa burlona.

—El único estúpido eres tú —asegura gruñendo.

Él estaba algo distante. Por más que se esforzase por mantener su fresca actitud, se le nota en los ojos que no puede dejar de hacer los engranajes de su cabeza funcionar. Este era el fin de su aventura, el fin de las pesadillas para él. Después de hoy dormirá tranquilo o eso me gustaría que sucediese.

Le echo un rápido vistazo a Billy en el asiento piloto, ojos concentrados y distantes sobre el camino.

Él también tendría su paz.

Diviso la casa al final de la calle.

—Cuida tu brazo izquierdo —palmeo el hombro del castaño desde el asiento trasero.

Se quita los lentes y el auto se detiene, escondido entre la oscuridad de la calle. Mientras los chicos van bajando, me tomo un segundo para tomar un respiro. Mi corazón se acelera, el hormigueo me recorre hasta la punta de los dedos.

No importa qué pasó ayer, mis manos están limpias hoy.

Si es por ellos, disparo.

Si es por ellos, lo hago.

Perros de Guerra | ✓ EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora