𝗦𝗘𝗜𝗦: La Advertencia

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Mi cuerpo entero se siente como una gran pila de carne molida. Me remuevo sobre el sofá, buscando calmar el insoportable dolor de cuello que me hace sentir mareada incluso teniendo los ojos cerrados. Gruño por lo bajo, adolorida mientras aparto las mantas y me levanto del sofá.

Me muevo despacio. Mis piernas flaquean en el momento en el que me pongo de pie. Deslizo mis medias grises por todo el parqué de la sala hasta llegar a la cocina, donde me sirvo algo de agua fría. Sobre la mesada encuentro un par de pastillas, dinero y una nota.

Genial. Debo ir al supermercado.

Se ha ido al trabajo temprano, era algo de lo que él no podía escapar. Me aliviaba no tener que verlo aún, anoche al llegar no salió a hablarme, había dejado la puerta sin seguro para no abrirme y había dejado mi cena en el microondas. Le sentí levantarse dos horas después de que me fui a dormir, cerró la puerta con seguro y luego volvió a la cama.

No sé si está molesto y la verdad prefiero no averiguarlo pronto.

Abro la regadera y el agua comienza a calentar. Debajo de la lluvia y el vapor los recuerdos de la noche de ayer vuelven a mi mente, cada imagen, tan clara como una fotografía. Tomo un profundo respiro, cerrando los ojos, pensando en cuántas eran las posibilidades de morir o de terminar muy herida, con una bala en mi cuerpo... Puedo apostar a que eran muchas.

No soy una ilusa, Billy me estuvo cubriendo el trasero todo el tiempo. De no haber sido por él probablemente sí tendría heridas que dejarían cicatrices. Solo puedo pensar en los ojos del tipo al que no me atreví a disparar. No tenía miedo de morir, no había ni una pizca de temor en sus ojos, solo rabia.

Pero no podía hacerlo.

Llevo mis manos a mi cabeza y me deslizo por la pared, quedando sentada en la bañera.

¿Cómo podré matar a los asesinos de mis padres si no soy capaz de cruzar esa línea? Mi corazón late con fuerza, presionando en mi pecho y provocando un agudo dolor que se expande por todo mi cuerpo. Me encojo, con las palmas de mis manos sobre mi piel.

Solo veo sus ojos, sus ojos sin vida observando el cielo. Las luces verdes y rojas alternando sobre sus rostros sin vida sobre aquel sucio pavimento. Mis padres, ambos, asesinados frente a mí. De no haber estado tan aterrada, de no haberme congelado, de no haber perdido la visión podría haber visto sus caras, podría ponerle un rostro a los monstruos de mis pesadillas.

Pero no. Solo me tengo a mí, solo tengo este dolor, este vacío, esta rabia.

Mi corazón late cada vez más rápido, mis oídos comienzan a chirriar y de pronto el vapor de la ducha hace parecer la habitación más pequeña. Todo da vueltas, todo duele, todo quema. Salgo de la ducha tropezando, me envuelvo en la toalla y camino por lo largo del pasillo intentando calmar la sensación de desespero que me carcome desde los huesos.

¿Estoy muriéndome? ¿Me estoy muriendo?

Me visto débilmente y envolviendo mi cabello con la toalla camino con torpeza hacia la habitación de Billy. No puedo permanecer parada. Todo da demasiadas vueltas. Los recuerdos de anoche se fusionan con los de aquel viernes. Las voces, los olores, las sensaciones se replican.

Me dejo caer sobre la cama y tiritando me envuelvo con las mantas.

¿Qué me pasa?

Duérmete, duérmete.

Me repito lo mismo una y otra vez mientras intento recuperar el aliento y apartar las imágenes viscerales de mi mente. El frío comienza a subir por mis dedos de los pies, avanzando, calando y envolviendo cada uno de mis huesos. El frío llega a mis manos, mis ojos comienzan a ver todo a través de una pantalla borrosa y de pronto todo se apaga.

Perros de Guerra | ✓ EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora