𝗖𝗜𝗡𝗖𝗢: El Lejano Oeste

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Cierro la puerta del departamento, corriendo hacia la habitación de Billy. Está recostado en su cama viendo su teléfono. Sonrío y dejo la bolsa junto a él, recae en mi presencia, alzando una de sus oscuras cejas.

—¿Trajiste lo que te pedí? —pregunta.

—Sí, lo que pediste —afirmo.

Abre la bolsa, echando su contenido sobre la cama de edredón azul. Frunce el ceño de inmediato al ver los objetos sobre su cama.

—¿Qué es esto, Madison? —cuestiona, confundido.

—Pediste que trajera disfraces de vaqueros —respondo.

—Dije máscaras de Palpatine —corrige.

Pongo mis manos en mis caderas.

—Bueno, vaqueros es mejor —digo, imitando un acento sureño—. Tome su sombrero, oficial y agarre bien su arma, porque no volveré a esa tienda de mierda.

Se ríe, calzándose el sombrero negro sobre la cabeza.

—Nunca había visto a un vaquero con un chaleco antibalas —comenta señalando su equipo sobre el escritorio.

—Seremos los primeros —afirmo poniéndome mi sombrero blanco.

—Usaremos lo de siempre —niega, quitándose el sombrero.

Leo veo ofendida.

—¡Es Halloween, anciano! —exclamo— Todos allá afuera tienen disfraces, tú y yo vamos a vaciar esa bodega esta noche, no podemos desentonar.

—Nos verán la cara —me recuerda.

—No se preocupe, compañero —repongo de inmediato—, tengo estos pañuelos.

Revuelvo la bolsa, sacando las bandanas del fondo. Billy solo niega con la cabeza, tomando uno de ellos y doblándolo de las esquinas para luego atarlo tras su cabeza, cubriendo de su nariz para abajo.

Le pongo el sombrero y luego bajo levemente el mío, como en uno de esos saludos que solía ver que hacían en las películas.

—Solo ve a alistarte —se rinde, poniéndose de pie.

Lanza hacia mí el chaleco antibalas y el cinturón táctico.

Ato bien mi cabello, para luego ponerme el sombrero. Ajusto los cordones de mis botas y aliso la camisa con las manos. Me rio por lo bajo.

No me había confundido. Había comprado los disfraces que yo quería apropósito.

Al salir del baño, él viene saliendo de su habitación. Hace girar sus dos pistolas entre sus manos para luego enfundarlas en su cinturón en ágiles movimientos.

—Trucos de feria —comento con desprecio, pasando por su lado.

Ríe sin humor, cerrando la puerta de su habitación y caminando detrás de mí. Cierro las cortinas mientras él toma la maleta sobre el sofá, donde lleva casi todo lo que necesitamos. Me apresuro a tomar las llaves del auto antes de salir del departamento.

No nos cruzamos con nadie hoy por suerte.

Subo en el asiento piloto, él me ve incrédulo mientras deja la maleta de mano en el asiento trasero.

—¿Qué? —cuestiono, haciéndome la desentendida.

Arranco el auto y emprendemos el corto viaje hacia el pequeño almacén-cochera a un par de bloques.

Perros de Guerra | ✓ EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora