𝗦𝗜𝗘𝗧𝗘: Aún Latente

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El tiempo dentro de casa pasó más rápido de lo que esperaba. Un mes entero viviendo como gatos caseros apenas saliendo para ir al supermercado, nos sirvió de mucho a ambos. Tener que alimentarlo y cuidarlo yo misma todas estas semanas me recordó que no es inmortal y que por más habilidades especiales tenga, un par de balas pueden llevárselo al más allá.

Y yo no quiero estar en el más allá, es por eso que no he dejado de ir a entrenar con los viejos un solo día. Joe era bueno con el boxeo, enseña incluso mejor que Billy, a aparte de Joe ha sido el único capaz cumplirme el deseo de noquear yo misma a Erick. 

Nada podrá eclipsar la satisfacción que sentí al derribar a Erick como él lo ha hecho tantas veces conmigo en el inicio. Sus ojos azules furiosos y sus dientes castañeando de la rabia. Una imagen que valía oro.

Veíamos televisión y películas casi todo el día, cocinábamos, y conversábamos. Le ayudé con las tareas del hogar hasta que poco a poco recobró el movimiento y pudo hacer más que echarse en su cama a llorarle a su colección de armas que lo esperaba en el depósito a un par de bloques de distancia.

No era bueno ocultándolo.

Billy estaba tranquilo, se centró de lleno en su recuperación pero estaba claro que extrañaba la acción, que estaba ansioso por activar su sistema una vez más y recibir todos los trabajos que le fuesen posibles. Debo admitir que sin misiones, sin trabajos él parecía bastante perdido.

Apenas me voy estirando sobre el sofá cuando le veo pasar. Dobla el bordillo de su suéter gris antes de calzarse la gabardina beige. Sus ojos se chocan con los míos, sonríe.

—Te ves electrocutada —se burla, señalando mi cabello.

—Y tú pareces un tonto —señalo su vestuario de hoy.

Es estúpido decir algo como eso. Billy se veía asombroso todo el tiempo. Rueda los ojos, sabiendo que no puedo decirlo enserio.

—Deberías salir un rato —echa un vistazo a las calles a través de la ventana—, no te quedes aquí sola, volveré después de almuerzo.

—Iré a caminar —asiento.

—Bien, desayuna —señala la cocina—. Adiós.

—Adiós.

Un vez que escucho sus pasos en las escaleras me levanto del sofá, perezosa. Resoplo al ver que no hay agua caliente para mi café. Abro las alacenas, buscando qué desayunar. Sin saber qué comer, tomo la mantequilla de maní y una cuchara.

Me rio sola al recordar las pijamadas en casa de Claudia y como por las mañanas nos arrastrábamos a la cocina en busca de los panqueques que su madre hacía para nosotras.

El dolor es dulce y amargo a la vez.

Si tuviese la oportunidad el volver el tiempo atrás, no estoy segura de si querría hacerlo. Mi vida era más simple, tenía a mi familia, a mis amigos, mi casa, todo resuelto, sin embargo mi vida no tenía a Billy, a Julián, a Joe y a los otros viejos del gimnasio en ella.

Tenía dinero y popularidad pero yo era una inútil. Era una de esas chicas que les ponía el pie en el pasillo a las demás. Era esa perra insoportable que nadie quería en su escuela excepto sus amigos.

Me rio entre dientes.

No creo que haya sido así tampoco.

Veo televisión un rato, preparo el almuerzo y descanso. Sin embargo no puedo abandonar el mismo pensamiento. No puedo dejar de preguntarme si todos aquellos que me seguían y reían conmigo aún preguntarán por mí, si estarán preocupados de porqué no he aparecido en tanto tiempo, porqué no han oído de mí después de la noticia de que había quedado en la calle.

Perros de Guerra | ✓ EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora