𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗦𝗘𝗜𝗦: Momentos Después

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Con las cortinas cerradas, sumidos en la reconfortante oscuridad de la habitación, envueltos entre las espesas capas de mantas, ambos descasamos en silencio. Con mi cabeza sobre su pecho, oyendo sus latidos. Su pecho sube y baja con sutileza mientras respira.

El lugar ha sido un cementerio desde ayer. Silencioso, frío y oscuro. Paloma estaba con Theo en su departamento, cuidando de él. Mi brazo está bien, solo tengo un par de puntadas. Billy, por otro lado, trae más heridas de las que puede contar.

No ha dicho una sola palabra desde ayer, pero todos podíamos intuir que había sido torturado por Ross un buen rato.

Billy se mantuvo silencioso, metido en sus propios pensamientos. Quería sacarlo de ahí, hacerlo hablar de lo sucedido pero yo tampoco me encuentro dentro de mí por ahora. Todo mi cuerpo se siente entumecido al igual que mi mente, intento apartar la sensación del arma entre mis manos y el frío color de su cuerpo al caer frente a mí.

Siento frío, siento frío incluso dentro de mí y el calor de su cuerpo junto al mío solo me recuerda lo helado que está el mío.

—Este lugar es una jaula —su susurro se siente más como un grito después de tantas horas de silencio—, cada vez más hoteles, más restaurantes, más tiendas... No tengo más amigos que ustedes, no he tenido un solo amigo desde que tenía trece años, había olvidado que era tener familia, pasé tanto tiempo solo que olvidé lo que era sentir amor y olvidé lo bien que se sentía que alguien te de un abrazo, que alguien te pregunte si comiste. Me robaron la inocencia en el momento en el que pusieron mis ojos en una mira, en el momento en el que un hombre decidió que servía solo para cortar cabezas. Me he sentido solo en los lugares más aglomerados, me eché a la espalda la responsabilidad de un hombre de treinta años, he sido mi madre y padre desde los quince años, mi terapeuta es mi almohada y la oscuridad el vacío que tanto había contemplado... Me he levantado llorando porque soñaba con mi casa de infancia, con mi cobertor azul a rayas y la hierba creciendo bajo las ventanas, tengo grabados los rostros de mis víctimas en mi cabeza, los cuento a todos de cara contra la almohada cuando el insomnio es lo único que me queda. Muchas veces quise abandonar pero yo no sé hacer más, la sangre nunca se lava de las palmas de mis manos y la paz es un lujo que no puedo pagar. Siempre tengo pesadillas y en todas el monstruo soy yo, porque siempre corro por pasillos matando incluso al que me suplica que no. Han pasado casi ocho años y aún me tiemblan las manos cuando pienso en mi papá... Yo creí que su salida también era la mía y no te voy a decir que no lo intenté porque he saboreado el cañón del arma casi unas diez veces a lo largo de mi vida. Ahora me entero que lo que creía era una mentira, quien decía era su hermano le manchó el corazón con plomo y ayer me di cuenta que el hombre que siempre soñé con eliminar me causa el mismo terror que me causaba a los quince años.

Para cuando tomo el valor de girar sobre el colchón y obsevarlo tendido a mi lado, me doy cuenta de que está llorando. Silencioso y sin movimientos, las lágrimas caen por su rostro mojando el cobertor de la almohada.

—Hey, no... —me siento a su lado, tomándolo por los hombros—. Ven. 

Apoyándose en sus codos se sienta, dejándome recostar su cabeza en mis piernas.

—No digas que no puedes hacer más, que es todo para lo que sirves —niego, limpiando sus lágrimas—. Él ya no está, todo el dinero por el que trabajaste es tuyo... Ese dinero que perdiste ni siquiera era suyo.

—No solo perdí su dinero ahí —niega—, ellos deberían haberme recompensado a mí. Me robaron mi vida, me robaron mi alma, usaron mi honor y manos para mantener los suyos intactos, me quitaron a mi padre y luego me mataron en vida, para convertirme en una máquina que ellos jamás serían.

—¿Él lo hizo?

Asiente, con los ojos en el techo.

—Lo confesó cuando intentó matarme, antes de que llegaran —hipa, provocando que su pecho se sacude—. Maddie, siento que mi padre acaba de morir. Siento que lo acaban de matar y que lo dejaron tirado a mis pies.

Su voz se quiebra y tiembla, pasa el dorso de sus manos por su rostro, limpiando sus lágrimas con cansancio. Mi pecho se aprieta, no sé qué hacer o qué decir, no sé cómo parchar el hoyo en su alma.

—¿Por qué? —cuestiono, sin poder entender— ¿Por qué lo hizo?

—Cuando se retiraron la compensación fue mala, así que entre su grupo de amigos juntaron dinero y pusieron un gimnasio, les fue bien y de pronto eran dos, luego tres, después cuatro... Y sabes que aquí no todos los negocios grandes tienen gente honesta tras las cortinas. Conocieron a un tipo con negocios chuecos, mi padre era el único que no quería participar de ello. Ross dijo que si no colaboraba, estorbaba... Debí saberlo antes, al analizar la escena lo habría notado pero jamás me he atrevido a revivir ese momento. 

Parece tan frustrado, tan molesto consigo mismo.

—Él lo hizo, él lo hizo...

—Ya todo acabó, Bill —le aseguro—. Ross jamás podrá herirte otra vez.

Busco su mano entre la penumbra y la uno con la mía.

—Jamás volverás a estar solo —prometo—, solo ponte de pie, sabes cómo salir de esto.

Ensucié mis manos para salvarlo. Crucé la línea que había trazado para evitar que se lo llevaran las manos que ya lo habían hecho sangrar en el pasado, el precio fue alto, dentro de mí algo se había roto y no tenía manera de arreglarlo, pero podía parecer un precio justo si volvía a ver una vez más una sonrisa sincera emerger de sus labios.

Y aunque la mayor parte de veces tiendo a creer que es él quien cuida de mí, ahora me doy cuenta de que habiendo tenido todo, al perderlo pude llegar a él para darle de eso que jamás pudo tener. Billy es un gran hombre, sale de las aguas más tormentosas sin un rasguño, sin embargo, por dentro... Por dentro aún hay un niño muy herido. Y solo el tiempo y su voluntad podrían curarlo.

—¿Alguna vez tendré paz? —pregunta como un náufrago cansado de remar con sus propios brazos.

—Tendrás paz, Billy.

Perros de Guerra | ✓ EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora