𝗗𝗜𝗘𝗖𝗜𝗢𝗖𝗛𝗢: Paloma

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PALOMA.

Alguna vez tuve un hogar. Alguna vez tuve una familia. Si cierro los ojos no es difícil sentirlos a mi alrededor, ver sus rostros y oír sus voces. Estos últimos años me he encontrado a mí misma sumergiéndome más en esos viejos recuerdos. Casi como una burbuja en la que podía meterme cuando las cosas a mi alrededor eran demasiado para mí.

Y porque alguna vez tuve una familia, alguna vez la amé y alguna vez sonreí a su lado es que hago esto. Veo desde el marco de la puerta a joven castaña arreglar el liguero en su muslo, su mirada distante y preocupada en algún punto de su reflejo.  Porque entiendo lo que siente es que quiero estar a su lado cuando suceda. Porque quizá ahora siento que tengo otra familia y no hay nada más que yo pueda querer que sean felices.

Y tal vez, si toda esta aventura tenía un fin podríamos seguir viéndonos, hablando y divirtiéndonos. Quizá eso es lo que más me gustaría, poder seguir siendo una familia con el pasar del tiempo.

—¿Cómo te sientes? —le pregunto adentrándome en la habitación.

—Como si estuviese yendo a cavar mi propia tumba —confiesa derribando sus muros.

De pronto ya no estoy tan segura de que ella desee hacer esto.

—Uhm... —murmuro—. Escucha, Maddie, si esto ya no es lo que quieres...

Puedes parar. Siempre puedes decir que no.

Aunque mis "no" en el pasado hayan sido tomados a la ligera o ignorados, ahora tienen peso y los de ella también.

—No es una opción —responde, cuadrando sus hombros—. Por tantos meses... Este momento era todo en lo que había pensado. Hacerme para atrás, reconsiderar la idea no era un opción para mí. 

La idea de esta última misión es lo que la ha sacado de la cama los últimos días, es lo que he podido notar.

—Ensuciar mis manos estaba en mis planes desde que me propuse cazar al asesino de mis padres y ponerme a lloriquear por eso como una niña no iba a solucionar nada.

Ella se echa otro vistazo en el espejo.

—Aquella noche en el arenal, cuando acabaste con los hombres que te esclavizaron... ¿Encontraste algo de paz en ello? —pregunta.

—No sé si lo que pueda llegar a decir sea lo que necesites oír, no sé si lo que yo hice o sentí pueda darte algo de paz. Lo que sí sé es que obtuve mi libertad, mi paz con ello... Pero manché mis manos, Maddie. Y sí, con el tiempo he logrado hacer las paces con mi culpa pero es importante que sepas que esa paz tiene un precio y es caro.

—Pero encontraste paz en ello —repone—. Si ensuciar tus manos es algo que te preocupa, Paloma, no tienes que ir... Esta es mi última pelea, no la suya.

Sonrío ante sus palabras.

No funciona así.

—Sabes que eres como mi hermana ahora —tomo su mano, cómplice—. Tu pelea es mi pelea.

—Prometo que después de esta noche podremos hacer cosas normales —ríe por lo bajo.

—¿Afilar navajas no es algo normal? —finjo sorpresa.

—Iremos al centro comercial, tomaremos chocolate caliente en un café lindo, andaremos en bici por las calles y saldremos a divertirnos los fines de semana... Y muy de vez en cuando afilaremos navajas —asegura.

Perros de Guerra | ✓ EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora