𝗖𝗨𝗔𝗧𝗥𝗢: Es Bueno Tenerte

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Esquivo sus puños con agilidad, barriendo sus piernas con una de las mías, en cuanto está de espaldas contra el suelo me pongo a horcajadas sobre su pecho y aplico castigo sobre su rostro. Mi victoria no dura demasiado, me toma por las muñecas, haciéndonos rodar a ambos por el suelo para finalmente dejarme de espaldas y con los brazos sujetos sobre mi cabeza.

Billy niega con la cabeza, fingiendo decepción antes de soltarme y salirse de mi encima.

—Vas mejorando —admite—, pero sigues distrayéndote.

Me apoyo en mis antebrazos para poder mirarlo. Resoplo como única respuesta.

—De nuevo —chasquea—. A ver si esta vez sí logras vencerme.

—¡Eres mucho mejor que yo en esto! —exclamo— ¡Es injusto!

—¡¿Injusto?! —ríe, divertido— Te hago un favor, Madison, si aprendes a derrotarme a mí podrás derrotar a cualquiera, te lo he dicho ya cien veces. Vas bien, solo debes dejar de ser una llorona.

Elevo ambas cejas, sorprendida ante la audacia que tiene para decirme eso una vez más. Se encoje de hombros y retrocede, como diciéndome que qué haré yo con todo esto. Estrecho la mirada, preparando mi ataque y sin previo aviso corro hacia él con todas mis fuerzas.

Salto enganchándome a su torso con mis piernas y llevándolo de regreso al suelo. Se queja en un gruñido ahogado pero le da el paso a una risa entrecortada antes de maniobrar para sacarme de su encima. Recuerdo sus lecciones y las de los viejos. Descifro algunos de sus movimientos, ahorrándome algunos dolorosos encuentros.

Paso de estar sobre él a dejar solo mi rodilla en su centro, impidiéndole conseguir la fuerza de levantarse. Sé que está reprimiendo muchas de sus habilidades y fuerza para poder enseñarme y practicar conmigo pero me parece bien por ahora.

Toma mis brazos en el aire pero tiro de mí misma hacia atrás. Me siento como una idiota en cuanto noto que le he dado lo que quería porque aprovecha en ese mismo segundo para impulsarse y volver a donde estábamos hacía tan solo minutos.

Él sobre mí, mis brazos sobre mi cabeza.

Sonríe, burlón.

—¿Cómo saldrás de aquí, Madison? —pregunta.

Lo pienso.

—¿Usando mis piernas? —pregunto.

Asiente.

—Úsalas, Madison —afirma—, también existen.

Elevo mi rodilla, dándole en el estómago, su agarre se afloja, lo empujo lejos de mí, intenta tomarme de una de las piernas pero lo evito. Salta, poniéndose de pie en un ágil movimiento, señala con la cabeza los cuchillos al otro lado de la habitación. Son solo de práctica, de goma y sin nada que pueda dañarnos realmente.

Me deslizo sobre el suelo, imitándolo y tomo dos de los cuchillos, sintiéndome victoriosa. Pero con Billy eso jamás dura. Como por arte de magia, saca dos cuchillos también, mofándose de mí una vez más con la mirada.

Viene hacía mí, me planto bien en el suelo y espero el ataque. Bloqueo sus primeros movimientos, cuidando el resto de mi cuerpo. Prevengo que me apuñale en el vientre, pasando los bordes redondeados de mi cuchillo por su brazo, finge que le he cortado, retrocediendo un par de pasos para luego volver a intentar. Pero vuelvo a usar el movimiento con el que más segura me encuentro. Barro sus piernas y vuelve a caer.

Perros de Guerra | ✓ EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora