𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗗𝗢𝗦: Paz

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Entre las hojas secas, la nieve, el viento y la nueva salida del sol con sus hojas verdes y coloridas flores, un año pasó casi desapercibido. Muchas cosas cambiaron en doce meses. Las pistolas, ametralladoras, navajas y cuchillos fueron reemplazadas por libros, lapiceros, latas de Coca-Cola y cuadernos.

No supe nada más de Billy después de esa mañana. Ni un mensaje, ni una llamada ni señal de humo. Él se había convertido en aquel fantasma que tan bien sabía interpretar. Soñaba con él a veces, sentía su perfume en el aire cuando pasaba por aquella calle donde solíamos vivir, lo extrañaba, pero tras un tiempo empecé a hacerme la idea de que jamás volvería verlo y que lo mejor que pude hacer para mí misma fue pasar página.

Hice amigos en la universidad, en el trabajo de medio tiempo... Mi vida no tenía lujos, ropa ostentosa y grandes bailes de fin de año. Pero tenía un pequeño departamento, mis cosas, un gato y amigos reales.

Braxton Fender antes de desaparecer en una nube de humo después de aquella guerra en su propiedad, dejó una modesta cantidad de dinero a mi nombre con uno de sus hombres de confianza. Con su dinero y el que Billy dejó para mí, he logrado mantener una vida tranquila y pagar mis estudios.

Aún tengo pesadillas, aún me congelo ante ciertas situaciones pero sé que eso no siempre será así. Sé que los sueños no pueden herirme y que el veneno había sido drenado de mi alma. Estaba bien. Estaba feliz. Me sentía segura.

Tengo un hogar. Solo soy yo, mi gato y mis plantas pero es un hogar. Mío. Cálido y lleno de amor.

Ya no éramos Los Perros pero habíamos encontrado de permanecer unidos pese a ello. Paloma pasaba mucho tiempo conmigo, sobretodo los fines de semana, ella y Theo habían intentado darse un oportunidad después de trabajar algún tiempo en sus propios demonios, al menos ya tenían algo sano que ofrecer uno al otro y estaba feliz por ellos.

Jessie y Julian seguían viviendo juntos, criando a la bebé. Julian y yo no hablábamos mucho de Billy, estaba tan o más herido que yo con su partida, con el tiempo encontramos más cosas de las que hablar, después de todo, aunque él se hubiese ido, todos seguíamos siendo una familia.

Su lugar en la mesa seguiría ahí, puesto para él, para cuando quisiera regresar.

—Has estado todo el camino muy callada —Cecil observa con algo de humor.

Ruedo los ojos, divertida.

—Pensaba en algunas cosas que debía hacer hoy —respondo.

Hacía un año este mismo día lo vi partir en un auto con su hermano. Eso. En eso pensaba. Y no es que haya pasado todos estos largos meses pensando en solo eso, sé que él me hubiese arrojado por un balcón si me hubiese visto lloriqueando por él de esa manera. Solo a veces no podía evitar regresar en el tiempo y pensar en qué hubiese sido de nosotros si nos hubiésemos conocido sin estar rotos.

¿Nos habríamos conocido si quiera?

Cecil estaciona el auto. Soy la primera en bajar, sujetando solo mi mochila. Reviso uno de los mensajes que enviaron del grupo de tareas.

—Oye, me adelantaré —dice a mi lado.

—Sí, sí... —murmuro sin prestar demasiada atención.

Con el teléfono en manos y a pasos torpes me voy acercando a los escalones de la entrada. Frunzo el ceño al ver las respuestas en la pantalla. 

¡Estos desgraciados no hacen un trabajo bien ni para salvarse la vida! Gruño, fastidiada ante la idea de tener que arreglar todo antes de que se la hora de presentaro.

Infelices, de todas maneras los adoro.

—Niñita.

Apago la pantalla, no muy segura de haber oído bien. 

Me quedo petrificada. Su voz, cerca de mí, con ese leve siseo que usa cuando he hecho algo mal. Cierro los ojos, esperando que no sea mi imaginación mientras giro sobre mis talones. Temo haberme vuelto loca, pues no hace menos de cinco minutos tenía su imagen rondando por mi mente.

Al abrir mis ojos, él está aquí, frente a mí.

¿Cómo?

Sigue siendo él, sigue teniendo la misma mirada, las mismas facciones, sin embargo, su semblante hoy en día brilla más, algo en él ha cambiado y para bien.

Mis ojos se llenan de lágrimas al ver que entre sus manos trae un gran ramo de lirios azules y ese bendito tarro de mantequilla de maní. Se encoge de hombros, como si no hubiese nada más que él pudiese hacer.

—Tenías razón —dice con algo de amargura para después darle paso a una sonrisa—. Al final del día no pude vivir sin ti.

—¿Y el pasado? ¿Los verdugos? ¿Las cadenas? —cuestiono.

—Se convirtieron en paz —responde.

Niego con la cabeza, bajando la mirada al suelo. Mis lágrimas rebotan contra la acera iluminada por los rayos del sol y una boba sonrisa se expande por mis labios. Él toma un paso hacia delante, dudoso. La sonrisa en su rostro no se desvanece, el brillo en sus ojos permanece intacto. Tomo las flores, sintiendo su aroma.

—¿Qué harás ahora, Billy? —cuestiono en voz baja, sintiendo la calidez de su cercanía.

Los meses, las semanas, los días, las horas... Todo se desvanece. El pasado, el dolor, la rabia, la sangre. Todas esas memorias que nos cortaban desde lo profundo descansan bajo el agua, hundidas por siempre en el pasado.

Billy ladea la cabeza, estudiando mis facciones con su peculiar atención.

—Marcar un inicio —responde, pensativo—. Sí, eso haré...

Sus manos acunan mi rostro con suavidad, agachándose levemente hasta quedar cara a cara, su frente se junta con la mía, cerramos los ojos con fuerza, temiendo que esto solo sea un vil sueño. Levanta mi rostro con un leve movimiento y sus cálidos y suaves labios reciben los míos.

Perros de Guerra | ✓ EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora