𝗧𝗥𝗘𝗦: Lo Que Solía Ser

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El tercer día en el gimnasio no es tan divertido.

Mis músculos habían quedado resentidos por toda la acción de los últimos días, el cambio brusco de rutina me tenía mareada y el que estuviese no tan bien alimentada no me ayudaba en cuanto a obtener energía. Billy nos observa desde una esquina, con los brazos cruzados sobre su amplio pecho.

Erick no me tiene compasión. Caigo al suelo de bruces, siseando entre dientes.

Juro que cuando tenga más fuerza voy a golpear su cara contra esas pesas que tanto ama.

—Hey, con cuidado, Erick —le reprende Billy desde el fondo—, apenas y empieza.

—Dijiste que querías que estuviese lista —entorna sus ojos azules hacia los de Billy malhumorado.

—Si va a perder un ojo que lo decida el destino —responde—, si pierde un ojo aquí dentro es abuso. Sé gentil, pesas cincuenta kilos más que ella.

Me levanto, disimulando mi momentánea cojera.

—Entonces entrénala tú —responde, cansado—. Tengo mierda qué hacer, Kaleo.

—Vete a la mierda, Smith —chasquea Billy, caminando hacia nosotros.

Hace a un lado a Erick con un empujón, pasando a ignorarlo por completo. El chico recoge su toalla del suelo y se va hacia las duchas, maldiciendo en voz baja. Billy da un suave golpe en la espalda, corrigiendo mi postura.

—Estar derecha te ayudará —comenta—. Bien, tus golpes son buenos, necesitan potencia y en lo posible acomoda bien los dedos o te los romperás ¿Bien?

—¿Siempre es tan hijo de puta o le pegaron de chiquito? —pregunto, molesta por lo de Erick.

—Ambas —rueda los ojos—, era el nuevo del gimnasio, el de los privilegios... Se acabó ayer.

—¿Por qué llegué yo? —me señalo.

—Así es —afirma—, haz que valga la pena esta rivalidad que está creando, esfuérzate y quizá en un mes le patees el trasero.

—Eres bueno motivando —reconozco eso.

—Y en otras cosas también —murmura.

*****

Veo las fotos en las paredes, las medallas y gorras colgadas como trofeos por todas las paredes del gimnasio. El lugar tiene cierta aura a sabiduría si prestas la atención suficiente. Observo a Billy caminar a mi lado, mentón arriba, mirada fría, buena postura, un hombre tan guapo como imponente sin duda.

Lo imagino con uniforme de marine por un momento. Como dijo que había sido su padre.

—¿Nunca quisiste enlistarte? —pregunto.

—No —responde—, creí que no harías preguntas personales, Madison.

Abre la puerta del auto para mí y espero a que suba también.

—Lo sé, pero vivimos juntos ahora y me gustaría conocer al tipo que me saca en su coche todas las noches —respondo, malhumorada.

—Eso no sonó bien —reprende con amargura—. Pero quizá tengas algo de razón.

—¿Entonces? ¿Nunca quisiste?

—Yo crecí viendo lo que la guerra le hizo a mi padre. Estaba vivo pero, cada vez que volvía, más pedazos de él había perdido en el desierto.

—¿Lo extrañabas mucho?

—Yo lo amaba por ser mi padre, los días que pasábamos juntos antes de que tuviese que regresar eran asombrosos pero para cuando volvía ya era una persona completamente distinta, como si realmente nunca lo hubiese conocido ¿Entiendes? —sus ojos van hacia el camino, evitando encontrarse con los míos a toda costa— Admiraba su valentía para salir por esas puertas e ir a pelear contra los de su misma especie pero... No quería convertirme en eso para mis hijos, en un extraño con un uniforme que le obliga a escoger. Ni siquiera fui soldado y mira lo que ese mundo me hizo a mí... En lo que me convirtió. El país le pide a estos hombres que vayan a ensuciarse las manos en nombre de los trajeados sabiendo que pueden arreglarlo en una oficina. Les piden que hagan cosas que saben que están mal, les joden la cabeza hasta el punto que odian verse al espejo pero les hacen sentir que es su responsabilidad que es lo que les deben por su libertad.

Perros de Guerra | ✓ EN EDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora