Capítulo 2: El prometido

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Pasaron los días, la pelirroja estaba enamorada de una ilusión de su mente, al ver así a la siempre tímida mujer, a más de un caballero le llamó la atención, era difícil no percatarse que la pelirroja estaba enamorada. Más de uno de esos acosadores estaba celoso de que un hombre estuviera "cotejando" a tan bella dama. Eran machos hipócritas no querían la mayoría de ellos una relación seria con Inoue, solo querían arrebatarle la virginidad. Presumir de haber sido el primer hombre en su cama, aunque en esas circunstancias dejarán a la doncella sin una oportunidad de tener una familia, ya que su buena reputación quedaría arruinada. Sería vista como una prostituta y no como una joven educada. Aquello terminaría mal para la inocente niña que ni siquiera conocía a su futuro esposo.

Frustrados por la completa falta de interés de Orihime hacía cualquiera de esos egolatras acosadores, estos eran aún más insistentes. Pero algo siempre evitaba que se agravará su situación, cuando la acorralaban alguien llegaba y ella escapaba, cuando querían lastimarla aparecía algún trabajador, incluso cuando el capataz quiso tocarla apareció su esposa. Inoue sólo contaba los días para que su prometido se presentará, deseaba ser la novia ideal, trabajaba arduamente cada día, el odio, la envidia y rencor son crueles enemigos silenciosos.

El hacendado por más que investigó no pudo averiguar quién era el enamorado de Orihime, furioso porque no iba a poder poseer a esa hermosa dama, decidió entonces hacer su vida imposible. Un par de días antes de la fecha establecida el hombre le dejó arduas tareas solo a ella, el resto de las sirvientas se dio cuenta que esas cosas eran muy difíciles para una sola persona. El primer día la pobre pelirroja tuvo que tallar y pulir todos los pisos, se le hizo tarde a la de ojos grises por lo que su hermano fue a buscarla para ir a casa, unos crueles ciervos lo golpearon, lo ataron a su mula y lo mandaron a su humilde choza. Una anciana la más antigua de las cocineras la vio quedarse dormida cerca de la media noche agotada, con sus manos ampolladas, la de cabello cano la cubrió con una manta y la acompañó toda la madrugada, eso sólo enfureció más al hacendado.

Sora débil y dolido regresó a su trabajo, estaba muy lastimado pero no iba a dejar a su hermana menor sola en ese lugar, así que se trago su coraje y fue a laborar aún con la humillación que ambos Inoue habían sufrido. Era un hombre cruel ese español rico, que ya tenía una esposa a días de dar a luz pero deseaba lo ajeno a como de lugar. Ese día el hacendado la hizo lavar la cocina y loza a Inoue sola, aunque terminó rápido su hermano nuevamente recibió una golpiza por lo que la pelirroja tenía que regresar sola a casa.

Más de uno de eso hombres malvados pensó en seguirla y abusar de la inocente doncella, sin embargo le tenían mucho miedo al camino por el que cruzaba la chica, no eran más que un montón de cobardes. Era un viejo sendero que cruzaba por el bosque, más de un desafortunado se había perdido y desaparecido en ese lugar. La cansada chica solo anhelaba llegar a casa, ella no le asustaba ir por ese paso olvidado, pero para suerte de la mujer esa noche madrugada del 3 de marzo había una ceremonia en la oscura arboleda.

Habían llegado con los conquistadores, se mezclaron bien con las creencias y rituales de esas tierras, las llaman "brujas del aquelarre". Estas mujeres para burlarse de la inquisición y en general de la religión usan un manto, un aura roja, así parece que se queman, se convierten a la vista en bolas de fuego. Inoue conocía por su herencia familiar un poco sobre estas brujas, ofrecían su cuerpo al Diablo por el poder para maldecir a otros. También sabía que estas hechiceras eran clanes familiares, solo daban sus conocimientos y rituales entre parientes. La de ojos grises era muy consciente de lo peligrosas que pueden ser, pero no se involucrará con ellas estaría a salvo.

Firme la dama camino por el sendero, mientras más avanzaba las sombras y ruidos del bosque más la inquietaban, trataba de pensar en otra cosa, recordó que esa noche iba a conocer a su prometido, con esa ilusión como una luz pudo continuar, sin embargo una de las brujas descubrió su presencia. Las enfureció la interrupción, esas mujeres poco parecían ya humanas, estas fieras embravecidas se lanzaron contra la indefensa Orihime, aunque sabía mucho sobre ellas no tenía algo para protegerse de las brujas, corrió tan rápido como le dieron sus lastimados pies. Mientras la perseguían una figura se levantó de entre las sombras, se interpuso entre las bolas de fuego y la sirvienta. Las hechiceras al ver de frente a esta silueta se detuvieron, se aterraron cuando las miró a sus brillantes ojos amarillos. Era un hombre con un elegante traje negro.

Los ojos de la muerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora