Capítulo 7: La Primera Historia

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La Llorona

Ya no quiero volver atrás.
Ya no quiero sufrir más.
Tan solo quiero vivir mi soledad.
Tal vez encuentre la verdad
que me ocultaron mis lágrimas.
No escucho ya mi voz.
Solo observó un reflejo sin luz
roto con mi corazón,
en el que ya no veo la razón.
He perdido lo que ame alguna vez.
Yo se que en mis manos
mi amor murió, aún lo puedo ver
en lo profundo de mi llanto,
en este vacío de mi grito...

Luego de unos días Sora se acostumbró a su nueva rutina como capataz, Gin le mostró esa tarde la pequeña propiedad en las afueras de la hacienda. Era más modesta pero muy acogedora, completamente amueblada, tenía un peculiar olor, con algunos cuadros, de escenas comunes de la vida cotidiana, con un suave color crema en las paredes. Ahora tenía una propiedad, lastimosamente no vivía en la casa con su hermana, la extrañaba viviendo solo en ese lugar, pero tarde o temprano se iban a separar, era natural que una mujer tan hermosa como ella se casará. Se sentía feliz por la buena fortuna de su hermana, por haber contraído nupcias con un caballero tan rico, elegante como el señor Ulquiorra aún con las cosas extrañas que tenía en esas habitaciones y sus aún más peculiares creencias.

Por su parte Orihime empezó a entender la vida en la hacienda, su esposo dormía de día y salía a trabajar por la noche. Ahora le daban todo lo que quería, postres, flores, ropa, vestidos, joyas, aunque en realidad lo que más disfrutaba era aprender a leer en brazos de su esposo. Aún no se acostumbraba a las atenciones de su guapo esposo, era caballero sí, pero atrevido, osado, a su vez dulce, coqueto. Se había vuelto costumbre para el ojiverde vestir y desvestir a la pelirroja, haciendo uso magistral de sus dedos. Esa mañana comenzó con Orihime desayunando en las piernas de su marido, algo que lentamente se volvía costumbre, el pelinegro se daba gusto dando bocadillos en la boca a su esposa, la sujetaba con un brazo de la cintura, si apenas una gota de jugo o leche caía de los labios de la doncella, el hacendado la tomaba con su lengua, rozando, provocando la piel de Orihime, siempre ruborizada por estos cariños. Entonces llegó alterado su hermano en medio de esta sensual escena.

- ¡Hermano mayor! - exclamó avergonzada la pelirroja

Mientras que Ciffer suspiro con gruñido de clara, molestia.

- ¡Perdón por la intromisión señor Ulquiorra! Espero... no interrumpir... - dijo con la cabeza agachada el de ojos grises

- Bastante Sora. Pero ya no importa. ¿Qué necesitas? - preguntó el irritado caballero

- Lo lamentó, pero alguien cortó la corral del lado este del bosque, cerca del sembradío de té... - dijo algo nervioso el empleado

Su efigie del ojiverde se puso más seria, por lo que reaccionó de inmediato.

- ¿Qué? - preguntó desconcertado

- Si señor, no lejos del lago... - comentó el hermano

- Eso si me preocupa... - dijo el de cabello negro

- Tengo que arreglar este asunto antes de irme a dormir... si quieres quédate a desayunar... - continuó el bizarro

- No se preocupe mi señor. De hecho quiero acompañarlo, saber más sobre su trabajo... si... si me lo permite... - dijo apenada la pelirroja

- Mujer, tú eres mi esposa y tú me puedes pedir lo que quieras... siempre que sea para hacerte feliz... - dijo el ojiverde

Los ojos de la muerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora