Capítulo 10: La cuarta historia

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La muerte no se enferma ni espera

Estaba la flaca esperando en un rincón,
solo miraba impaciente su reloj,
el pobre diablo en la cama le pidió
solo que tuviera un paciencia,
de mala gana aceptó la huesuda.

Uno a uno llegaron los hijos, hermanos,
tíos, primos, gorrones y colados,
todos se despidieron del moribundo,
algunos sinceros, otros hipócritas,
mal intencionados y con falsas lágrimas,
esas cosas como las odiaba la flaca,
no las visitas de los seres amados,
sino las mentiras de esos aprovechados.

Eso sí que le molestaba a la muerte,
aquel que grita pero no siente
en realidad el dolor, son puro farsante,
al final una vez que todos pasaron,
se acercó la huesuda, con un suspiro:
"¿Ya te despediste de todos los que querías?",
dijo serena la última invitada.
"Pues casi todos, con algunos apenas me voy a reunir,
con los otros en esta vida no los voy a conocer,
pero hice lo que vine a hacer,
por mi parte pude vivir
sin arrepentimiento, solo me queda seguir",
dijo el enfermo.
Sonrió la muerte, extendió su mano amablemente,
el pobre diablo olvidó el dolor,
en su corazón quedó solo el amor
que en su vida conoció,
así el par del lugar se despidió.

El capataz cargo a su cuñado y lo puso en la cama, respiraba con dificultades el ojiverde. Angustiada Orihime corrió por agua fría, gasas y toallas para su esposo, Sanderwicci le acompañó. Ambas mujeres pusieron fomentos para bajar la temperatura del caballero. Gran parte de la mañana se quedaron al pie de la cama cuidando al pelinegro.

- Vamos a comer algo... - dijo Sora algo inquieto

La de ojos violeta se levantó y fue donde el muchacho.

- Yo me quedaré aquí... - dijo la pelirroja

Tanto Cirrucci como Sora se miraron. Ellos también estaban preocupados, pero no podían imaginar la desesperación de la dama.

- No puedes estar sin comer Orihime, yo sé que estás preocupada. Es mi cuñado, tu marido y mi patrón, también es importante para mí. Pero si te enfermas tú también ¿yo que voy a hacer? No puedes dejarte vencer. El señor Ulquiorra te necesita... - regaño el caballero a la menor

- Comeré más tarde hermano mayor... - dijo sin moverse la de ojos grises

Inoue no tuvo más opción que aceptar las palabras de la dama. Suspiro y la dejó sola con su esposo. La fiel mujer cambiaba los fomentos, buscaba hielo para enfriar aún más el agua con la que refrescaba al de ojos esmeralda, no se movía de los pies de la cama, rezaba constantemente tomando la mano del enfermo. Era de noche, aunque Sora y Cirrucci estaban preocupados, se fueron a dormir sin decirle una palabra a la pequeña, fue cuando despertó el hacendado.

- ¿Mujer? - dijo con voz entre cortada el de pálida piel

- ¡Mi señor! - exclamó sollozando la chica

El pelinegro se enderezó y con gran dificultad se puso de pie.

- ¡No debería moverse aun mi señor! - pidió la dama

- Tengo que irme... tengo trabajo que hacer... alguien como yo... no puede dejar su labor... mi abuelo confía en mí para hacerlo... mi padre se molesto por lo que pasó... pero esas brujas no deben meterse con lo mío... - dijo el mareado y sonrojado bizarro

Los ojos de la muerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora