Capítulo 16: La novena historia

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Duendes

Uno, dos, tres, mira otra vez,
lo crees no es lo que es,
cuatro, cinco, seis, está al revés,
son pequeños, inquietos,
aventureros muy traviesos.
Uno, dos, tres, escucha con atención,
son listos, únicos, divertidos,
cuatro, cinco, seis, no hay razón,
quién te va a creer el mundo
qué pueden hacer, risas, corazón
te entregan si eres amable,
no intentes sorprenderlos,
son más ingeniosos
de lo que piensas e inteligentes
de lo que crees.
Se bueno y su magia te darán,
se bondadoso y de virtudes te llenarán,
se compartido y la felicidad encontraras.

La pequeña Karin crecía cada día, parte del tiempo la cuidaba Orihime, mientras su hermano y Cirrucci trabajaban en la hacienda. En las mañanas el después del desayuno se quedaba con la niña, a la par Ulquiorra dormía, jugaba con la pequeña, le leía y la llevaba al camporal. También seguía bordando o tejiendo cuando la bebé descansaba en su cuna. Al ojiverde no le gustaba del todo la idea de que su mujer fuera la nana de su sobrina. Pará él ya era bastante con los llantos que en ocasiones no le dejaban dormir, siendo que aquella criatura ni siquiera era suya.

Fue pasando el tiempo, pasaron meses, fue un poco difícil por el caballero quien en ocasiones simplemente no quería "interrupciones" para estar con su mujer. Comenzaron a desaparecer algunas cosas, en la cocina terrones de azúcar, algunas frutas, las medias de Orihime y y los calcetines de Ciffer, curiosamente sólo los izquierdos, nadie parecía prestar gran atención a éstas pérdidas. Hasta una mañana cuando la pelirroja mientras daba su desayuno a la bebé de un año, a un lado del ojiverde, quien hacía berrinche leyendo el periódico por no poder tener a su esposa ocupada en él; notó pequeñas marcas en el perfecto piso, eran diminutas como zapatos, esto llamó poderosamente su atención.

- ¡Mire señor Ulquiorra! - exclamó la chica

El pelinegro ladeo ligeramente la cabeza, bajo un poco las hojas para observar.

- Esas son marcas de duendes... - dijo frío el hombre

- ¿Duendes? - preguntó la curiosa dama

- Sí, en el bosque hay muchos, igual que gnomos y hadas. Normalmente no sé meten con las personas siempre que la gente no arremeta contra sus hogares o sufrirán distintas consecuencias... - comentó sin interés el hacendado

- ¿Hadas también? - dijo emocionada la doncella

- Sí, pero no sé dejan ver. Aunque Mitarashi no suele entrar a la casa... - dijo sin prestar mayor atención

- ¿Mitarashi? - insistió la mujer

Ciffer no quería hablar más del tema, pero se dio cuenta de que eso llamaba mucho la curiosidad de su amada, así que pensó en una forma de pasar tiempo con ella usando ese pequeño defecto.

- Mitarashi es algo así como un rey de los duendes. Si quieres verlos debes esperar hasta la noche y hacer un par de ofrendas... - dijo el de pálida piel solo para picar la curiosidad de Inoue

Ese objetivo fue fácil de lograr.

- ¿Qué hay que hacer? - preguntó la pelirroja inmediatamente

- Primero que nada. A ellos les llaman la atención los niños, pero no de noche, solo les gusta escuchar la risa de los pequeños durante la mañana. Los gatos se los suelen comer, así que hay que, como dicen: "ponerle el cascabel al gato...". Por lo que habrá que mantener entretenidos unas noches en una de las habitaciones a los gatos... - dijo con un suspiró el caballero

Los ojos de la muerte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora