2. Una bienvenida acogedora.

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[A]

La sorpresa me asalta en cuanto pongo un pie en la sala de estar. Mi madre permanece sentada, claramente preocupada, retorciendo sus dedos en un vano intento de ocultar lo que parece un temblor compulsivo. Hay galletas, al parecer recién horneadas, sobre la mesa del centro. Hago una mueca ante eso: mi madre nunca hornea, al menos no cuando las cosas están en su órbita. Un carraspeo apenas perceptible hace que mi mirada viaje al otro extremo del salón, donde, apoyado de manera casual, está un chico de mi edad.

Usa vaqueros negros y tiene puesta una camiseta negra que cita I admit that I want to fuck you. Con un tonto corazón blanco. Mi ceño se frunce un poco más.

Trae puesta una chaqueta de aviador y de su pantalón cuelga...¿una espada? Es de color negro. Subo la mirada y veo su rostro. Tiene la piel más pálida que el viejo Tom, un vecino con anemia que, día sí y día no, muere por un enfisema pulmonar, producto de una larga vida de fumador. Así que sí, su tono de piel hace que mis cejas se arqueen y que mis hombros se enderecen. Por si fuera poco, el chico tiene el cabello y los ojos negro azabache.

—¿Mamá? ¿Qué pasa aquí?—Mi voz es inesperadamente firme. No estoy dispuesta a intimidarme por la presencia de un chico que aparenta tener una afición a lo negro.

—Oh, Aimee. Llegas justo a tiempo. Él es Nico di Angelo—. Tiene una sonrisa nerviosa, pero trato de ignorarlo. Me señala con la barbilla hacia el chico (que hasta ahora no lo había notado, está en el rincón más oscuro) y yo lo miro de nuevo. Hace un asentimiento de cabeza brevísimo y se acerca a mi madre, como si yo estuviera pintada.

—¿Lo sabe o no?—Parece cansado.

—¿Saber qué?—Pregunto a la defensiva. El chico se voltea hacia mí con un dejo de irritación en el rostro.

—Es sobre tu padre, Aimee—comienza mamá—sé que te he dicho que murió hace muchos años, pero te mentí—. Hace una pausa y toma aire—. Él realmente no es tu padre; no el hombre del que te hablé. Sé que igual lo sospechabas, ¿no? Tengo una hija lista.

Al escuchar su tono irónico y casi burlón, ruedo los ojos. Está bien, el hombre que me vendió como mi progenitor no era el más listo... no encajaban nuestras neuronas, o algo así. No había manera. 

Pero aún así, jamás hubiese deseado no ser su hija si no fuese por la mirada ansiosa de mi madre en el momento de revelar la verdad.

Entonces es mi turno de tomar aire—. ¿Qué?

—¿Recuerdas lo emocionada que estabas cuando aprendiste sobre la Mitología? ¿El interés que pusiste en todos esos mitos?

Asiento enérgicamente con la cabeza. Una punzada en la boca de mi estómago; ¿qué tiene que ver..?

—Seré breve, cariño. Todos eso mitos son ciertos. Han sucedido. Suceden. Tú eres hija de una humana y un...

—Dios—concluyo por ella, con un hilo de voz.

—Necesito que lo asimiles rápido, Aimee. Cuando los mestizos conocen su ascendencia es más fácil para los monstruos encontrarles.

Hago una pausa para dejar escapar una risita sin ganas.

—Mamá, ¿bromeas? Los dioses sólo existen en la Mitología. Esos cuentos son mitos, sólo eso—murmuro, a sabiendas de que el chico que nos mira pensará que está loca.

—No, todos esos mitos son verdad. Y al igual que semidioses como Hércules, tú eres hija de un dios—. Me quedo callada un par de minutos para asimilar la idea y, cuando veo que no admite que está bromeando, me dirijo a Nico.

Hijo de Hades; Nico di Angelo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora