5. Los cambios no se detienen.

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[A]

Al día siguiente soy trasladada a la cabaña uno, la del Todopoderoso. Dioses, un mal chiste para los cristianos. 

De cualquier forma continúan diciéndome que comprendí bien, que Zeus es mi padre, pero no termino de creérmelo. ¿Yo, hija de Zeus, el Gran Zeus? Sí, cómo no. Casi puedo imaginarme en tercera persona, mirando la escena como si no estuviese verdaderamente involucrada. Quizá una versión de Spider Man diciendo cómicamente no se detiene. 

Es decir, no llevo más de 72 horas fuera de casa y continúan acribillándome con tontas nuevas realidades.

Hey, tu padre es un Dios. Hey, existen los centauros. Hey, vivirás aquí si quieres seguir viva. Hey, hey, hey, ¡tu padre es el rey de los Dioses!

Necesito un respiro.

—Ponte cómoda. Te espero en la Casa Grande. No tardes mucho—se despide Quirón cuando hemos llegado a la deslumbrante y fría cabaña.

Entro con mis pertenencias en mano —estoy hablando de mi ropa y un cepillo de dientes—. No tardo en sentirme intimidada, abstraída del mundo cálido y real del exterior. La cabaña es enorme; tiene unas puertas de bronce pulidas que relucen como un holograma, de modo que mirándolas de diferentes ángulos parecen rayos. Dentro de ésta, hay una gran estatua de Zeus y literas que, para mi sorpresa, no tienen pinta de no haber sido utilizadas en años. ¿Acaso no está permitido que haya telarañas en este lugar? Escepticismo parece un buen primer sentimiento para tener, al menos por ahora.

¿Es éste mi padre? ¿Es ésta mi cabaña? Mi pequeño nuevo hogar.

—Genial—susurro en voz alta. Sonrío poco a poco, quizá resignada a dormir sintiéndome lujosa, y me dejo caer en una de las camas vacías.

Suspiro largamente y me dirijo a la estatua. Me le quedo mirando un par de minutos hasta que tengo todos sus duros rasgos grabados en la mente. Entonces, me muevo hasta la puerta y me encamino hacia la Casa Grande.

Nada más cruzo el umbral de la puerta y Quirón está a mi lado.

—Adelante, Aimee. Tenemos que hablarte de tu padre—me lo dice de manera cordial, pero a leguas se nota que es falso. Algo me dice que no es genial esto de que el Gran Señor de los Cielos me tenga de hija.

Tengo papá y no es bueno.

—¿Pasa algo? Te ves nervioso—sonrío a medias al ver a Nico sentado en uno de los sillones de una esquina. Nuestros ojos se encuentran durante un nanosegundo y él aparta la mirada, con lo que me hace fruncir el ceño. Se comporta igual que el primer día. Hace dos días, me recuerdo como si fuese idiota. Y me sorprendo; juraría que llevo aquí una vida entera.

—Vaya, mira quién se dignó a venir; pasa, querida—me dice el señor D, con el sarcasmo saliendo a borbotones de su boca.

Me siento de mala gana frente a él.

—Desde la llegada del gran héroe, hijo del viejo Alga—un rayo sacude la tierra. El señor D sólo rueda los ojos, para después proseguir—, me he acostumbrado a los mocosos cómo tú; celebridades nada más porque sí.

Suspira cansadamente y, antes de poder objetar, alguien me interrumpe desde atrás.

—Se refiere a Percy—me aclara Nico. Cuando dirijo mi mirada hacia él, lo veo de espaldas a mí, observando por la ventana.

—Está bien, ¿alguien quiere explicarme? No entiendo, creí que debía alegrarme de ser reconocida.

Quirón y el señor D se dan una mirada seria.

Hijo de Hades; Nico di Angelo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora