10. Momento incómodo.

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[N]

Si me hubiesen dicho hace un par de años que haría esto, seguro los habría atravesado con mi espada. Luego me habría reído.

A carcajadas. 

Ahora, por el contrario, no hay nadie a quien culpar o atravesar con espadas; la iniciativa ha surgido de mí, totalmente.

Está bien, la visita de Aimee me ha dejado un poco aturdido, lo admito. Pero ¿quién no entra en shock —exagerado, lo sé— cuando una chica ha estado a punto de besarte? ¿Y cuando la chica es alguien que te parece interesante y atractiva, con quien no simpatizabas en absoluto?

Es decir, todavía no me simpatiza. No del todo.

Tras despertar hablé seriamente con Quirón, le pedí que les explicara a los demás. Después intenté persuadir a Will para que me dejara ir; recuerdo haber estado decidido a concentrarme estrictamente en el problema de la misión, pero entonces Aimee y su horrible encanto llegaron.

¿Y entonces qué pasa? Mi cabeza da vueltas y mi racionalidad se embriaga, haciéndome pensar que Aimee es guapa y que, en un mundo paralelo, seríamos una bonita pareja. (Pensamientos como ese me enferman y no termino de creer que sea yo quien los tenga).

Toda la conversación había fingido completa indiferencia, aguantando las ganas de gritarle lo que pensaba: «¡Gracias! No sé qué haría sin mis amigos. Tienes razón, y en realidad me agradas. Un poco, pero me agradas». Honestamente, me había divertido. Además, había estado a punto de besarla. Beso. Con Aimee. ¿Cómo no podría ser divertido enloquecer de esa forma?

Gracias a los Dioses pude controlar las ganas bestiales de estampar mis labios con los suyos, aunque fuese torpe e inexperto; había deseado hacerlo tierna y delicadamente, tal y como pensé que se lo merecía, pero logré tranquilizarme y entrar en razón.

Y ahora, sin embargo, ya a bordo del avión compacto y con aparatos avanzados, en camino a una misión suicida y peligrosa... lo único que puedo pensar es que Aimee está muy sola. Lo típico, ¿no?

No pienso sobre mis acciones cuando ya estoy encaminándome hacia ella. Me dejo caer en el asiento más cercano; puedo sentir mi corazón martillear dentro de mi caja torácica.

Entablamos una pequeña e incómoda conversación y, aunque no quiero admitirlo, sé que soy pésimo hablando con una chica como Aimee, así que hago la única pregunta que creo sensata.

—Y... ¿en verdad íbamos a besarnos hace rato?—Maldita racionalidad, uno la pierde cuando más la necesita.

El color sube a sus mejillas incluso más rápido que en las mías y sé que mi risa nerviosa no ayuda mucho a aliviar la situación.

—Es decir, creo que no es como que eso fuera natural, ¿no?—Me esfuerzo en arreglarlo. Ella me mira con sus intensos ojos y noto un dejo de indignación—, no es que quiera decir que eres antinatural o rara, porque bueno, en ese caso yo también lo sería, pero no es lo que quiero decir, es que...—lo intento por segunda vez, y ella me inyecta una mirada confundida. Me desespero—olvida eso. A lo que me refiero es que... eso fue... bueno, de haber sido... ya sabes, sería loco—exhalo al último, feliz de haber terminado sin ofender a nadie.

Siento mis palmas sudar y giro mi rostro a propósito hacia el suyo, al mismo tiempo que Aimee ve por la ventana y su cabello me hace querer olfatearlo.

¿Qué? Por lo que más quieras, céntrate, Nico.

—Nico, yo creo que nadie iba a besar a nadie—repone con voz queda, lanzándome un balde de agua fría.

Tardo un par de segundos en procesarlo; la incertidumbre y emoción son sustituidas por decepción en un instante.

—¿Qué? ¿Quieres decir... no te acercaste para... ya sabes?—Mi voz no falla, como esperaba debido a la humillación; sale de mis labios con un tono enojado, incluso incrédulo.

—Lo siento, pero no sé qué esperabas que dijera—me mira directo a los ojos y sin querer siento un vacío en el pecho.

Inquiero en su mirada, intentado conseguir alguna respuesta distinta. Cierta decepción se instala en mi pecho al reparar en su tono frívolo.

Luego, pasa al fin lo esperado: reacciono de la mejor manera que un hijo del Dios del Inframundo puede reaccionar. Suelto un suspiro, aparentando serenidad, diversión, alivio. La miro y pronuncio mis palabras con un tono que hace rato había dejado de usar, un tono indiferente:

—Menos mal. Había pensado que tal vez tendría que lidiar con una engreída hija del Gran Señor Zeus—me levanto con completa tranquilidad.

—Escucha, Calaveritas, si crees que puedes...—comienza a replicar, pero la interrumpo.

—Puedo y lo hago. No olvides que tú eres la nueva, Newman.

Entonces sonrío con suficiencia y camino hasta mi asiento, lo suficientemente apartado para poder desplomarme y borrar el habitual semblante de seguridad en completa soledad, igual que en los viejos tiempos, justo antes de que Aimee llegara.

Hijo de Hades; Nico di Angelo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora