12. Los caballos voladores entran en escena.

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[A]

Por primera vez maldigo que hayamos elegido un avión para viajar. Lejos de todas las comodidades que han instalado para nosotros, no hay más que nubes a nuestro alrededor. No hay escapatoria.

Percy, Annabeth, Thalia y Nico se forman en un semicírculo, conmigo atrás. Me abro paso a un costado, lo que me hace ganadora de una mirada por parte de Nico.

—Puedo ayudar también—murmuro entre dientes. Él rueda los ojos.

—¿Quieres parecer una heroína? Conmovedor—su sarcasmo me arranca una sonrisa, pues sé que está volviendo a hablarme como antes.

Sin embargo, la sonrisa se desvanece cuando un grupo de...

¿Qué son esos?

—¡Maldición! ¡Son caballos de viento! Van a destrozar el avión—nos informa Jason, aparentemente enojado. Su pequeño juguete nuevo realmente puede acabar estrellado, según veo.

Parpadeo un par de veces, y es cuando al fin noto, entre trozos de viento, las similitudes de un caballo. Soy consciente de que una gran ronda de ellos irrumpe en el avión, junto con monstruos de aspecto cadavérico montados en su lomo. Un momento después un par de brazos me envuelven en un abrazo protector.

Cuando levanto la vista Nico está encima de mí y hay un gran agujero en el avión, por lo que el aire entra junto con los monstruos y pedazos de materiales de acero, impidiendo que escuche lo que Nico me grita. Él se levanta para atacar a uno de los monstruos con aspecto humanoide y Percy hace lo mismo. Veo a Thalia empujándolos al vacío con una sonrisa condescendiente y a Annabeth gritarle a Jason que ayude. En los altavoces una voz de muchacho nos habla tranquilamente:

Parece que todo ha salido mal. No hay plan B, chicos. Si, por alguna razón, están a punto de morir, ¡abandonen la nave! Gracias por elegir la Aerolínea Hefesto-the-best-god. Buen retorno a casa.

Me levanto al mismo tiempo que Jason se coloca enfrente del gran agujero, deteniendo el aire —o haciendo lo posible, pues es obvio que no controla más que su aliento— para evitar que salgamos volando. Oprimo el botón de mi brazalete y en unos segundos logro mover el látigo de metro y medio. Me abalanzo sobre el resto de monstruos; se desvanecen en una nube de polvo cada vez que les enrollo con mi látigo.

Me permito mirar alrededor un momento y observo a Percy luchando, a Thalia riéndose de los hombres-niebla e incluso retándoles por más, a Jason con las palmas abiertas hacia el torrente de aire que amenaza con llevarnos a todos, a Annabeth corriendo hasta la cabina donde se pilotea, y por último veo a Nico, peleando contra lo que sea que tenga enfrente y absorbiendo la energía vital con su espada. Pronto acabamos con la primera ronda.

No obstante, cuando estamos casi seguros de haber ganado, otro par de turbulencias nos ataca.

—¡No puedo controlarlo más!—Grita Jason por encima del traqueteo. Se encoge de hombros brevemente—bueno, nunca pude—. Incluso en ese momento, sonríe. 

—Los controles no responden. Tendremos que saltar si no queremos estrellarnos con el avión.

Tras es el veredicto de Annabeth siento una descarga recorrer mi columna vertebral; miedo y adrenalina.

Jason hace una clase de silbido con sus dedos, profiere un grito que parece ser «¡Tempestad, aquí muchacho!» y en un momento hay un caballo de viento a su disposición. Lo observo con cautela pero parece estar de nuestro lado.

Arranca a Thalia de un tubo pegado al suelo y la escucho gritar «¡Odio las alturas!», antes de que la monte junto a él y despeguen al cielo.

Después Percy asiente con la cabeza y lanza un par de silbidos similares.

—¡Blackjack, Guido! —grita. Un momento después dos pegasos aparecen a un lado del avión que ya está inclinado, con luces rojas parpadeantes y una canción trágica de fondo. Percy le hace una seña a Nico y él asiente con la cabeza, después Annabeth y Percy se toman de las manos y saltan fuera.

Nico toma mi brazo y juntos saltamos tras ellos. Cierro los ojos fuerte; cuando los abro estamos sobre un pegaso blanco, y a unos metros de distancia está un caballo completamente negro, sobre el que vuelan Annabeth y Percy.

Mi asombro es mayor al ver grandes montañas y picos sobresalientes que desaparecen con todo y escarcha entre las nubes.

Justo cuando lo comprendo, Nico me lo aclara:

—Parece que fueron oportunos: no nos faltaba mucho para llegar a Alaska.


🍁🍁🍁


 —¿En serio, chicos? ¿Tienen caballos voladores a su disposición, pero a nadie se le ocurrió tomar las provisiones? ¡Me muero de hambre!—Me quejo por enésima vez, segura de que los tengo hartos a todos.

—Calma, Aimee. Nos vamos directo a la civilización, comeremos y seguiremos con la misión. ¿Está eso bien para ti?—El tono tan brusco que utiliza Percy me termina por callar.

—Oh, gracias a los Dioses—Thalia dramatiza echando la cabeza hacia atrás—te lo dije, Percy. Si tú le decías algo, se callaría.

—Déjenla ya, chicos. Es su primera misión—Jason me salva de la humillación, aunque no estoy muy segura de poder llamarlo del todo salvación.

—¿Hola? Estoy justo aquí, escuchando cómo se ríen de mí—refunfuño en voz baja.

Me encojo y froto los brazos con cansancio y frío.

—De verdad siento decirlo, pero estoy de acuerdo con Newman, ¿en serio teníamos que parar por acá? ¿Justo en un lugar tan peligroso como para tener que dormir entre desechos?—Habla por fin Nico, irritado.

—¿Quieren dejar de quejarse, maldita sea? No es tan malo estar aquí. Seguro que será interesante conocer de cerca un basurero, ¿no?

Paramos justo en un callejón oscuro. Jason y Percy entran con espadas en mano y todos suspiramos de alivio cuando por fin nos sentamos, aunque sea en el suelo sucio y frío del lugar; con la espalda contra la pared y los brazos aferrados a nuestros abrigos, transmitiendo más impotencia que poder.

Después de una hora de viaje en el lomo de un pegaso (que resulta de lo más incómodo) y 45 minutos más congelándonos por encima de las montañas heladas, era obvio que terminaríamos más o menos así; refugiados en alguna parte del territorio más allá de los Dioses, tratando de pasar desapercibidos de cualquier monstruo, como si fuera muy fácil.

Después de repartir los turnos de vigilancia estoy a punto de lograr descansar un poco, pero entonces un ruido de pasos tambaleantes —más o menos como el de un borracho queriendo pelea— interrumpe mi breve siesta, con siseos infernales que nos ponen alerta a todos.

—Empusas—susurra Annabeth a mi lado. Volteo bruscamente hacia ella. 

Annabeth saca en silencio su daga.

—Son más de una—añade con el mismo tono silencioso.

Me doy un leve golpe en la frente.

Señor Zeus, si realmente es mi padre, ¡deje caer sobre ellas un par de rayos! O algo fulminante que no nos afecte mucho a nosotros...

Lo absurdo de mi petición me hace pensar que, en definitiva, no hay mejor forma de ayudar que permanecer en silencio. Intento moverme con cautela hasta fundirme con la pared, pero resbalo en el último segundo, haciendo que varias latas choquen entre sí. El estrépito hace que me gane la atención de nuestras nuevas acompañantes.

Perfecto.

Hijo de Hades; Nico di Angelo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora