[Narrador omnisciente]
Aimee Newman apareció en la Casa Grande después de una batalla casi épica en el juego Captura la Bandera (que, comenzaba a sospechar, era otra manera de matarse mutuamente); iría a su primer encargo. A recoger a su primer discípulo, como dirían en la antigua Roma.
Cuando se enteró hizo lo que cualquiera haría: se quejó.
—¡Señor D! Pensé que eso era trabajo de los sátiros—exclamó la joven, de ahora 16 años, con ese carácter impulsivo y detestable que ya la caracterizaba.
—Si no hubieras faltado a tantas clases, no estarías en tal aprieto, Sally—espetó el director del campamento, tan apacible como siempre.
🍁🍁🍁
Después de obtener la dirección y el nombre, Aimee se presentó en una casa en los suburbios de Nueva York casi a regañadientes.
Respecto al nombre, ella no notó la entrañable similitud con el chico al que había querido, porque no la había.
Permaneció de pie ante la puerta de madera pintada de blanco y esperó al encuentro de quien fuera que estuviese dentro.
Quien salió a recibirla, la dejó perpleja.
Era un chico de postura firme pero desgarbada; llevaba una camiseta negra que le iba algo grande y pantalones andrajosos; su cabello negro caía largo sobre su frente y su tez pálida contrastaba con sus ojos negros, inquietantes como las lagunas interminables en los inviernos más fríos. Tan alto que parecía necesitar apoyarse sobre el marco de la puerta, justo como lo hacía en ese momento.
El chico la miró largo rato, también estudiándola, pero en ninguno de los dos hubo más reconocimiento que aquel deslumbramiento inicial.
Aimee fue invitada por el chico al interior de su casa. Éste le dijo que su madre trabajaba hasta tarde y su padre estaría ausente para siempre, pues no vivía con ellos.
—Soy Aimee Newman, hija de Zeus—se presentó Aimee. El chico dio un paso adelante y le extendió su mano, con la que le dio un apretón firme.
—Yo soy André Lentell. Yo... no creo que realmente seas hija de un dios griego—habló con serenidad, por lo que dejó algo incrédula a Aimee. Ella aún no sabía si le tomaba el pelo o era verdad toda esa seriedad.
—A eso vengo, precisamente—sonrió un poco, petulante—. He venido por ti. Te llevaré al Campamento Mestizo, un lugar donde hay gente como nosotros.
En los ojos de André centelleó una única emoción: el alivio. A ella la desconcertó totalmente.
—Lo sé. Es un gusto que vengas al fin; comenzaba a impacientarme, incluso creí que me volvía loco, ¿sabes? Esperando algo tan irreal como esto...—el chico se calló cuando notó que Aimee no le seguía. Apretó los labios y sus mejillas se encendieron con un ligero rubor de vergüenza—. Lo siento, es evidente que no es lo que esperabas—entonces, su rostro se transformó en una mueca de diversión—. ¿Estoy en lo correcto?
De inmediato fue Aimee quien se sintió minimizada y su temperamento explosivo salió a flote, a la defensiva:
—Supongo. Es la primera vez que me toca lidiar con un sabihondo—. Mentira, se dijo. Era su primera vez en general, y no sabía cómo hablar con alguien más listo que ella, aparentemente.
André se rió un poco y corrió a la que sería su habitación. Cuando regresó traía consigo una pequeña maleta de deporte. Aimee supuso que eran sus pertenencias. Se preguntó cómo era que él lo había anticipado. Él pareció leerle la mente, pues le explicó:
—Sabía que ibas a llegar porque él me lo explicó antes; me dijo que era un mestizo y llevaba en mí sangre divina. No le creí, pero al final todo encajó—se encogió de hombros mientras dejaba una carta en el diván. Se giró hacia Aimee, que estaba sin habla—: Ese es un aviso para mamá. No quiero que se preocupe. ¿Nos vamos ya?—Su tranquilidad es espantosamente natural, pensó Aimee.
—Espera—habló por fin, ya de camino a la puerta—. ¿Quién es Él?
André se rió un poco más, a costa de Aimee.
—¿No lo has adivinado ya? Hablo de mi padre. Mi padre me habló de él y de... este extraño mundo; para gente como tú y como yo—canturreó lo último casi burlón.
Aimee tomó aire, mareada.
Había escuchado esa frase antes, de una sola persona. El fugaz recuerdo atravesó su mente como una flecha atraviesa el viento hasta llegar a su objetivo.
—¿Quién es tu padre, André? —habló rápidamente, por lo que él la miró con extrañeza.
—Mi padre es el Señor del Inframundo. Soy hijo de Hades—habló con firmeza y a Aimee le abrumó la forma en que lo hizo, pues le recordó dolorosamente a Nico.
—¿Aimee? ¿Estás bien? Escucha, creo que estás un poco alterada... mejor siéntate, no quiero tener que arrastrarte por mi casa—habló él de nuevo en tono cansino pero también bromista. Cerró la puerta que ya tenía abierta y la condujo a la sala de estar, donde dejó que se sentara. Aimee seguía procesando aquella información a la que él ya se había acostumbrado—. Siéntete en casa, supongo que hay mucho de qué hablar. Empecemos por tu cara, está pálida... y me pareces familiar. ¿Nos habíamos visto antes?
Su voz resonó como un eco en la mente de Aimee, que quedó pasmada ante la forma en que André hablaba; tan fluidamente, con ojos lejanos e inescrutables, pero decididamente serviciales; se descolocó más de una vez ante la manera en que la interrogaba y el interés que prestaba en ella.
En un momento dado, su antigua promesa le vino a la mente y sonrió para sí misma cuando descubrió que aquel Dios, del que tan mala idea tenían los demás olímpicos, protegía con mucha fuerza el amor antes sepultado. Un amor concebido por una hija del rayo y su hijo.
Fue evidente que su amor sería inmortal, y que como Nico, renacería igual.
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Hijo de Hades; Nico di Angelo.
FanfictionDonde Nico, el único hijo de Hades, no puede decidir de quién se enamorará. Sólo sucede. Nota descriptiva adicional: es toda una frenética historia cliché, en opinión de la escritora.