19. Malas noticias.

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[A]

Al entrar a la nueva habitación donde los elfos-pez obreros trabajan, mis piernas flaquean.

Niké, la Diosa de la Victoria, se encuentra en congelamiento, o eso parece. Hay una enorme estructura hecha de sólidos materiales, resquebrajados por el calor, pero aún inquebrantables. Es un horno enorme y monstruoso, lleno de una sustancia que varía entre gelatina y caramelo solidificado. Dentro hay un sinfín de cables conectados a la Diosa, y ésta no puede moverse, pero sí envejecer a una velocidad vertiginosa.

Su cabello, antes brillante y fuerte, ahora parece sólo ser un poco más largo que el de Thalia, gris y viejo. Sus ropas siguen intactas, pero es obvio que le quedan más grandes y que ella ha perdido su divino peso.

Veo horrorizada cómo Niké y sus brillantes alas envejecen ante mis ojos, y me es imposible no sentir empatía por ella.

—Esto parece más un campo de concentración nazi que el propio campo de concentración nazi—dice Percy, con más empatía en su voz de lo que pensé podría tener.

—No. Es mucho peor. ¿Ven esos cables? —Annabeth señala un aparato más abajo, más pequeño pero igualmente grande. Allí es donde los cables terminan.

—Creo que es difícil no verlos. Parece que le conectaron más de 20 en todo el cuerpo—murmura Jason, horrorizado.

—Se parecen a los del hospital—comenta Thalia con voz queda.

—Pues me parece que no la están ayudando a sanar. Ni mucho menos tratan de matarla—repone Annabeth. Me volteo hacia ella.

—¿Qué es si no? ¡La están torturando! Va a morir tarde o temprano—le digo, indignada.

—Es posible. Pero pareciera que sólo tratan de extraerle algo... tal vez su inmortalidad.

Todos nos quedamos estupefactos.

—¿Es eso posible? —Nico interrumpe el terrible silencio. Está calmado, pero lo dice con resignación previa.

Los hombros de Annabeth caen, y todos buscamos una mirada de consuelo.

—Más que eso; es probable.

¿Es que ni los Dioses pueden morir dignamente? ¿Qué será de nosotros, entonces?

Una serie ininterrumpida de lentos aplausos me regresa al presente.

Nos giramos y una figura esbelta e iluminadora nos deja perplejos por un minuto. Entonces todos la reconocemos con furia: Eris, vestida con un largo traje de noche lleno de lentejuelas de oro y piedras preciosas. Sus labios están cubiertos de cera negra y sus ojos delineados le dan un aspecto vampírico.

Sus ojos brillan en la noche en un fuego negro intenso e incesante. Sigue aplaudiendo sarcásticamente mientras se nos acerca.

Sacamos nuestras armas instintivamente.

—Oh, no se molesten, semidioses—habla dulcemente, aún con la furia chisporroteando en su mirada—. Este lugar está bajo tierra. Están rodeados. Será mejor que me entretengan, a menos que quieran morir de forma inútil.

Sonríe malévolamente y, mientras bajamos nuestras espadas, escudos y látigos, intercambio una fugaz mirada con los demás, poniéndonos de acuerdo. Me tardo un poco más en los negros ojos de Nico. Me pestañea, y mi corazón aletea con insuficiente esperanza.


🍁🍁🍁


[N]

Me devano los sesos pensando cómo salir de aquí antes de que Eris termine de usarnos como payasos. Miro de soslayo a la Diosa en el horno gigante.

Hijo de Hades; Nico di Angelo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora