11. Hola de nuevo, Indiferencia.

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[A]

No se puede evitar: la actitud de Nico comienza a parecerme inaguantable.

Lo sé, fui yo quien mintió y actuó tan petulante, pero ¿no era eso lo que esperaba? Él mismo dijo que no me correspondería. En caso de haber algo que, claro está, no hay.

De cualquier forma, el regreso de su indiferencia (¡hola de nuevo, amiga!) me hace las horas más largas; ahora no responde si no lo llamo «Nico» y ya no tolera que le diga «Calaveritas». Me evita en todo y siempre me responde secamente: «No, Aimee. Ajám. Yo qué sé. Háblalo con los demás. No me interesa. Hablaré de eso con Annabeth. Estoy ocupado».

Y un demonio con eso. Si no quiere hablarme, tampoco es que me afecte.

En medio del gran recibidor instalado sólo para nosotros, con bonitos cinturones —«precaución, todo por precaución», casi puedo oír la voz de Steve, uno de los chicos de Hefesto—, están varios sillones acoplados a una espaciosa mesa, misma que nos permite reunirnos a los seis para acordar qué cuchillo falta afilar. Un intento de metáfora, si preguntan.

Ellos intentan comer mientras yo me sirvo dos veces, sólo ligeramente preocupada porque alguien piense que soy un poco ambiciosa. Jason se encuentra pendiente del cielo, seguro de que en cualquier momento pueden atacarnos; Percy discute con Annabeth sobre lo que, creo, es si los alimentos flotan o no. Annabeth dice que depende de la densidad del alimento y la del fluido en que se sumerja; Percy la molesta diciendo que sólo hace falta un empujón de su muñeca para que cualquier cosa se vaya hasta el fondo.

Mientras tanto, yo como las porciones de los demás siendo aparentemente ignorada y Nico hace algo que no puedo descifrar: trae su habitual ropa puesta pero sin zapatos ni espada, lo que me hace pensar que anda medio dormido; hasta donde sé, nunca anda sin el metro y medio de estigio. Está parado en medio de la «sala de estar» mordisqueando un par de frutas secas.

—¿Puedo saber qué haces?—Le pregunto después de terminar de masticar una porción de tocino.

Se tarda un par de segundos en responder, sin mirarme.

—No, no puedes.

Ruedo los ojos al cielo.

—Deja de comportarte como un niño, ¿quieres?

Suelta un suspiro de cansancio y me mira. Me sorprende la tranquilidad en sus ojos, similar a una tormenta a punto de desatarse.

—¿Aún tengo pinta de niño?—Sisea irritado, pero no espera que responda—. Me importa un bledo lo que tú pienses.

Me estremezco por la dureza en su voz pero logro disimularlo.

Un silencio glacial se interpone entre nosotros, y no es hasta unos minutos después que habla de nuevo un poco más calmado.

—Lo siento. Estoy tratando de sentir nuestras auras de vida. Hace rato podría hacerlo sin ningún problema. Ahora ni siquiera soy capaz de percibir mi espada—lo dice en voz baja, como avergonzado.

—¿A qué te refieres con que no sientes tu espada?—Frunzo el ceño.

—Mi espada es de hierro estigio. Se supone que debería de tener una conexión, porque... bueno, ambos somos del Inframundo.

—Bueno, tal vez estés paranoico. Tu espada está justo donde la dejaste, ahí—señalo con mi mentón el lugar donde la aventó hace unos minutos.

—Ya lo sé.

—¿Entonces?

Parece desesperarse porque voltea a mirarme bruscamente.

—No la siento, ni tampoco siento nuestras auras. Es algo con lo que me había acostumbrado a vivir. Ahora no sé que sucede con mis sentidos. Ni siquiera puedo hacer un viaje sombra—cierra los ojos, concentrándose. Miro incómoda cómo permanece en su sitio, sin moverse de lugar— ¿lo ves?

—Bueno, tal vez sea alguien quien intervenga en esto. ¿Ya se lo dijiste a alguien más?

—A Annabeth—asiente con la cabeza—ella piensa que Zeus interfiere en nuestras habilidades, porque tiene algo en contra de Percy y de los héroes en general. Aunque no tiene mucho sentido dado que tres de sus hijos están aquí...

¿Nuestros? —¿Qué tanto me había perdido?

—Sí. Percy no controla el agua como solía hacerlo; apenas y puede con un vaso de agua, aunque él ignora eso diciendo que está cansado. Jason anda muy nervioso con los cielos pues de vez en cuando percibe algo maligno y luego lo pierde; lo mismo le sucede a Thalia, y de pura frustración hace rato le salieron un par de chispas, pero le es imposible convocar un rayo (no es que eso sea de ayuda ahora). Annabeth... bueno, ella no puede perder la inteligencia así como así, pero hace rato confundió este con oeste—lo dice alarmado. Yo me pregunto qué tan malo puede ser; todos confundimos la rosa de los vientos, ¿no?

—Está bien, creo que me alegro de no tener esa clase de dones—bromeo sin ganas. Él me inyecta una mirada furibunda—Okay, no es momento de bromas.

—En eso te equivocas.

—¿En qué?

—Creo que alguien nos está jugando una broma, y no eres tú.

Nada más termina de decirlo y el avión se tambalea bruscamente.

—Jason, creo que el modo automático está fallando—le dice Nico en alarma.

—Estoy en eso—grita Jason en respuesta.

En un momento todos los demás estamos preparados con nuestras armas en las compuertas —Nico poniéndose los zapatos con apuro—, pues tenemos la certeza de que no son simples turbulencias; alguien quiere unirse a los pasajeros sin permiso.

Hijo de Hades; Nico di Angelo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora